Ojo por ojo y todo el mundo acabará ciego (Mahatma Gandhi)
Ahora llamadme buenista, si queréis. Pero, sin ser experto en esto de la guerra y la geopolítica, no me trago que un bombardeo convencional sea una solución inteligente en el siglo XXI, mucho menos en un juego competitivo donde el enemigo está deslocalizado y encima optimiza sus ganancias muriendo. La defensa propia –algo tan legítimo que hasta el Papa Francisco podría invocarla- tiene que ser, ante todo, eficaz. Y uno no resuelve nada lanzando piedras a su propio tejado. De verdad que me encantaría ver las cosas con la misma claridad que Hollande y Rajoy. Pero no.
Las noticias que se van sucediendo en las últimas semanas no me hacen sentir más seguro precisamente. Una cosa es redoblar controles, cerrar fronteras o decretar toques de queda si es necesario para proteger la integridad de las personas. Y otra cosa muy diferente es tomar decisiones que pueden agravar el problema y justificarlas ante una opinión pública acrítica a base de consignas, pensamiento único y lagrimitas de emoción nacional. Uno puede aceptar el terrorismo como causa inmediata de nuestras peores pesadillas. Sí, los que matan son malos y sin paliativos, y me la trae floja si actúan en nombre de Dios o de Pepito Grillo. Pero por detrás subyacen causas remotas que tienen que ver con la dependencia energética, el negocio sumergido de las armas y la obsesión de algunos por tenerla más grande que otros. Y ahora llamadme conspiranoico, si queréis.
Estoy un poco cansado de esas tertulias sesudas en las que se advierte del peligro de cambiar Libertad por Seguridad. No, disponer de un nivel adecuado de protección, dotarse de unas reglas de convivencia y respeto a la vida, no atenta contra ninguna libertad ni contra nuestro sacrosanto sistema de valores. Es lo que tiene vivir en sociedad: nuestra libertad termina donde comienza la del vecino. El problema deriva de creernos moralmente superiores (tomen nota laicos, moros y cristianos) y de pensar que el sufrimiento de los demás no nos va a afectar nunca. No sé si la solución pasa por construir una comuna internacional o por la alianza de civilizaciones de Zapatero (llamadme iluso, pero no bobo, por favor), pero está claro que la ignorancia crea inseguridad, la inseguridad miedo y el miedo es lo que realmente coarta nuestra Libertad. Sí, el miedo nos encierra en nuestras casas y en nuestras ideas, nos condena a la dependencia de nuestros sabios gobernantes y nos impide asumir la responsabilidad de dirigir nuestra propia existencia. Qué curioso. Así que Seguridad y Libertad presentan correlación directa: cuando falla la primera (por miedo a lo desconocido) la segunda se desmorona.
Hace un par de semanas Jordi Évole –me permitís un poco de publicidad gratuita descarada- se plantó en un campo libanés de refugiados y me resultó muy reveladora la conversación que mantuvo con un cooperante de MSF. Si recordáis, allá funciona un sistema económico casi cerrado en el que todos sus habitantes tienen sus necesidades básicas cubiertas (alimentación, educación, sanidad y actividades de entretenimiento para los más pequeños) y, sin embargo, algunos deciden regresar al infierno sirio. Prefieren renunciar a la protección y a la existencia predecible a cambio de un futuro incierto en el que, tal vez, algún día, podrán ganarse una vida propia trabajando. Esa es su idea de libertad, un potaje cargado de ilusiones, de proyectos, y muy poco miedo. ¿Cuál es nuestra idea occidental de libertad? Me temo que para muchos consiste en tener la vida resuelta, aunque sea encerrados dentro de un sistema protegido y predecible. Disponer del presente aunque sea a costa de un futuro construido con decisiones tomadas de manera autónoma. Nuestros líderes están convencidos de que eso es lo que queremos y, salvo que algo se mueva en la base de nuestras sociedades, eso es lo que vamos a tener durante un par de generaciones, por lo menos.
Bien, igual me he puesto muy filosófico pero creo que la ocasión lo merece. Que no os quite el sueño.
Buena semana, s2.