Veo que en uno de los foros de Economía hay cierto cachondeo acerca del programa con el que se ha presentado Ada Colau a la Alcaldía de Barcelona. Entre las propuestas que generan discusión se encuentra la apuesta por las monedas sociales y me sorprende que la gente, a estas alturas, se asuste con algo que ya circula en localidades españolas de distintos signos. Que un Ayuntamiento como el de Barcelona se atreva a impulsar la economía colaborativa no me parece motivo de escándalo ni mucho menos. Y si se cumple el oráculo del compañero Llinares no nos viene mal buscarnos alguna alternativa a la desaparición de los euros en efectivo.
La única pega que le voy a poner a la idea es que el Ayuntamiento se dedique a controlar la emisión de la nueva moneda (lo deseable es que sea una entidad independiente la que asuma tal función) pero no creo que estemos ante la desaparición del dinero convencional ni muchísimo menos: los dueños del Sistema no lo permitirán. Que no cunda el pánico, pues.
Pero, ¿qué características tiene que tener una moneda (o cualquier objeto que se nos ocurra) para convertirse en dinero? Veamos.
Confianza
Lo fundamental es que la moneda sea aceptada como medio de intercambio por cualquier persona o en cualquier establecimiento comercial. La confianza no se puede imponer por medio de un bando municipal, ni siquiera se puede pactar. Hay experiencias fallidas al respecto. Ciudades que pretenden ayudar al comercio minorista del centro urbano con vales o tarjetas de puntos que no te permiten comprar lo que quieres ni donde lo quieres. Y es que la moneda no es culpable de todos los problemas de la economía: su función original es facilitar los intercambios de bienes y servicios, no inducirlos.
Escasez
Esta cualidad genera tremendas discusiones ideológicas y sin embargo es muy sencilla de entender. Como la moneda concede poder adquisitivo, algunos piensan que repartiendo monedas a todo el mundo se acabaría con la pobreza y se fomentaría el consumo. Cuando digo “algunos” no estoy pensando sólo en los defensores de la renta básica, también el Banco Central Europeo y la Reserva Federal de USA lo piensan a juzgar por su políticas monetarias recientes. Y sin embargo, cuanto más abundante sea un bien privativo menos valioso es. Apliquemos el cuento al dinero, los ladrillos o los títulos universitarios: si la demanda de cualquier cosa aumenta por encima de su oferta, la mano invisible reacciona subiendo precios (y hundiendo salarios reales).
¿Cómo asegurar que nuestra moneda social mantenga esta importante cualidad? Pues una de dos: o controlamos la emisión de forma centralizada o la vinculamos a un bien escaso (metales, algoritmos, tiempo, energía…). Desde mi punto de vista veo más acertada la segunda, supongo que por mi alergia a la intervención.
Usabilidad
Hoy en día esta es la cualidad más fácil de conseguir. Ya no es necesario imprimir vales, se puede funcionar con tarjetas de plástico, o mejor, con dispositivos electrónicos como el móvil. Otra cosa es que el público objetivo de las nuevas monedas esté integrado por personas que no están familiarizadas con aquellas modernidades. Si una moneda es capaz de penetrar en estas capas sociales, facilita los intercambios cotidianos y, además, esquiva la acción impositiva de las administraciones, nuestro sistema monetario puede empezar a verse comprometido. Pero sigo diciendo que veo muy difícil su generalización, al menos con la rapidez experimentada por otros fenómenos colaborativos como el crowdfunding o el carsharing.
La eliminación del dinero en efectivo no es ninguna tontería. Seguramente los daneses saldrán vivos del experimento, pero en España no lo veo precisamente por la penetración que mantienen todavía las monedas y los billetes. Y no quiero pensar en los negocios que funcionan con el dinero de bolsillo (cafeterías, tiendas de chuches, juego…).
¿Caducidad?
Pregunto. ¿Es bueno per se que la moneda mantenga su valor fiduciario indefinidamente? Dicho de otro modo, ¿qué pasaría si tuviéramos que gastar todo nuestro dinero como si se tratara de vales con fecha de caducidad? En efecto, no existiría el ahorro y, por lo tanto, tampoco inversión. Entraríamos en una espiral decrecionista de consecuencias imprevisibles y, posiblemente, la inflación haría de las suyas… o no. Estoy pensando en alto.
Lo que está claro es que la moneda convencional sirve como depósito de valor, mejor o peor dependiendo de la situación económica del país. Pero hay monedas sociales diseñadas expresamente para ser consumidas sin piedad y, de paso, evitar la especulación. ¿Sería deseable un sistema de doble moneda, una para consumo cotidiano y otra para el ahorro? Hablo de monedas con respaldo, no de papelitos, que quede claro. Y puestos a soñar despiertos, ¿no creéis que la banca podría estar interesada en fomentar algo así?
Convertibilidad
Por último, las monedas más respetadas del planeta cumplen otra propiedad básica que permite su intercambio en el mercado. Bien es cierto que hay monedas sociales que funcionan en redes cerradas y no necesitan ser cambiadas por euros (por ejemplo, las horas cedidas a bancos del tiempo) pero a veces es necesario establecer un tipo de cambio para convertir euros en moneda local. Y claro: ¿quién decide el precio de una moneda? ¿Puede el emisor decretar la cotización 1:1 porque lo valen los vecinos y las vecinas?
Pues concluyo. Desde mi punto de vista, me parece estupendo apoyar las monedas sociales. Eso sí, sin que Montoro ni los ministros de Hacienda que vayan llegando se enteren, no vaya a ser que nos quiten la idea de la cabeza. No me parece apropiado ridiculizar una propuesta sin estudiarla a fondo y espero haber aportado algunos criterios para el debate. En próximos artículos recogeré experiencias concretas de monedas sociales, las hay muy ambiciosas y merece la pena conocerlas.
S2.