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Es ya un tópico que España es un país ruidoso. Cualquier festejo popular, para ser realmente bueno, tiene que meter mucho ruido. Lo mismo que una buena moto. Ejemplo señero lo tenemos en Asturias, en Cangas del Narcea, donde tienen como elemento más destacado de sus fiestas locales la descarga, que consiste en lanzar miles de voladores en unos cinco minutos, con un estruendo realmente ensordecedor; y ¡está declarada de fiesta de interés turístico!

Sin embargo, el ruido es causa de variados problemas de salud, desde las lesiones del aparato auditivo a trastornos del sueño, estrés, problemas estomacales o cardíacos e incluso riesgos en el embarazo. Cualquiera que tenga que padecer los ruidos de la discoteca o restaurante en la planta baja de su edificio; de una calle especialmente afectada por el tráfico o la movida; o por unos vecinos desaprensivos (no digamos ya por la proximidad de un aeropuerto) saben a qué me refiero.

Va surgiendo una conciencia sobre este problema, hasta el punto de que se ha aprobado una Ley del Ruido y un R. Decreto que la desarrolla en ciertos aspectos; y este viernes, 19 de octubre, el Gobierno aprobará una norma, complemento del código técnico de la edificación, para aumentar el nivel de aislamiento sonoro de las viviendas. Ya se va admitiendo que el ruido es una forma de contaminación: contaminación acústica.


Botellón andino
No quiero generalizar en exceso, pero creo que puede decirse que no existe la misma sensibilidad en las autoridades locales. Podemos presentar las quejas que queramos por la música en la calle, por las actividades de bares, restaurantes, etc.; de industrias ruidosas, del tráfico; de los vecinos. Lo más que harán, será enviar a la policía municipal a realizar mediciones; si insistimos mucho, acabarán imponiendo una multa al responsable del ruido o incluso anulándole la licencia o precintándole el equipo de música. No pasa nada, se rompe el precinto y se continúa con la actividad. Y no digamos cuando es el propio Ayuntamiento quien promueve la actividad ruidosa, como es el caso de las fiestas locales. Hace poco, con ocasión del Congreso sobre seguro y responsabilidad de Gijón, estuve hablando unos minutos con la alcaldesa; había intervenido en el acto de inauguración haciendo referencia a la problemática de las administraciones locales que tienen que enfrentarse a reclamaciones de responsabilidad patrimonial cada vez más exigentes, entre ellas algunas referentes a los ruidos. Hablamos después sobre la Semana Negra (una feria que, aparte del ruido, me gusta particularmente por la variedad de elementos que contiene, incluyendo el certamen de novela negra, presentaciones de documentales, curso y exposiciones de fotoperiodismo, charlas y debates, etc.) y se dolía de una sentencia que habían ganado unos vecinos y que obligaba a celebrarla en lo sucesivo lejos de sus viviendas; estaban viendo la forma de no tener que ejecutarla. Se lamentaba de lo "quejicas" que somos ahora por todo; si total son sólo diez días, y son unas fiestas muy populares. Esta buena señora, que con seguridad no duerme en las proximidades de la fiesta, no entiende que no se puede pasar diez días sin dormir; mucho menos se tu trabajo exige mucha atención, si estás enfermo, si tienes bebés...

No existe mucha mayor conciencia por parte de las autoridades estatales o de la mayoría de las autonomías, fuera de la elaboración de las normas indicadas, que no cumple la propia Administración. Así, raramente se colocan pantallas contra el ruido en los márgenes de las carreteras aunque pasen pegadas a bloques de viviendas; no se establece ningún control sobre los ruidos (ni el polvo, entre otras cosas) de las obras; y tenemos el caso reciente de los afectados por la apertura de la terminal 4 del aeropuerto de Barajas, que acaban de ser trasladados a nuevas viviendas, después de haber estado soportando un ruido infernal desde la apertura. ¿Por qué no se les trasladó antes de la apertura? De la misma forma que se planificaron los accesos al aeropuerto, ¿por qué no se planificó con tiempo ese traslado, si por fuerza se tenía que saber que la vida en esas viviendas iba a ser insoportable? Sin embargo, aún hoy siguen sin elaborarse mapas de ruido en la mayoría de ciudades y de ayuntamientos con aeropuerto. Sin ir más lejos, en Asturias se presentó un proyecto para una urbanización de centenares de viviendas muy próxima al aeropuerto. ¿Quién comprará sabiendo la situación? Pero si no se elabora el mapa, es posible colocarle los chalets a veraneantes de fuera.

En cambio, en el ámbito judicial cada vez existen más pronunciamientos que tratan de acabar con el ruido excesivo en aplicación de la normativa cada vez más severa sobre la materia o, incluso, con base en los derechos humanos (en cuanto que se considera un atentado al derecho a la inviolabilidad del domicilio y al respeto a la vida privada). Así, en un buen repertorio de jurisprudencia encontramos ya condenas penales a empresarios y alcaldes por delitos contra el medio ambiente, basados en la producción de ruidos por los primeros y la pasividad para atajarlos por los segundos; encontramos la imposición de indemnizaciones a cargo de ayuntamientos o de empresarios; órdenes de cierre de negocios o de eliminación de elementos ruidosos, no sólo en bares musicales, también otros como instalaciones de ventilación o aire acondicionado en supermercados u oficinas; obligaciones de abstenerse de hacer ruidos a personas, llegando al extremo de privarles del uso de la vivienda durante años; o incluso de elaborar mapas de ruidos a cargo de un ayuntamiento en el que sitúa un aeropuerto o de tramitar expedientes de zona acústicamente saturada.

Existe una asociación, Juristas contra el ruido, compuesta por abogados y otras personas afines comprometidas en la lucha contra esta lacra. Acabo de incorporarme a la misma con motivo de que me han hecho algunos encargos sobre problemas de este tipo y porque se trata de un problema sobre el que todavía hay mucho camino que recorrer para lograr unas ciudades más habitables.
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