2010... Mucho andar para llegar al mismo sitio...
Llevamos meses en esta situación. Kilómetros y kilómetros recorridos sin conseguir cima pueden dejar abatido al más pintado. Reconozco que a mí es complicado. No lo consiguieron aquellas latas de fabada caducadas, ni el olor de mis sherpas, ni las ventiscas soportadas, ni siquiera aquel brebaje infecto que mezclaba agua oxigenada y leche de yak.
Los ánimos no estaban para tirar cohetes. Con los griegos y los irlandeses abandonados en el campamento base (como echamos de menos las Guinness), todas las miradas se clavaban primero en Joao Dopinto Avaldemoro, mi compañero portugués de cordada, y después en mi persona. Ya habían hecho un par de amagos de dejarnos tirados mientras plantábamos un pino dentro de una letrina fabricada con nieve.
Mi fiel Punshoc canturreaba viejas melodías populares del Valle del Zasca, creo que incluso estaba algo nostálgico desde que se acabaron las reservas de agua oxigenada. La mirada que le echó al equipo italiano capitaneado por Favio Provolone la mañana que salieron de la tienda con el pelo rubio... me entran escalofríos. Son historias para valientes, gente que desafía a un destino incierto amarrados entre sí con una cuerda de oferta del Decathlon.
Sin embargo, mi fiel Punshoc y yo sonreímos cada vez que cruzamos la mirada durante el transcurso de las inagotables jornadas, porque sabemos que cuando llegue la noche y encontremos refugio en nuestra tienda, no cambiaríamos nuestro choricito de León por ninguna rancia suela de zapato de carne alemana ni por un bollo francés de cartón que rasparían el gaznate más curtido por la ingestión de barriles de té tibetano.
