Artículo traducido de James Politi del Financial Times
Cuando Joe Biden juró el cargo el 20 de enero, la economía estadounidense luchaba para recuperarse del desplome sufrido en invierno, y su capacidad para aplicar una gran respuesta fiscal frente a la crisis causada por la pandemia estaba en duda.
Ahora, a punto de cumplir sus primeros 100 días en el cargo, el presidente de EEUU puede afirmar que ha conseguido su objetivo principal: una rápida aceleración de la recuperación gracias al veloz proceso de vacunación y a la aprobación de su paquete de estímulos de 1,9 billones de dólares (1,5 billones de euros).
Pero se prevé que las próximas fases de la agenda económica de Biden sean mucho más complicadas que la primera, ya que encontrará más oposición en el Congreso y tensiones con el sector corporativo y con Wall Street. Además, resultará más difícil trasladar a la opinión pública la necesidad de que el Gobierno lleve a cabo una intervención generalizada.
Biden y sus altos cargos parecen animados por la popularidad de las medidas económicas tomadas hasta la fecha, y más decididos que nunca a seguir adelante con sus planes para gastar miles de millones más en infraestructuras, educación y cuidado infantil, algo que se ha comparado con el New Deal de Franklin Delano Roosevelt tras la Gran Depresión. El presidente quiere pagar el enorme aumento en el gasto con fuertes subidas fiscales a las empresas y a los ciudadanos ricos.
Mientras que el plan de estímulo de 1,9 billones de dólares de Biden inyectó una nueva dosis de financiación para ayudar a los hogares con bajos ingresos a superar las últimas fases de la pandemia, los próximos planes de Biden se centran en las inversiones a largo plazo para impulsar el débil gasto crónico en infraestructuras públicas, abordar el cambio climático y reducir la desigualdad de ingresos y las disparidades raciales.
Las medidas se dividen en dos paquetes, que en ambos casos afrontan perspectivas inciertas en el Congreso. El primero, revelado el mes pasado, financiaría 2 billones de dólares de gasto en nuevas infraestructuras en los próximos ocho años, sumado a grandes subidas de los impuestos a las empresas.
Esta semana, se prevé que Biden proponga otro paquete de gasto de 1,5 billones de dólares en educación e iniciativas de cuidado infantil, pagado mediante una serie de subidas fiscales a los ricos, entre otras cosas a las ganancias de capital para aquellos que ingresen un mínimo de un millón de dólares. Esto ha provocado el enfado de muchos en el sector financiero estadounidense.
Los demócratas y sus aliados creen que los planes y muchos de sus componentes, incluidas las alzas fiscales, gozan de mucha popularidad entre los votantes tras décadas de estancamiento de la clase media, y entre los hogares con bajos ingresos, más castigados por la pandemia que los inversores ricos y las grandes compañías.
Pero los republicanos creen que, con el tiempo, la urgencia y el atractivo de los planes de Biden disminuirán, minando una unidad demócrata sobre las propuestas que resulta fundamental para garantizar su aprobación ante las mayorías mínimas con las que cuenta el partido de Biden en ambas cámaras del Congreso.
“Pienso que con el tiempo los excesos radicales no evolucionarán bien”, advierte Pat Toomey, el senador republicano por Pensilvania. “Creo que estamos atravesando una expansión y una recuperación muy fuertes. Pero pienso que la administración Biden está poniendo en peligro parte de ese crecimiento. Las subidas fiscales que parecen decididos a infligir a nuestra economía tendrán muchas repercusiones desfavorables cuando entren en vigor”.
El mayor quebradero de cabeza político para Biden es que cualquier nueva legislación económica tendría que obtener el visto bueno de demócratas moderados como los senadores Joe Manchin de Virginia Occidental y Kyrsten Sinema de Arizona, más escépticos con la extensa agenda de Biden.
Una de las cosas que preocupa a los demócratas y a sus aliados es que el equipo económico de Biden pueda terminar siendo, irónicamente, víctima de su propio éxito. El fuerte rebote tras la pandemia –incluido el millón de empleos creado el mes pasado, y los que podrían sumarse en abril– podría sofocar el ímpetu en el Congreso si los políticos juzgan que es innecesario aplicar nuevas medidas de gasto agresivo.
La Casa Blanca también ha tratado de ahuyentar los temores a que el repunte económico que ya está en marcha derive en un repunte de la inflación sostenido y potencialmente arriesgado, como ha sugerido el exsecretario del Tesoro Larry Summers. Altas autoridades de Biden acentúan que la economía aún está 8,4 millones de empleos por debajo del nivel de febrero de 2020, y sostienen que todavía es demasiado pronto para afirmar que la recuperación es segura y completa.
Hasta el momento, Biden ha conseguido evitar las batallas internas entre facciones opuestas presentes a menudo en el equipo económico de Donald Trump pero que también marcaron el de Obama, sobre todo en los primeros años.
Pero a medida que prosiga la recuperación y se negocien los próximos paquetes económicos, podría surgir una división entre los demócratas que están más dispuestos a llegar a un compromiso con los republicanos en cuestiones como los impuestos y aquellos que se muestran firmes.
Hasta la fecha, muchos de los partidarios de la administración Biden se han visto gratamente sorprendidos por la valentía con la que la Casa Blanca ha ignorado la precupación por los futuros déficits, la subida de los precios al consumo, y la respuesta negativa de las empresas y los mercados por perseguir medidas audaces.
Pero también creen que las próximas medidas serán las que tendrán una mayor trascendencia en el futuro, si Biden puede sacarlas adelante. “La próxima fase de las políticas tratará de abordar viejos problemas, y de reconocer que son grandes pero solucionables”, afirma Sharon Parrott, presidenta del think tank económico de izquierdas Center for Budget and Policy Priorities.