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La libertad de gastar de los demás termina donde empieza la mía

 
No se trata de no gastar, se trata de no gastar lo que no tienes
No se trata de no gastar, se trata de no gastar lo que no tienes

Hay una frase muy típica que se dice al hablar de lo que hacen los demás con el dinero. Por ejemplo, ante una persona que se compra un coche, una casa, un móvil o una bicicleta que está muy por encima de sus posibilidades económicas, se suele decir que “cada uno puede hacer lo que quiera con su dinero”. Por si alguno no se había dado cuenta, esta frase normalmente se suele decir después de criticar la decisión que ha tomado esa persona, quizá por quitarnos la parte de “cuñado” que tiene siempre el hablar de lo que deberían o no deberían hacer los demás. Pero no le falta razón a la frase, el dinero que alguien ha ganado trabajando, heredando o como sea es propiedad exclusiva de la persona que lo posee, y tiene total libertad de emplearlo en aquello que desee sin que nadie tenga nada que decir al respecto. Podrá ser una decisión estúpida, un gasto inútil o improductivo, pero si esa persona se lo puede permitir no hay más que decir. El problema viene cuando se trata de un gasto que no se puede permitir y conlleva posibles riesgos y consecuencias futuras.

Porque la idea de libertad de gasto que tan bien suena también cuenta con ciertas connotaciones negativas, y que no todas las personas quieren asumir. Alguien que es libre y quiere que le concedan libertad ha de saber ejercitarla para bien y para mal. Si se quiere la libertad de tomar decisiones sin que nadie pueda impedirlas también se debe asumir las consecuencias que de ellas se deriven. De lo contrario estaríamos sólo tomando la parte buena de la libertad y eludiendo la parte mala, como un adolescente que quiere emanciparse pero no sabe ni hacer la comida. 

Quizá en la sociedad del siglo XX la frase “cada uno puede hacer lo que quiera con su dinero” tenía mucho más sentido. No había tanto Estado ni tantas contemplaciones, ni tantos medios para hacer propaganda, meter presión y guiar a la sociedad en el sentido que uno desee sin utilizar medios coercitivos (ejército y religión). El que se quedaba en la calle tenía que buscarse la vida o recurrir a familiares o amigos, y quizá por ello, y porque también vivieron muchas penurias y guerras, la gente de la época tenía mucha más conciencia de ahorro y de ser responsable a la hora de gastar. Pero la sociedad de hoy en día está cimentada en una artificial idea de igualdad y solidaridad, y el Estado ejerce su papel como el que más. Igualdad y solidaridad a cualquier precio, sin muchas veces cuestionar cuál es el origen de esa desigualdad que justifica el uso de la solidaridad. Como ejemplo de mi punto de vista está el reciente informe que indica que España está a la cabeza de la OCDE en repetidores en educación secundaria, y que nuestros poderes públicos pretenden maquillar permitiendo pasar de curso sin aprobar. Estoy seguro de que esta noticia es origen de mucha desigualdad entre la población, pero nuestros poderes públicos prefieren omitirlo y focalizar todos sus esfuerzos en acciones a corto plazo por las que muevan al electorado. Y así nos va, hemos pasado de la idea de igualdad ante la ley a la idea de igualdad por ley. 

La razón por la que la frase “cada uno puede hacer lo que quiera con su dinero” no debería usarse hoy en día tan a la ligera es porque, para cada mala decisión que toma una persona con su dinero, hay un Estado o Banco Central detrás tratando de amortiguarla a costa de quien ha tomado buenas decisiones, ya sea subiendo impuestos, modificando leyes, aprobando ayudas y subsidios, o bien imprimiendo dinero y alterando los tipos de interés. Y en ese momento, el “cada uno puede hacer lo que quiera con su dinero” debería transformarse inmediatamente en “cada uno puede hacer lo que quiera con su dinero, siempre y cuando a mi no me afecte”, porque la libertad de gasto de unas personas irresponsables debería terminar en el momento en que sus decisiones empiezan a afectar a la libertad económica de los demás. 

Y vuelvo a la idea de igualdad y solidaridad por si no he sido claro. Por supuesto que se ha de ser solidario con quien menos tiene y lograr que todos tengamos las mismas oportunidades, pero se mete todo en un mismo saco sin tener presente que mucha de esa desigualdad no viene provocada por la injusticia existente en la sociedad, sino por las propias decisiones equivocadas que toman sus protagonistas. Para cada inquilino derrochador que vive al día y deja de pagar el alquiler hay una ley que no permite expulsarles y una plataforma de opinión pública que considera al casero un insolidario. Para cada trabajador derrochador que vive al día y se queda sin trabajo hay una batería de ayudas para que "no se quede atrás”. Para cada Estado derrochador que gasta más de lo que ingresa hay un banco central que emite moneda y compra sus bonos para financiarle. Y así podríamos seguir un buen rato.

En este caso estamos hablando de la causa de muchos problemas en el aspecto económico, pero los mismos esquemas pueden explicar muchos otros problemas que no siempre se explican por la mala suerte o la mala genética, como en la amistad para quien utiliza a sus amigos en su interés, el amor para quien no trata con respeto a su pareja o la salud para quien lleva una mala vida. Y si en la amistad, el amor o la salud el resto de la sociedad no deben cargar con las consecuencias de las malas decisiones que determinadas personas toman de forma irresponsable, en materia económica tampoco debería ser así. De lo contrario, deberíamos tener potestad para decir abiertamente que “cada uno no puede hacer lo que quiera con su dinero”
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