En los últimos tiempos, uno de los productos que más ha proliferado, dentro de la oferta de las gestoras, especialmente en España, es el de los llamados “fondos de fondos”, es decir, fondos de inversión que, a su vez, invierten todo su patrimonio en una cartera de fondos de inversión.
Como todos los que siguen este blog sabrán, personalmente creo que los fondos de inversión son la herramienta óptima, desde un punto de vista financiero-fiscal, para poder rentabilizar de la mejor manera posible nuestro patrimonio financiero; de hecho, y por suerte, este punto de vista es compartido por grandes gestores de este país, como por ejemplo el gran Enrique Roca. Y es que, a la ventajosa fiscalidad que (por el momento) tiene este tipo de instrumentos, se le unen las múltiples ventajas financieras que aportan: posibilidad de diversificar riesgos de manera sencilla, de acceder a mercados e instrumentos que, de otra manera, pueden estar vetados al pequeño inversor, de poder invertir en los principales índices mundiales, de acceder a excelentes gestores de patrimonios de manera relativamente barata… incluso, aunque asumiéramos las tesis de sus detractores, que señalan que la gran mayoría de fondos de inversión están hechos para generar ingresos a sus entidades promotoras (y no al inversor), y que solo un pequeño porcentaje proporciona una adecuada rentabilidad (pongamos que solo un 5% del total de la oferta española se encuadra en este último grupo), estaríamos hablando de que más de 1.100 fondos de inversión pueden ser buenas herramientas para los ahorradores.
Sin embargo, retomando la categoría que hoy nos ocupa, los fondos de fondos hacen un muy flaco favor al inversor medio, ya que, bajo la excusa de “diversificar de forma más adecuada su patrimonio, gestionándolo de manera profesional y sin que tenga que pagar nada por ello”, los partícipes que depositan su dinero en este tipo de instrumentos tienden a percibir menores rentabilidades efectivas que aquellos que delegan sus inversiones en gestores especializados a cambio de una retribución estipulada de antemano (bien sea a través de sistemas de gestión discrecional de entidades financieras y sociedades de valores, bien sea a través de EAFI’s, y no digamos ya si el inversor tiene el tiempo y conocimientos suficientes para “hacérselo él mismo”…), además de ceder el control total de la inversión y de exponerse a una mayor rotación de carteras, lo que tiende a ser contraproducente en la medida que los fondos de inversión son instrumentos que conviene ser mantenidos a medio/largo plazo, y no ser utilizados para realizar trading.
En todo caso, veamos si esta disminución de la rentabilidad efectiva es así. Para ello, vamos a comparar un fondo de fondos de perfil conservador, intermedio y arriesgado, con una comisión de suscripción del 2,00% (muchos de estos fondos mantienen este tipo de comisiones, incluso en un mayor porcentaje) y una comisión de gestión del 1,90%, con la gestión de una EAFI, con una comisión sobre patrimonio gestionado del 1,00% y sobre beneficios obtenidos del 10,00%. En ambos casos, las comisiones son idénticas, sea cual sea el perfil seleccionado, pudiendo considerarse comisiones medias de mercado. Y, además, ambos invierten en las mismas carteras de fondos y obtienen un rendimiento anual promedio del 4,00% en el caso conservador, del 7,00% en el intermedio y del 10,00% en el arriesgado.
Las rentabilidades netas en ambos casos son las siguientes:
Como puede verse, la diferencia de rentabilidades es ostensible. Mientras que el coste que genera la EAFI puede suponer en torno a un 1,00% del patrimonio gestionado, las comisiones del fondo el primer año suponen en torno a un 4,00% de la rentabilidad obtenida por la cartera.
Evidentemente, este no es un caso real, al analizar rentabilidades promedio constantes. Sin embargo, este ejemplo puede darnos una idea de hasta qué punto es conveniente, en el caso de que no dispongamos de los medios y conocimientos para hacerlo por nuestra cuenta, analizar las distintas posibilidades de asesoramiento que existen en el mercado, ya que, lo que en principio puede no costarnos dinero, finalmente, puede que lo paguemos por duplicado sin ni siquiera darnos cuenta.