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De albarcas, boinas y otros asuntos de fronteras

No sé si aprenderemos algo de esta Crisis. Me temo que más bien poco. Es más, mi bola de cristal lleva tiempo avisándome de una próxima salida en falso: agotado el margen de maniobra del Gobierno Central, van a ser los virreinatos autonómicos quienes precipiten la solución final, a golpe de subvenciones directas o indirectas al ladrillo y al consumo irresponsable. Todo ello por debajo de la mesa, claro, porque los titulares y la propaganda seguirán hablando de la sociedad del conocimiento, de las energías renovables y del transporte sostenible. Y es que, a un año de la siguiente gran fiesta democrática, van a ser necesarios mensajes contundentes al electorado local y lo del nuevo modelo no termina de colar en la masa. Eso sí, yo no pierdo la esperanza y creo que en el plazo de un año, aprenderemos una importante lección: hay que distinguir bien la Política de la Economía. Porque las decisiones relevantes de la vida se toman en función del Oikos (la casa, los asuntos cotidianos) y no de la Polis (la ciudad). Confío en que nuestros dirigentes tomen buena nota de ello.

 

 

Pues bien, esta nueva aportación va dedicada a cántabros y vascos, enfrascados hoy en viejas polémicas a cuenta del Concierto Vasco -aunque en esto los riojanos parecen más afectados- y de la enésima declaración de intenciones respecto a la conexión -para algunos intolerable anexión- por vía ferroviaria de Castro Urdiales y Vizcaya. Aclaro que vivo en Cantabria -a caballo entre Santander y Torrelavega, por tanto lejos de la frontera- pero me gano el cociduco en Bilbao. Y no me cansaré de recomendar a unos y a otros que antes de abrir la boca se pongan en el lugar del vecino y piensen en cómo gestionarían los asuntos de su propia Oikos (casona / caserío). En el fondo, cántabros y vascos somos muy caseros y queremos lo mejor para los nuestros, y si no fuera así seríamos extraterrestres. Pero oigan, ya he comentado otras veces que la Economía no entiende de mapas y los flujos monetarios y reales no se rigen por fronteras, y menos a la hora de tributar. Afortunadamente, los tres partidos cántabros -tome nota el PP riojano- ya están de acuerdo, con matices, en que el Concierto igual no hace tanta pupita como se creía, pero parte de la opinión pública sigue muy cómoda en su complejo de inferioridad; es más, al otro lado de la frontera miran con cierta envidia que Cantabria no tenga hipotecas lingüísticas a la hora de presupuestar con el dinero de todos y de todas. Personalmente, yo prefiero pagar mis impuestos en el Estado español por motivos escrupulosamente económicos, y como yo unos cuantos vascos con residencia fiscal en mis lares. Y desde el punto de vista de la gestión pública, me parece más operativo manejar una hucha cedida por el Estado que tres concertadas en nombre de los fueros (recordemos que son las diputaciones forales las que reciben el montante del cupo vasco y cada una es de su aita y de su ama).

Lo cierto es que debe haber algún interés en que vascos y cántabros sigamos llevando nuestra épica rivalidad traineril al ámbito económico porque cada dos por tres Alguien decide elevar a titular periodístico el eterno proyecto de conectar la villa de Castro Urdiales con Vizcaya, una infrestructura necesaria desde cualquier punto de vista por el volumen de desplazamientos que se producen a diario, pero que queda a expensas de la decisión que se tome acerca de la línea ferroviaria de ancho europeo entre Santander y Bilbao. Al margen de lo inútil de la noticia, por especulativa, opino que ya es hora de que nos tomemos como algo natural lo de poner el bien común por encima de cuestiones competenciales -y hasta donde yo sé, Patxi y Revilluca están de acuerdo en esto-. Y más allá de la anécdota local, hay que tomarse en serio el problema autonómico en la estrategia de salida de la crisis económica española. No sólo por lo que supone en términos de deuda y sobreactuación del sector público, sino por el empeño en supeditar la realidad económica a la administrativa. Sobra decir que Cantabria y Euskadi pertenecemos a la misma realidad económica, de nosotros depende seguir instalados en nuestros respectivos complejos o aprovecharnos mutuamente para el bien común.

Hay que recordar de nuevo aquello de que los ciudadanos votan con los pies. Y también las oportunidades de utilizar el sentido común. Lo que ocurre es que estas no vuelven en el próximo tren.

Saludos

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