No hay duda de que la información es uno de los puntos cruciales que afectan a la economía. Todos los teóricos sueñan con ver convertido en realidad ese supuesto en el que todos los agentes conocen perfectamente todas las variables que afectan a sus decisiones y actúan en consecuencia. Y como ya sabemos, los teóricos mantienen un sueño muy profundo desde Adam Smith -el padre de la economía.
En el mundo real o virtual en el que vivimos hoy existen muchos datos y poco conocimiento. Por eso los agentes económicos (empresas o peatones) no siempre tomamos decisiones coherentes. Para muestra, la Comisión Nacional de la Competencia empieza a sospechar que las informaciones sobre las subidas en los precios de las materias primas y de los alimentos en realidad son insinuaciones, tergiversaciones interesadas, manipulaciones con fines especulativos. Y que lo de la demanda disparada y la oferta escasa no es más que la coartada perfecta para hacer de la necesidad virtud y de la expectativa beneficio.
Pero no perdamos la esperanza. Una conocida cadena de centros comerciales ya ha implantado un teléfono rojo en el que los clientes que descubran precios más baratos podrán comunicarlo y ser compensados. No sabemos si el cliente se va a molestar en hacerle el trabajo sucio al departamento de marketing, pero si funciona, la burbuja alimentaria no va a perjudicar sólo a los consumidores sino a cualquier negocio que no pueda rascarse el margen comercial.
Mientras tanto, los consumidores podemos protestar haciendo huelgas como la convocada en Italia: un día sin pasta - la de sémola de trigo, no la del bolsillo. No me imagino aquí un día sin tortilla de patata o sin huevos fritos, pero podría hacer pupita en el humor nacional. Y no está el horno para bollos, que también van a subir de precio. O eso dicen.