Al menos esto es lo que aparenta ser la iniciativa francesa de coordinar políticas en torno a la crisis económica: una emboscada para devolver a la oveja descarriada a su redil, pero no precisamente para reírle las gracias, sino para regañarla por sus alardes de independencia. Lo cierto es que Jean Claude Trichet no es ningún halcón pero tampoco un corderito y dudo que se quede atrapado en el circo mediático y político que se ha creado en torno a la política monetaria del BCE. Que dejará de tener sentido el día que pierda su autonomía. He dicho.
De todos modos, hay que valorar positivamente el intento de plantar cara a la crisis de manera conjunta por el mensaje que se envía a los agentes económicos, con el aval del salvavidas solvente que representa Sarkozy -cuál es el problema que voy y lo arreglo-. Pero también hay que recordar dos cosas: en primer lugar, tenemos una armonización fiscal pendiente y eso SI es competencia de los estados miembros; en segundo lugar, una eventual bajada de tipos podría ser ineficaz en este momento de inflación elevada y baja rentabilidad del dinero -algo similar a la trampa de la liquidez de Keynes-. Dicho de otro modo, puede que el problema de nuestra economía mundial no sean los tipos de interés, por mucho que influyan en los costes, ya que si continúa la desconfianza no habrá inversión para recuperar el círculo virtuoso del crecimiento.
En el caso concreto español, el parón que sufre el sector de la construcción no se va a resolver con una bajada de tipos mientras no baje el precio de la vivienda. Otra cuestión es la recuperación del empleo y del poder adquisitivo en las familias que, a fin de cuentas, somos la base de la pirámide en el negocio residencial: los inversores de los escalones superiores sólo se animarán si saben que hay incautos por debajo deseosos -y capaces económicamente- de una vivienda en propiedad. Y ese timo va a tardar mucho en regresar a nuestra economía. Si es que vuelve.