Voy a empezar esta entrada apoyando una obviedad, de las de Pero Grullo: que el mérito debe contar a la hora de conceder becas. En la guerra el valor se presupone; en la economía no, porque los recursos no aparecen por generación espontánea. Es razonable que haya cierta condicionalidad a la hora de distribuir el dinero público y el privado: la prestación por desempleo está para cubrir un período de búsqueda activa de empleo, el crédito se concede para financiar proyectos que van a generar ingresos recurrentes, las Administraciones deberían invertir en infraestructuras que aseguren una rentabilidad económica o social (1). ¿Es eficiente y, sobre todo, equitativo, asignar recursos con criterios de igualdad, sin pedir algún resultado a las personas?
Bien, antes de seguir admito que soy muy consciente de que predico en el desierto. En España, esto de la meritocracia lo defendemos cuatro gatos escuálidos. Todo el mundo se ha subido al criterio de la igualdad de oportunidades y me temo que muy pocos lo hacen con conciencia crítica. La igualdad es un concepto chicle que puede ser machacado o estirado a conveniencia de cada uno y significa cosas distintas según la víctima de turno, de modo que hoy es posible defender que la red del AVE tiene que ser radial, que el crédito tiene que llegar por igual a todos los proyectos empresariales que entren por la puerta de cada entidad financiera y que todos los ciudadanos tenemos derecho a una vivienda digna… en propiedad.
Alguien me puede decir ahora que la educación no tiene nada que ver con lo anterior –por aquello de que entra en el mismo saco que la salud y las pensiones-. Me permito la osadía de discutirlo: la educación no es un bien homogéneo ni debemos pretender que lo sea. Tampoco lo es la sanidad, en el sentido de que no todos necesitamos el mismo tratamiento, pero es defendible que todos los ciudadanos podamos acceder a la misma cartera de servicios sanitarios y al mismo protocolo de actuación en caso de enfermedad. Lo que ya no está tan claro, con las conclusiones que va extrayendo la teoría y la práctica educativa, es que todos los alumnos tengan que pasar por el mismo aro pedagógico, esto es: mismos contenidos curriculares, misma metodología, misma lengua vehicular, mismo itinerario formativo, idénticos criterios de evaluación y calificación. Y no es defendible teniendo en cuenta que somos los padres los responsables de la educación de nuestros hijos, no el centro escolar ni mucho menos el Ministro Wertz. Y que un 6,5 sacado fuera de contexto no certifica ningún aprendizaje ni asegura la competitividad de nadie, ni aquí ni en Finlandia.
Hay quien defiende la enseñanza pública, tal y como está montada en nuestro país, para que el niño aprenda lo mismo que los demás y gratis. Y no veo que la LOMCE se plantee nada al respecto. Más bien al contrario, la enésima ley del ramo sigue vendiendo uniformidad disfrazada de igualdad de oportunidades y, por supuesto, gratis total. Con un ajuste en la nota exigible para recibir una beca, para que se vea que el Ministro es malo malote (a ver si le van a confundir con un buenista), y que tiene fácil solución vía inflado de calificaciones a los niños fiscalmente pobres. Que los españoles encontramos solución para todo, menos para diseñar un sistema educativo inteligente.
¿Qué echo de menos en nuestro sistema educativo? Pues más autonomía pedagógica para los centros educativos, más libertad para implantar sistemas alternativos (como el homeschooling, las escuelas unitarias, las cooperativas de padres y profesores o todas las variedades de e-learning que ya están pisando los talones a las clases magistrales de la Universidad en países como Estados Unidos), revisar el que algunas materias sean impartidas por funcionarios en lugar de por profesionales (¿un funcionario puede enseñar “cultura emprendedora”?) y aprovechar las nuevas tecnologías para ahorrar costes absurdos que no aportan nada al aprendizaje (lo siento por el negocio de las editoriales, a ver si vamos espabilando…). A fin de cuentas, son las personas las que hacen que un sistema sea exitoso, no el hecho de que sea financiado con impuestos, con créditos o con cargo a un fondo cooperativo, por citar tres alternativas posibles.
Por si alguien ha perdido el norte, comentaré que lo importante de un sistema educativo no es crear personas uniformes, sino personas libres, capaces de vivir en sociedad, de tomar decisiones, de utilizar el conocimiento y los recursos disponibles y contribuir a mejorarlos, de insertarse en una estructura económica y aspirar a una independencia financiera. Esta es mi visión liberal de la educación. Y para conseguir estos objetivos hace falta gente que se preocupe activamente por la educación de sus propios hijos, colaborando con el sistema y no delegando en el sistema. Este es el debate que hay que mantener, y no el mantra de si Borja Serrano tiene más oportunidades que Manolito Vallecas.
Que paséis buena semana, S2.
(1) Sí, la rentabilidad social se puede medir con indicadores de impacto y de rendimiento, lo que ocurre es que algunos se asustarían al comprobar que sus propuestas no son rentables ni económica ni socialmente. Ahí queda eso.