Te levantas tarde el fin de semana. Por inercia enciendes la tele a ver que ponen en la telebasura y das con el programa "El encantador de perros" de Cesar Millán. No parece lo más interesante para ver, más cuando como en mi caso nunca he tenido perro ni lo quiero (pelos, ladridos, babas, ¡buaj!). Como no ponen nada más, dejas ese canal puesto mientras relees alguna vieja revista. Al rato has dejado la revista y te has quedado embobado viendo como efectivamente Cesar "adiestra a los dueños de esos perros y rehabilita a los pobres animales". Parece ser que todo el truco consiste en tratar a los perros como perros y no como humanos, no "pegarles" nuestras neuras, dejarles claro quien domina y que espacio corresponde a cada quien, transmitirles una energía firme y tranquila y sobre todo condicionarlos adecuadamente cual perro de Paulov.
Tengo la sospecha de que, al menos los que no tenemos perros, automáticamente establecemos una analogía y donde dice "perro" ponemos "hijo", "novia", "sobrino" o cualquier otro ser humano que medio ladre a ratos. Al final el programa tanto si haces la analogía como si no se trata de un programa de psicología y de como cambiar comportamientos, ya se trate de un pitbull o de la perra de tu novia.
De lo que no hay duda es de que Cesar Millan es un maestro y tiene una facilidad brutal para leer tanto la psicología de los perros como la de sus amos y actuar en consecuencia para llevarlos a un estado en que todos estén mas confortables y felices.
Lo que me ha llamado la atención es cómo Cesar Millan adquirió ese don. ¿Fue acaso a una universidad de la Ivy League a estudiar veterinaria? ¿Tiene un doctorado en psicología animal? ¿Ha estudiado las conexiones neuronales de los cuadrúpedos?
¡No¡ Ni muchos menos. César Millán nació y pasó sus primeros años en una granja de Mazatlán en Sinaloa:
El niño César se levantaba de madrugada con su padre Felipe y con su abuelo Teodoro. Recogían agua del río y leña con las que cocinar y calentarse en esa pequeñísima casa de adobe alquilada. A pesar de que se llenaba de goteras cuando llovía, allí dentro vivían nueve personas (abuelos, padres y hermanos), y otros tantos perros afuera. César llevaba una vida asilvestrada, rodeado de animales. Después de acarrear cubas de agua y troncos, pasaba el día pastoreando las vacas del dueño del rancho para el que trabajaba su abuelo. La vida era pura supervivencia familiar, y César, ante la falta de atención de los mayores, encontraba en los perros a sus compañeros de faenas. Era uno más de la manada.
No tardó mucho tiempo en convertirse en líder. Caminaba por los polvorientos caminos de Mazatlán con un montón de perros detrás que le seguían allá donde iba. En plena adolescencia, obligado a ir a la escuela secundaria, sus compañeros le llamaban "el perrero", y no se acercaban a él por miedo a contraer enfermedades o pulgas. César era un apestado en el pueblo y el líder de la manada en el rancho.
"Nunca estuve solo, pero sí me sentí muy solo. Los perros llenaron ese vacío y yo me acostumbré a que me siguieran. Al principio me seguían los del rancho, después, todos".
Cesar era llamado el "perrero", su arte para entender a los perros no vino tras estudiar la teoría en ninguna escuela de alto rendimiento. Su conocimiento provenía de la más pura práctica y continua observación. Su historia nos demuestra que adquirir el conocimiento suficiente para operar en bolsa es posible si uno se entrega a estudiar su comportamiento. ¿He forzado la analogía? Evidentemente, si uno quiere ser cirujano va a necesitar práctica, pero la teoría es fundamental. En bolsa la teoría también es muy importante y el conocimiento máximo que podamos alcanzar nunca nos va a restar, ya que el conocimiento no ocupa lugar. Dicho esto hay que reconocer que la bolsa, sobre todo a plazos cortos e intermedios (1 año) es un fenómeno más psicológico que otra cosa y en el corto plazo los fundamentos y tecnicismos pintan poco.