Acceder

Conocer la historia

28 respuestas
Conocer la historia
Conocer la historia
Página
1 / 2
#1

Conocer la historia

Aunque no es propio del foro, quiero compartir esta web de "pasajes de la Historia" que he descubierto navegando por internet y que me parece muy interesante, para los amantes de la historia que imagino que seran bastantes en este foro, (todos los temas que toca estan relatados, por lo que no hace falta leerlos). Tiene tambien un foro:

Pasajes de la Historia, narrados por Cebrián con un cuidado ambiente sonoro y su inimitable estilo, probablemente uno de los espacios que más han acrecentado la leyenda de Juan Antonio. En 1995 nacieron "Los Pasajes de la Historia", 2 colaboradores se dieron de baja por circunstancias personales y hubo que buscar un recurso en apenas un par de días y así nacieron "Los Pasajes de la Historia"

http://www.32rumbos.com/pasajesdelahistoria.htm

#5

Re: Conocer la historia

El 23 de enero de 1516 moría en Madrigalejo, Cáceres, el rey Fernando el Católico. Hace hoy 500 años. El rey Fernando ha sufrido historiográficamente una polarización que ha lastrado su imagen. Unos historiadores lo han asimilado tanto a Isabel, su mujer, con la que se casó en 1469, que han reducido su significación a la condición de marido de la reina de Castilla en el escenario del matrimonio feliz y armónico que tanto se ha idealizado y sublimado.

El arquetípico tanto monta, monta tanto, en realidad, era incumplido por estos historiadores que ahogaban la figura de Fernando en el fondo bajo el aura dorada de su esposa, Isabel, la candidata a la santidad, la piadosa, discreta, esposa enamorada, madre amantísima. El, en cambio, Fernando ha sido visto por esta historiografía como el marido infiel, mirada torva, egoísta, avaro… Siempre segundón en el retrato comparativo que hicieron los cronistas de ambos.

En el otro extremo ideológico, la historiografía nacionalista catalana lo ha fustigado sistemáticamente, como rey de la dinastía castellana de los Trastámara, absolutista, enfrentado a su hermanastro Carlos de Viana, el hijo mayor de Juan II de Aragón, convertido éste en mito romántico, por su muerte oscura y precoz en 1561. No importa que Vicens Vives ya en los años treinta del siglo XX, demostrara que esta imagen de Fernando era pura quimera. El arquetipo negativo del Rey Católico sigue vigente.

A la hora de juzgar al rey Fernando hay que precisar en primer lugar la dificultad de separar su reinado del de Isabel. Se casaron en 1469 y ella murió en 1504. Treinta y cinco años juntos. Una unión matrimonial que desde luego, no fue unidad nacional tal y como entendemos hoy el concepto de nación. Castilla y Aragón siguieron manteniendo sus propias peculiaridades políticas, sociales y económicas. Ni el uno ni la otra tuvieron plena jurisdicción sobre la Corona que representaba cada cónyuge. Una gran parte de la nobleza castellana, cuando murió Isabel, demostró tener más simpatía por Felipe el Hermoso, marido de Juana la Loca que por Fernando. Ello determinó, en buena parte, la decisión de éste de casarse con Germana de Foix en 1505 y dar un giro a su vida, proyectándose, intensamente hacia Italia.

A la hora de juzgar a Isabel y Fernando no podemos, por otra parte, entrar en el concurso de méritos en torno a los acontecimientos decisivos que protagonizaron ambos y que tienen en 1492 su referencia fundamental: la conquista de Granada, la expulsión de los judíos o el descubrimiento de América. En estos hitos históricos, ciertamente, Fernando tuvo un papel más trascendente de lo que tradicionalmente se ha dicho. En particular, respecto al apoyo fundamental para que Colón llevar adelante su proyecto, como estudió Manzano, Fernando tuvo una participación trascendente en la decisión final a través de muchos funcionarios y asesores suyos que intervinieron en la aprobación final del viaje colombino. Fernando, por otra parte, se ufanó, no pocas veces, de su participación decisiva en la gestación del descubrimiento. En 1508 dirigiéndose al capítulo general de la Orden de San Francisco, reunido en Barcelona, hacía constar: «Haber sido yo la principal cabeza de que aquellas islas se hayan descubierto».

Pero la figura de Fernando el Católico emerge, con un significado especial, al margen de Isabel, por su perfil de político, en toda la dimensión cóncava del término. Lo resaltó Maquiavelo que lo escogió su obra El príncipe (1513) y lo acabó ratificando Baltasar Gracián en El político (1640). Fernando el Católico ha pasado, en definitiva, a la historia, como el pionero de la razón de Estado. Como ha recorrido Ángel Sesma, Fernando fue, de hecho, el primer monarca hispano en eliminar de su firma el nombre y dejar su sello en un incuestionable: yo el rey. Un rey autosatisfecho, como superador de infinidad de trances. Su obsesión en el marco de una vida extraordinariamente agitada, en la que no le faltó hasta un atentado como el que sufrió por parte del payés de remensa Juan Canyamares el 7 de diciembre de 1492, fue el equilibrio, la conjunción de los extremos.

Aragonés de Sos de Aragón, se movió siempre entre Castilla, Navarra y Cataluña, conjugando absolutismo y foralismo, demostrando una increíble capacidad de adaptarse a todas las situaciones. Esa virtud ya la subrayó el cronista Pulgar cuando escribió su retrato de Fernando: «la fabla igual ni presurosa ni mucho espaciosa. Muy templado en su comer y beber y en los movimientos de su persona porque ni la ira ni el placer facían en él alteración. Tenía la comunicación amigable. Home era de verdad, como quiera que las necesidades grandes en que le pusieron las guerras le facían algunas veces variar».

Los valores individuales, la apelación a la fortuna (que el tiñó de providencialismo) y la invocación de la necesidad como justificación o aval legitimador, principios de Maquiavelo marcaron siempre el ejercicio político de Fernando. Su relativismo moral le hizo buscar la conciliación de intereses distintos y distantes.

En el marco de la revolución catalana de 1640 siglo y medio después de su muerte, un texto anónimo se refería a él nostálgicamente: «Quien mayor entendió esta razón finísima de Estado fue el católico rey Don Fernando que tenía como regla que siempre que la balanza de la satisfacción del rey y del Reino estuvieran iguales sería durable el rey y el Reino».

El sueño de todo buen rey, la satisfacción conjunta del rey y del Reino. La monarquía española después de la muerte de Fernando el Católico se proyectó hacia otros horizontes: salió, en buena parte, del Mediterráneo, soñó con imperios lejanos, olvidó el pragmatismo de Fernando. Curiosamente en esta misma semana conmemoramos el tercer centenario del nacimiento del mejor rey Borbón, Carlos III, y el quinto centenario de la muerte de Fernando el Católico. Aquel rey Borbón que volvió de Italia en 1759 después de ser rey de Nápoles-Sicilia durante 25 años, para reinar en España, se une en nuestra memoria a Fernando, el Rey Católico, que se fue a Italia, porque parecía que los españoles no sabían valorar sus méritos. La ida y la venida de dos grandes reyes.

#6

Re: Conocer la historia

En estas horas sombrías es oportuno recordar la figura de quien creó de la monarquía en España un único reino y no la separación. Me parece indispensable recordar las palabras que Isabel pronunció ante el notario que pasaba a limpio su testamento pocas horas antes de su muerte: «Algunas veces me pregunto qué es lo que más debo agradecer a Dios, el marido que me dio, el mejor rey de España». También esa carta manuscrita del propio Fernando, que como un tesoro se guarda, expresa la síntesis de su sentimiento. Se conserva en la Academia de la Historia y en ella se revela que éste es uno de los ejes sustanciales de una monarquía, el amor y el entendimiento. Así lo demuestra en muchas ocasiones nuestro pasado histórico y también nuestro presente.
Significativamente, el matrimonio de Fernando con Isabel se concertó cuando aún no se conocían en un lugar de Cataluña, que por entonces estaba rasgada en dos pedazos por esos partido políticos que asimismo se llamaban «Vigaires» y «Buscaires». Esta tierra debe a Fernando el mayor agradecimiento. Cuando él sucedió a su padre, el principado se hallaba en una ruina tan profunda que sus impuestos no bastaban para pagar los intereses de la deuda. Para entonces, el monarca contaba ya con una experiencia valiosa, pues había vencido en la Guerra de Sucesión castellana y, sobre todo, demostrado que las contiendas civiles no se acaban sino cuando se hace uso de misericordia y concordia. Ninguno de los grandes nobles que se le opusieron perdió parte apreciable de sus bienes, los Villena o los Manuel siguieron ostentando papeles de gran confianza, aunque en el rincón último de su corazón permaneciesen las raíces del odio que siembra la derrota. Años más tarde, el propio Fernando lo explicaba a su pariente Juan de Portugal: «Hay que actuar de tal modo que el castigo pueda considerarse congratulación y misericordia».
Así procedió en Cataluña, incluso los dirigentes de la batalla contra su padre fueron llamados para colaborar en la recuperación. Gracias a los recursos que Castilla proporcionaba Fernando pudo, en un tiempo muy breve, dar la vuelta al eje. Otorgó a Cataluña monopolios como el del comercio del coral y de la seda y, en cierto modo, también el de la sal. Negoció con el soldán de Egipto, reabriendo el fonduk de Alejandría y, de pronto, Barcelona volvió a encontrarse en aquellos altos niveles de prosperidad que alcanzara antes de que sobreviniera el «desgabel». Por ello, si a alguien se le debe rendir, en estos momentos, un homenaje en su memoria es a él. Además del retorno de la prosperidad, también el Rosellón y la Cerdaña retornaron a ser catalanes, hasta que, otra vez, en el XVII las querellas partidistas consiguieran que se perdieran.
Así era Fernando, el constructor de una nueva sociedad. En Castilla reinó dos veces, aunque no fuera titular de la Corona, porque su esposa Isabel y luego su hija Juana, a su debido tiempo, le entregaron poderes completos para gobernar. Y, de este modo, construyó en todos los reinos ese esquema que más adelante Montesquieu presentaría como fundamento imprescindible de la sociedad: poder legislativo, en las Cortes, otro judicial, en la Cancillería o Audiencia, y otro ejecutivo, finalmente en el Consejo. Entre rey y reino había un contrato libre, ya que ambas partes lo juraban y sus términos se hallaban en las leyes, usos y costumbres a las que los documentos se refieren como libertades del reino.
De este modo, llegó a término un proceso que entre 1344 y 1348 se iniciara y que venía a ser constitucional, pues esas leyes fundamentales explicaban de qué modo están formados los reinos, no meros proyectos versátiles hacia el futuro. Las Cortes podían mejorar las leyes, pero no sustituirlas. Así, también pudo poner fin a la servidumbre que aún gravitaba sobre Cataluña pese a los muchos intentos que se hicieron por terminar con ella. Es muy significativo que la decisión de arrancar hasta la ultima raíz a la servidumbre se tomara en Guadalupe, entonces la mansión más importante de los Jerónimos. Un nombre de procedencia árabe que hoy aparece como eje emocional de la cristiandad latina en América. Allí, a Guadalupe, se retiraba el rey a solas con su esposa cuando las circunstancias difíciles requerían el meditar.
Un error, sin duda
Naturalmente los que rechazan la memoria de este gran hombre acuden al decreto de prohibición del judaísmo. Un error sin duda. Pero no hay que olvidar que todos los grandes hombres también los cometen. Fernando e Isabel, que nunca mostraron repulsa contra los judíos –entregar a la Administración del Estado y el vientre de la reina al cuidado de judíos así nos los demuestra–, ahora heredaban una situación que jugaba peligrosa. Desde el terrible holocausto de 1392, que liquidaba en Valencia y Barcelona las aljamas, venía repuntando un ambiente lleno de amenazas para el rey que era preciso resolver. Y con indudables argumentos políticos llegó a la solución, ya empleada en otros países europeos, de que si el judaísmo dejaba de coexistir no había problema. A Fernando le hubiera gustado que se convirtieran, de hecho él fue padrino del rabino Abraham Senneor, a quien se le dio el mismo nombre. El error estaba en otra parte: además del abandono del principio de amor y tolerancia, se estaba prescindiendo de uno de los más importantes valores de la cultura española; pese a todo, Fernando no ignoraba que en su venas circulaban gotas de sangre judía.
Aquella monarquía estaba llamada a desempeñar un gran papel con el descubrimiento de América, pues allí estaba un continente y no unas pequeñas islas. Demasiado pronto para tomar decisiones políticas, los reyes tomaron sin embargo otra capital: los indios eran seres humanos y como tales tenían que ser tratados. Un mundo nuevo que hoy llena los vastos horizontes. En el otro extremo negociaban con los mamelucos en Egipto, que a cambio de dinero catalán otorgaron a España el patronato sobre las comunidades cristianas en Tierra Santa. Una condición que se conservaría hasta el final de la monarquía hispana que iba a ser lazo de relación y protección para los judíos que habían escogido el exilio. Pocos saben que la instalación de Melilla se debe a datos de dos de estos sefardíes instalados en el norte de África.
Es hora de poner fin a esta especie de memorándum. Fernando topó con un enemigo inesperado: Francia, que actuó como freno de la política mediterránea con Cataluña como base económica y la venció. Fueron precisamente aquellos veteranos de la guerra de Granada a las órdenes de un noble frontero, Gonzalo Fernández de Córdoba, los que cambiaron la estrategia, dando superioridad a la infantería y a los cañones frente a los caballos.
Aun así, no hubo obstáculos para que los españoles siguieran acudiendo a la universidad de París, sin embargo, para los reyes todo se hallaba centrado en dos fuentes del saber: Salamanca y Valladolid, en ambos claustros aparece grabado el nombre de Fernando. Y con mucha razón. Salamanca brindó a Europa el reconocimiento de los derechos naturales humanos y Valladolid enseñó a médicos venidos de todas partes cómo practicar la investigación de cadáveres.
El 23 de enero de 1516, en una finca propiedad de los Jerónimos de Guadalajara llamada Madrigalejo, murió Fernando con esa preocupación por una España que para él fue la mayor de las obligaciones.

Leer más: Fernando, el rey de la Unión http://www.larazon.es/cultura/fernando-el-rey-de-la-union-PB11763084#Ttt1J2SV7HMIk33a
Convierte a tus clientes en tus mejores vendedores: http://www.referion.com

#7

Re: Conocer la historia

Amado por los italianos y los aragoneses; odiado por los nobles castellanos del periodo, que le designaban de forma despectiva como «ese viejo catalán», y defenestrado por los nacionalistas catalanes de hoy. No parece muy lógico que uno de los estadistas más hábiles de la historia de España sea objeto de opiniones negativas de personas tan distantes. ¿Cómo se comprende este contradictorio juicio?

Nadie es profeta en su tierra, se suele decir, pero no hay refrán para cuando alguien nace entre dos. Fernando «El Católico» era hijo de Juan II «El Grande», quien a su vez era descendiente de Fernando de Trastámara, el primer Rey de Aragón procedente de la célebre dinastía castellana que Isabel «La Católica» compartía con su marido. Por su parte, la madre de Fernando, doña Juana Enríquez, también era Trastámara, pero procedía de una rama derivada de ésta: los Enríquez. Es decir, Fernando era tan aragonés o menos que castellano, cuya lengua era la que usaba a nivel cotidiano, aunque la nobleza castellana pretendiera lo contrario.

Nacido en Sos del Rey Católico (al noroeste de la provincia de Zaragoza), Fernando heredó el instinto político de su padre, y ya desde pequeño destacó por su inteligencia. Lucio Marineo Sículo lo describe de niño: «Mas ayudándole las grandes fuerzas de su ingenio y la conversación que tuvo de hombres sabios, así salió prudente y sabio, como si fuera enseñado de muy doctos maestros». A la muerte de su esposa, Juan buscó nuevos aliados en Castilla, pues estaba necesitado de una potencia que pudiera ayudarle a mantener sus posesiones en Italia frente a la amenaza que suponía Francia. La joven hermana de Enrique IV, la futura Isabel «La Católica», se postuló como la aliada perfecta y la mejor esposa para el joven Fernando. Ambos eran primos en segundo grado y tenían prácticamente la misma edad.

Retrato de Fernando «El Católico»
Retrato de Fernando «El Católico»- ABC
Fernando e Isabel se enamoraron de forma instantánea al encontrarse en Valladolid. Fernando, de hecho, estaba considerado un príncipe apuesto con «los ojos garzos, las pestañas largas muy alegres sobre gran honestidad y mesura; los dientes menudos y blancos, risa de la cual era muy templada y pocas veces era vista reír como la juvenile edad lo tiene por costumbre». En los primeros años de su matrimonio, las circunstancias políticas dieron pocos motivos para reír a los Reyes Católicos. La guerra contra Enrique IV y posteriormente su hija Juana «La Beltraneja» involucró a los aragoneses en el conflicto y fue la probable causa de que la nobleza castellana no terminara de ver con buenos ojos al aragonés. La guerra hace tantos amigos como enemigos.

Fernando no era exactamente Rey consorte de Castilla. Era algo más que eso, tenía competencias que le acercaban a la autoridad de su esposa, que recibía un tratamiento similar en la Corona de Aragón. Solo la Reina podía nombrar a los dignatarios de Castilla, pero el Rey podía hacer uso de algunas rentas castellanas. Bajo estas condiciones, Fernando reinó en Castilla durante treinta años, lo cual no bastó para ganarse la simpatía de los grandes nobles de este territorio cuando Isabel murió en 1504.

La nobleza se decanta por Felipe «El Hermoso»
En noviembre de 1504, Fernando proclamó a su hija mayor, Juana «La Loca», Reina de Castilla y tomó las riendas de la gobernación del reino acogiéndose a la última voluntad de su esposa. Sin embargo, Felipe «El Hermoso», marido de la Reina, se apoyó en varios pesos pesados de la nobleza castellana, véase el Marqués de Villena o el Duque de Nájera, que creían que «el viejo catalán» debía regresar al fin a sus tierras. De esta opinión era Juan Manuel, antiguo embajador de los Reyes Católicos, ahora consolidado como hombre clave de Felipe, que preparó el terreno para la salida de Fernando.

Otros como el Cardenal Cisneros, que anteriormente habían sido fieles a Fernando, se «pusieron al servicio de Felipe I, aun sin oponerse directamente a su antiguo jefe, el Rey Fernando», explica Yutaka Suzuki en su excelente libro «Personajes del siglo XV: Orígenes del Imperio español». Y aunque en la Concordia de Salamanca (1505) se acordó un gobierno conjunto de Felipe, Fernando «El Católico» y la propia Juana, esta situación terminó con la llegada del borgoñés a la península con un destacamento de hombres armados, quien convenció a la mayor parte de la nobleza castellana, a base de regalos y concesiones, de que el suponía una amenaza menor que la procedente de un Rey aragonés en Castilla. Visiblemente ofendido, Fernando se retiró a Aragón y Felipe fue nombrado Rey de Castilla el 12 de julio 1506 en las Cortes de Valladolid con el nombre de Felipe I. Un reinado que solo duraría dos meses.

A su regreso a Castilla, Fernando, gobernador del reino, encerró a su hija, que había mostrado un comportamiento inquietante durante el cortejo fúnebre de su marido
Fernando era un personaje poco simpático entre los nobles, pero seguía teniendo importantes aliados. Su primo, el poderoso noble castellano Fadrique Álvarez de Toledo, II Duque de Alba, defendió sus derechos cuando todos le dejaron de lado y regresó junto a él cuando la súbita muerte de Felipe I, quizás a causa de alguna clase de veneno, dejó vacante el trono. A su vuelta a Castilla, Fernando, gobernador del reino, encerró en Tordesillas a su hija, que había mostrado un comportamiento inquietante durante el cortejo fúnebre de su marido, y asumió la regencia hasta 1507. Luego sería Cisneros quien sujetaría este cargo hasta la llegada de Carlos I.

El retorno de Fernando a Castilla, no obstante, tuvo cierto aire a obligación. No podía olvidar tan fácilmente que la nobleza le había dado la espalda cuando se trató de elegir entre él o un extranjero, por lo que su gobernación en este reino se limitó a mantener el estatus quo sin emprender grandes empresas. Con la única excepción de la conquista de Navarra. Así, Fadrique Álvarez de Toledo anexionó por las armas el Reino de Navarra a la Corona de Castilla, amparado en una bula del papa Julio II, como parte de un complejo plan de Fernando y de su nueva esposa, la francesa Germana de Foix, que no podía involucrar directamente a Aragón.

«La rendición de Granada», por Francisco Pradilla
«La rendición de Granada», por Francisco Pradilla- Museo del Prado
Por el contrario, Fernando dedicó la mayoría de sus esfuerzos a partir del fallecimiento de su esposa en consolidar sus victorias sobre los franceses en Nápoles y Sicilia. Su labor política allí le granjeó los elogios del afilado Nicolás Maquiavelo: «Vive en nuestros días Fernando de Aragón, Rey de España. Casi puede llamársele príncipe nuevo porque se ha convertido, por propio mérito y gloria, de Rey de un pequeño Estado en primer soberano de la Cristiandad». No obstante, Henry Kamen advierte en su último libro, «Fernando El Católico» (Esfera de los libros, 2015), sobre los peligros de quedarse en esta visión mitificada del Monarca, puesto que el filósofo y diplomático apenas coincidió personalmente, si es que lo llegó a hacer, con el aragonés. «Maquiavelo se inventó una figura de Fernando que coincidía con la imagen que los italianos esperaban encontrar en el hombre que había expulsado a los franceses, pero que no era un retrato cierto», recordó el hispanista en una entrevista con ABC el pasado mes de diciembre.

Castilla le ignora; Cataluña le ataca
Al igual que los italianos mitificaron las virtudes de Fernando, los castellanos tendieron con el paso de los siglos a rebajar sus méritos y atribuirle a Isabel «La Católica» la mayor parte de los éxitos de los Reyes Católicos. La prueba de ello es el escaso número de biografías dedicadas a este monarca, frente a otros personajes del periodo como su propia esposa, que sí han contado con historiadores interesados en reconstruir su vida.

¿Cuánto hay de cierto en el retrato de Fernando como destructor de las instituciones de Cataluña? A juicio de Kamen «no hay ninguna evidencia histórica»
El otro de los problemas contemporáneos en torno a la figura de Fernando es que la mitología nacionalista le ha convertido en el objetivo habitual de sus ataques. Al principio, los autores catalanes, coincidiendo con el movimiento cultural de la «Renaixença», elogiaron al monarca que «reuniendo en una sola corona la de Aragón y la de Castilla, había hecho grande a la de España», escribió en 1846 Antoni de Bofarull en su libro «Hazañas de los catalanes». Sin embargo, el surgimiento del nacionalismo catalán a finales del siglo XIX hizo que la imagen de Fernando sufriera un vuelco.

A partir de entonces el nacionalismo le presentaría como el hombre que había propiciado el declive de Cataluña en favor del dominio de Castillo. Estos autores, entre los que se incluían el poeta romántico Ángel Guimerá o el escritor nacionalista Enric Prat de la Riba, destacaban que el ascenso de los Reyes Católicos había traído consigo el declive económico y demográfico de esta región de la Corona de Aragón.

¿Cuánto hay de cierto en el retrato de Fernando como destructor de las instituciones y del progreso de Cataluña? A juicio de Kamen «no hay ninguna prueba ni evidencia histórica que apoye o sostenga estas afirmaciones». Si bien durante el siglo XV tuvo lugar un claro declive económico en la ciudad de Barcelona –enclave comercial de la Corona de Aragón y sus territorios en el Mediterráneo–, éste se produjo antes de la llegada de los Reyes Católicos. Entre 1462 y 1472, la ciudad de Valencia alcanzó un mayor desarrollo y superó por primera vez comercialmente a Barcelona. Fue una crisis pasajera motivada por razones demográficas y por epidemias, que no remitió definitivamente hasta el siglo XVII. Echarle la culpa a los Reyes Católicos carece de base.

«Jura de los fueros de Vizcaya por Fernando»
«Jura de los fueros de Vizcaya por Fernando»- Casa de las Juntas Generales de Vizcaya
Lo que los nacionalistas se cuidan en ocultar es que Fernando dio carpetazo a los conflictos que su padre, Juan II de Aragón, había mantenido con la ciudad de Barcelona por distintas cuestiones. Fernando fue visto como un amigo y un libertador de las tierras catalanas, al menos al principio del reinado. Durante su etapa como Conde de Barcelona –señala Jordi Canal en su reciente «Historia Mínima de Cataluña» (Editorial Turner, 2015)– «se dieron pasos definitivos para la recuperación económica de Cataluña tras la crisis iniciada con Juan II en el trono». Fernando, no en vano, reformó las instituciones aragonesas: reforzando la representación del monarca en los reinos a través de la figura del virrey e introduciendo la moderna Inquisición a mitad de la década de 1480, lo cual levantó, como resulta evidente, enormes quejas en este territorio. Pero si hubiera que definir el reinado de Fernando y su relación con Barcelona, el punto a destacar sería su pragmatismo y su intención pactista.

Tal vez el intento de magnicidio del 7 de diciembre de 1492 sea el principal culpable de distorsionar la auténtica relación entre Cataluña y los Reyes Católicos. Así, cuando salía de la capilla de Santa Ágata de una audiencia de justicia, el Rey Católico fue acometido por un payés llamado Joan de Cañamares que le infirió una cuchillada en el hombro. «¡O, Santa María, y valme! ¡O, qué traición!», gritó Fernando el Católico al recibir una puñalada en la nuca, según el cronista Andrés Bernáldez. Inmediatamente, los guardias reales saltaron sobre el agresor, Juan de Cañamares, y no lo mataron allí mismo porque el rey se lo impidió. Prefirió dejarlo en manos de la Inquisición, que lo condenó a muerte por intento de magnicidio. Nunca se hallaron razones políticas detrás del suceso, aunque a la mitología nacionalista no le hayan faltado ganas de insinuarlas.

#8

Re: Conocer la historia

Con ellos alcanzó su cénit el antisemitismo .... conocer la Historia (con mayúsculas).

El silencio es hermoso cuando no es impuesto.

#10

Re: Conocer la historia

¡Hombre!, el tonto-mota. Ya me estabas defraudando, tanto tiempo sin repetirte con la misma coña. Además, copiada.

Por cierto, si no habías caído en que el antisemitismo a gran escala empezó en Europa con tus amados reyes católicos, a lo mejor podemos comentar el enorme fraude del "affaire Beltraneja" ... Conocer la Historia (con mayúscula).

El silencio es hermoso cuando no es impuesto.

#11

Re: Conocer la historia

Todos los imperios necesitan héroes propios, y España no fue una excepción. Cuando la unión de los reinos hispánicos dio origen al imperio militar que disputó la hegemonía de Europa en los siglos XVI y XVII, los españoles se percataron de que los personajes clásicos, sobre todo griegos y romanos, ya no servían para hablar de la heroicidad y el sacrificio. Se necesitaban urgentemente héroes nacionales. Fue así como a finales del siglo XV se impuso en el imaginario colectivo una generación de personajes heroicos a medio camino entre la historia y la leyenda. Una muestra de esta hornada de héroes modernos es Diego García de Paredes, «el Sansón extremeño», así como el hombre al que siguió con devoción en sus campañas, Gonzalo Fernández de Córdoba, el «Gran Capitán».

Diego García de Paredes nació en Trujillo en torno al año 1468. Y poco se sabe de su infancia y juventud más allá de que aprendió a escribir y leer, pese a que ya entonces se inclinaba claramente por el oficio de las armas. Los historiadores no se ponen de acuerdo en sí participó o no en la Guerra de Granada, que terminó con la rendición final de 1492. Pero de lo que no cabe duda es que en 1496, tras el fallecimiento en Trujillo de su madre, Diego García de Paredes ya se encontraba en Italia buscando fortuna como soldado. En ese momento, Gonzalo Fernández de Córdoba combatía en Nápoles contra las ambiciones francesas de anexionarse este reino, tradicionalmente bajo la esfera de Aragón. Sin embargo, la actividad militar estaba parada a la llegada de García de Paredes, quien decidió desplazarse a Roma para ofrecerse como guardia del Papa Alejandro VI, de origen español.

Alejandro VI, asombrado por la fuerza del extremeño, le nombró miembro de su escolta
Según relata Antonio Rodríguez Villa en «Crónicas del Gran Capitán», el Papa accedió a contratar al extremeño tras presenciar por casualidad como Diego García de Paredes se impuso en una disputa callejera contra un grupo de más de veinte italianos. Armado solamente con una barra de hierro, el soldado español destrozó a todos sus rivales, que habían echado mano de las espadas, «matando cinco, hiriendo a diez, y dejando a los demás bien maltratados y fuera de combate». Alejandro VI, asombrado por la fuerza del extremeño, le nombró miembro de su escolta.

Nace la leyenda hercúlea en Cefalonia
Bien puede tratarse de una exageración de lo que realmente ocurrió, como la mayoría de sus hazañas, pero lo cierto es que Diego García de Paredes adquirió rápidamente gran fama como espadachín en Italia. Tras matar durante un duelo a un capitán italiano de la confianza de los Borgia, el extremeño pasó a los servicios del Duque de Urbino, una de las familias rivales del Pontífice. No en vano, su tiempo como soldado a sueldo quedó aparcado cuando el «Gran Capitán» reclamó hombres para recuperar Cefalonia, una ciudad de Grecia que había sido arrebatada por los turcos a la República de Venecia. Durante el interminable asedio a esta localidad, los turcos usaron un garfio para elevar a Diego García al interior de su muralla. Una práctica muy habitual en los asedios de la época, que era posible gracias a una máquina provista de garfios que los españoles llamaban «lobos», con los cuales aferraban a los soldados por la armadura y los lanzaban contra la muralla.

El «gigante extremeño» consiguió zafarse de las ataduras en lo alto de la fortificación y resistió el ataque de los otomanos durante tres días, donde a cada instante «parecía que le aumentaba las fuerzas con la dificultad». Una vez reducido, los turcos respetaron la vida del extremeño con la intención de usarlo para el intercambio de prisioneros. No en vano, el soldado español escapó por su propio pie y se unió al combate, poco antes de la rendición turca. Fue aquella gesta el origen de su leyenda y cuando comenzó a ser conocido como, entre otros apodos, «el Sansón de Extremadura», «el gigante de fuerzas bíblicas» y «El Hércules de España».

Ya convertido en un mito andante, Diego García se reincorporó a los ejércitos del Papa a principios de 1501. César Borgia tenía puestos los ojos en la Romaña y permitió que las ofensas pasadas quedaran olvidadas. El hijo de Alejandro VI le nombró coronel en el ejército que participó en las tomas de Rímini, Fosara y Faenza. Pero tampoco duró mucho esta nueva asociación con los Borgia, puesto que ese mismo año acudió a la llamada del «Gran Capitán» para luchar en Nápoles.

Retrato de Diego García de Paredes grabado por Juan Schorquens

Se presumía, por las tropas y recursos invertidos, que quien venciera en esta ocasión se haría definitivamente con el reino italiano. El «Gran Capitán» se valió de la fama ganada por «el Sansón de Extremadura» para combatir a los franceses, quienes le «temían por hazañas y grandes cosas que hacía y acometía». Y de nuevo, es difícil estimar cuánto hay de realidad y cuánto de ficción en los episodios bélicos que supuestamente protagonizó García de Paredes. Así, aunque está confirmada su participación en las batallas de Ceriñola y de Garellano en 1503, más cuestionable es el relato sobre una escaramuza previa a esta segunda batalla donde el extremeño, contrariado con una decisión táctica del Fernández González de Córdoba, se dirigió en solitario hacia las tropas francesas y causó cerca de 500 muertos. «Túvose por género de milagro, que siendo tantos los golpes que dieron en Diego García de Paredes los enemigos... saliese sin lesión», explica una de las crónicas.

De pirata a Caballero de la Espuela Dorada
Tras el final de la guerra en Italia en 1504, Nápoles pasó a la Corona de España y el «Gran Capitán» gobernó el reino napolitano como virrey con amplios poderes. Como agradecimiento a sus servicios, Gonzalo Fernández de Córdoba nombró a Diego García de Paredes marqués de Colonnetta (Italia). Sin embargo, cuando el «Gran Capitán» cayó en desgracia, la defensa que hizo «el Sansón de Extremadura» de su antiguo general le costó la pérdida del marquesado de Colonnetta y forzó un exilio voluntario de la corte. Durante años, el soldado extremeño se dedicó a la piratería en el Mediterráneo, teniendo como presas favoritas a los barcos berberiscos y franceses.

El extremeño acompañó al emperador por Europa, quien le nombró Caballero de la Espuela Dorada
En 1508, Diego García de Paredes recuperó el favor real y se unió a la campaña española para conquistar el norte de África. Durante estos años Paredes participó en el asedio de Orán, fue maestre de campo de la infantería española que el emperador de Alemania usó para atacar a la República de Venecia, y sirvió como coronel de la Liga Santa al servicio del Papa Julio II en la batalla de Rávena, entre un sinfín de gestas militares.

Con la irrupción de Carlos V en España, gran admirador de su leyenda, el extremeño acompañó al emperador por Europa, quien le nombró Caballero de la Espuela Dorada, sirviendo a este en Alemania, Flandes, Austria y en todos los conflictos acontecidos en España, desde la Guerra de los Comuneros a la conquista de Navarra. En 1533, tras regresar con Carlos V de hacer frente a los turcos en el Danubio, Diego García de Paredes falleció por las heridas sufridas durante un accidente a caballo cuando jugaba con unos niños a tirar con la lanza unos palos en la pared. Lo que no habían conseguido quince batallas campales y diecisiete asedios, lo alcanzó un juego infantil: matar al gigante.

#12

Re: Conocer la historia

¿Pero qué es eso de la Corona de España?, en aquellos tiempos no existía esa corona ... Conocer la Historia (con mayúscula).

El silencio es hermoso cuando no es impuesto.

#13

Re: Conocer la historia

Se cuenta que cuando Carlos III implantó ordenanzas para limpiar las calles de Madrid las protestas populares le hicieron pronunciar la siguiente frase: "mis vasallos son como los niños: lloran cuando se les lava". A los pueblos no les suelen gustar las novedades ni los individuos que les abren nuevas puertas. Así se comprende el rechazo que tuvieron los planes de los Reyes Católicos entre muchos de sus súbditos y los intentos de romper la Unión de Reinos. En los años posteriores a la muerte de la reina Isabel la Católica muchos nobles castellanos prefirieron unos portazgos o una aldea para sus señoríos antes que el futuro que asomaba en las Indias, el Mediterráneo o Europa.

Pero el egoísmo y la cortedad de miras no eran patrimonio sólo de los castellanos. En 1483, con la Monarquía asentada y la guerra de Granada comenzada, el rey Fernando, segundo de su nombre en Aragón, convocó Cortes para discutir la conquista del Rosellón y la Cerdaña, tierras al norte de los Pirineos que los franceses habían ocupado y que el rey Carlos VIII se negaba a devolver pese a la orden de su padre Luis XI en su testamento. Fernando convocó Cortes simultáneas de su Corona en Tarazona, pero no mezcladas: cada parte del reino se reuniría por separado en la villa.

Los reyes se encontraron con la sorpresa de que los catalanes, que iban a ser los más beneficiados de recuperarse los condados pirenaicos consideraron contrafuero que las Cortes se convocasen fuera del principado y se negaron a acudir; además convencieron a los valencianos de que tampoco fueran a Tarazona. Los procuradores aragoneses sí acudieron y presentaron una lista de agravios (greuges) para enredarse con el rey en "interminables discusiones" y de esta manera no implicarse.

Luis Suárez (Los Reyes Católicos) describe la reacción de la reina:

"Isabel no salía de su asombro: que ella estuviese dispuesta a suspender la guerra de Granada y volcar los recursos de su reino en una empresa privativa de la Corona de Aragón y fuesen catalanes, valencianos y aragoneses quienes se oponían, le resultaba incomprensible. (…) En consecuencia, que Fernando siguiera, si así lo deseaba, perdiendo el tiempo en Tarazona. Ella tornaba a Andalucía para continuar la guerra."

Los "jabalíes espumarajeantes"

Una situación más grave se planteó con la muerte del príncipe de Asturias. Como narra Manuel Fernández Álvarez (Historia de España de Menéndez Pidal),

"La dinastía es aquí la única institución que va forjando lentamente la unidad nacional. Su consecuencia se puede comprender fácilmente: cualquier problema de sucesión se transforma, al punto, en un problema de unidad nacional."

La crisis política se planteó al morir el príncipe Juan en 1497. Se agravó a medida que fallecían la infanta Isabel (1498), su hijo Miguel de la Paz (1500) y la propia reina (1504). "Y no se cierra hasta veinticinco años después al liquidarse las rebeliones de comuneros y agermanados". Las Cortes de 1502 y 1503 habían suplicado a la reina que pusiese en orden la sucesión.

Felipe de Habsburgo, duque soberano de Borgoña y príncipe de Castilla por su matrimonio con la infanta Juana (1496), rondaba como un buitre la herencia de su esposa. El embajador de los Reyes Católicos en la corte borgoñona, Gutierre Gómez de Fuensalida, comunicó a sus señores que Felipe se tituló príncipe de Asturias en cuanto supo la muerte de Juan de Trastámara. Además, Felipe, rompiendo las directrices de su padre Maximiliano y sus suegros, había comenzado el acercamiento al rey de Francia.

El viaje del matrimonio a España para jurar como herederos se realizó a través de Francia. Su duración (de noviembre de 1501 a finales de enero de 1502) y los agasajos que recibieron Juan y Felipe de Luis XII, así como el comportamiento de éstos en Castilla confirmaron a los Reyes Católicos que su hija estaba enloqueciendo y su yerno les abandonaba por el francés.

En la agonía de la reina Isabel, los nobles eran "como jabalíes espumarajeantes, con el deseo y a la expectativa de un profundo cambio" (Pedro Mártir de Anglería).

El gran conspirador: el señor de Belmonte

Una de las grandes obras de la Monarquía autoritaria de los Reyes Católicos había consistido en quebrantar la soberbia de los linajes castellanos, que habían arrasado el reino de cabo a rabo y saqueado el patrimonio de la corona en los reinados anteriores, sobre todo en el de Enrique IV (1454-1474). Les obligaron a desmochar sus torres, cegar los fosos de sus castillos y dispersar sus mesnadas, así como a devolver muchos de los señoríos y fortalezas de los que se habían apoderado. Sólo por esta labor, el reinado de Isabel y de Fernando merece ser llamado progresista.

El mayor conspirador fue Juan Manuel de Villena, señor de Belmonte y embajador de los Reyes Católicos ante los duques de Borgoña, "hombre tramoyista y urdemalas" (v. Luys Santa Marina, en Cisneros). Él formó el partido flamenco en Castilla, cuyas principales cabezas fueron el conde Benavente, el duque de Nájera, el duque de Medinasidonia y el marqués de Villena. La señal para la rebelión fue la protesta del duque de Nájera contra las Cortes de Toro, que aceptaron el testamento de la reina Isabel y nombraron a Fernando gobernador del reino. Pronto apareció un embajador de Felipe, el señor de Veyre, con cartas para el alto clero, los grandes y las ciudades. Juan Manuel llegó a escribir al Gran Capitán, virrey de Nápoles.

Al preparar el viaje de Borgoña a España, Felipe y el partido flamenco humillaron a Fernando, haciéndole correr en busca de los nuevos monarcas. Éstos, en vez de desembarcar en Laredo, lo hicieron en La Coruña. El duque de Medinasidonia había ofrecido sus puertos en Andalucía. El marqués de Astorga no dejó a Fernando el Católico penetrar en sus tierras. Al final, el Trastámara y el Habsburgo se reunieron cerca de Puebla de Sanabria; el primero con un reducido cortejo y el extranjero rodeado de cientos de soldados alemanes y nobles armados. Fernando tuvo ánimo para burlarse de sus antes callados nobles porque disimulaban sus armaduras debajo de los vestidos, como el conde de Benavente y su antiguo embajador Garcilaso de la Vega.

El anuncio del matrimonio de Fernando el Católico con Germana de Foix (reacción a la política francófila de Felipe) molestó muchísimo en Castilla y la presencia de la francesita en Valladolid aumentó el enfado popular.

Las filas del Trastámara siguieron clareando: el obispo Deza, presidente del Consejo Real, se pasó a Felipe. Para quitarle más aliados al viejo rey, el borgoñón pidió al papa Julio II que llamase a Roma a varios prelados, uno de ellos Cisneros, arzobispo de Toledo. El pontífice, no lo hizo y le recomendó amistad con su suegro. Sin embargo, Cisneros se acercó a Felipe, aunque por "alta cuestión de Estado", para evitar la guerra civil. El Austria expulsó a su suegro de Castilla por medio de la Concordia de Villafáfila y, encima, no le permitió ver a su hija. El único grande que se unió al cortejo del vencido fue el duque de Alba.

Ese mismo año de 1506 volvió a haber embajadores entre Castilla y Aragón, "circunstancia que no se daba desde hacía casi tres decenios" (v. Miguel Ángel Ochoa Brun, en Historia de la diplomacia española).

Los nobles empezaron a rasgar la túnica. El almirante de Castilla se rebajó a pedirle al nuevo monarca que le diese los bienes de un vecino de Valladolid acusado de herejía. A Juan Manuel, que ya había sido nombrado caballero de la Orden del Toisón de Oro, el rey le concedió la tenencia del alcázar del Segovia y el castillo de Burgos, y a Charles de Poupet el castillo de Simancas, propiedad de la Corona y antes del almirante de Castilla. El duque de Medinasidonia sitió Gibraltar, ciudad de realengo, pero fue derrotado. A la crisis política y dinástica se unieron malas cosechas y hambrunas.

La avaricia de los flamencos y la altivez de los grandes reforzaba el partido fernandino, formado por las ciudades y la burguesía. Aunque no tenía fuerzas suficientes para oponerse al otro, su número aumentaba día a día.

El retorno del rey

"El haz de saetas de Isabel se desmadejaba por momentos" (Luys Santa Marina). Pero en Burgos un día caluroso, un partido de pelota y un vaso frío de agua pusieron fin a la vida de Felipe, tan apuesto como botarate.

Cisneros se hizo con la presidencia de la Junta provisional de gobierno, que acordó una tregua entre los dos bandos por noventa días a partir del 1 de octubre de 1506, y mandó recado al rey Fernando para pedirle que volviera a ejercer la regencia, dada la incapacidad de su hija.

El partido antifernandino prosiguió sus maquinaciones: ofreció a Maximiliano I la regencia, trató de apoderarse del infante Fernando y hasta planeó sacar del convento portugués en el que se encontraba a Juana la Beltraneja y casarla (Ochoa Brun). Maximiliano propuso a Fernando que tomase el título de emperador de Italia y repartir la herencia de los Trastámara y Habsburgo entre los hijos varones de Juana y Felipe.

Fernando regresó a España con el Gran Capitán y el capelo cardenalicio para Cisneros obtenido de Julio II, muestra de su agradecimiento al franciscano. Desembarcó en Valencia, después subió a Teruel y de allí a Calatayud. Penetró en Castilla por las tierras altas sorianas y se acercó a Burgos por comarcas donde había más porcentaje de tierras de realengo, ya que no se fiaba de los nobles. En Monteagudo, Burgo de Osma, Aranda y Roa, las gentes le recibían con aclamaciones, porque esperaban que trajese en su equipaje paz, orden y justicia.

Juan Manuel huyó a los Países Bajos y allí se le encarceló; más tarde Carlos I le perdonó e incorporó a su servicio. El veterano de las guerras de Italia Pedro Navarro consiguió sin combatir la rendición del castillo de Burgos y la del duque de Nájera. Fernando expulsó de España al embajador de Maximiliano, Andrea de Burgo, y viajó a Andalucía para someter al marqués de Priego, sobrino del Gran Capitán. El duque de Medinasidonia había muerto de viejo y las villas de sus estados también se rindieron ante el ejército real, salvo la de Niebla, que fue asaltada y saqueada. Los grandes linajes no volverían a rumiar rebeliones hasta la gran crisis de mediados del siglo XVII.

Los comuneros, últimos rebeldes

Fernández Álvarez asegura que desde entonces hasta su muerte (1516), el rey Fernando gustó más de ser gobernador de Castilla que rey de Aragón. El historiador asegura que el soberano consideraba a Castilla el "núcleo fundamental" de la unidad interna de las tierras hispanas y, por eso, "cuanto mayor y más poderosa fuera Castilla, más se facilitaba esa absorción del resto peninsular". En consecuencia, el monarca prefirió que Navarra, "antemural de Castilla", fuese anexionada a ésta. Y las guerras con Francia en la primera mitad del siglo demostraron que tenía razón.

El último estallido de particularismo (xenofobia y "repugnancia a la universalización de España", según Gregorio Marañón) ocurrido a principios del siglo XVI fue la rebelión de los comuneros contra el nuevo rey Carlos, que no había puesto en peligro ni las libertades castellanas ni las franquías de las ciudades. Se trataba de gentes a las que daba vértigo asomarse (de nuevo Marañón) "por encima de las bardas de sus huertos".

Por fortuna, en los siglos siguientes los españoles colocaron la rosa de los vientos sobre sus corazones y se desperdigaron por todos los mares del mundo. Tuvo que venir el siglo XX, pretendidamente más culto y avanzado, para que los españoles se arrimaran otra vez a la sombra de sus campanarios, porque el sol al otro lado del valle quema mucho.

#14

Re: Conocer la historia

He leído aventuras del Capitán Trueno mejor documentadas. jejeje

El silencio es hermoso cuando no es impuesto.

#15

Re: Conocer la historia

En los años finales de la II República, el líder de la oposición, José Calvo Sotelo, clamó a la desesperada: "Prefiero una España roja a una España rota". El hombre fue asesinado por los escoltas del Gobierno rojo. Estas cosas son también memoria histórica. Conviene saberlas porque, 80 años después, se nos amenaza con repetir algunos rasgos de entonces; como farsa, claro. Por lo menos ahora no hay violencia sobre las personas, aunque sí sobre las cosas. No se asesina; se roba.

Planea ahora igualmente la posibilidad de un Gobierno rojo (aunque se le llame progresista y populista), aliado con los separatismos de izquierda y de derecha. Si no es en las próximas semanas, no tardará en llegar. Recuerdo mi presagio de hace un par de años sobre el asalto al poder de un movimiento totalitario, elección tras elección, tal como sucedió con Hitler. En ello estamos. En 1936 los comunistas (un partido nuevo entonces) se impusieron sobre sus aliados, los veteranos socialistas. Tres generaciones después los totalitarios populistas se van comiendo a los socialistas y a lo que queda de los viejos comunistas.

Lo anterior sería solo un episodio si la conjunción actual de socialistas y populistas no se aliara con los separatismos. Se instalan no solo en Cataluña y País Vasco (más Navarra), sino que se amplían a Galicia, Valencia, Baleares, Canarias, y quién sabe si no se extenderán a otras regiones. Hasta en mi tierra zamorana hay ahora nacionalistas; supongo que pretenden la secesión con salida al mar. Ya se sabe, el nacionalismo termina siempre en irredentismo (anexionar a los vecinos). Da igual, España se encuentra ya virtualmente troceada. Es decir, ya no lo es propiamente, al menos si nos fijamos en la aceptación de sus símbolos como nación. Se ha impuesto en todas partes la terminología nacionalista de España como Estado.

No todos los que se sientan en el Congreso de los Diputados intentan representar al conjunto de los españoles. El desaguisado solo beneficia a ciertas minorías locales, que se alzan con el poder en sus respectivas ínsulas. Pierden todos los demás españoles ¿Cómo es posible un resultado tan irracional? Porque es real. Del mismo modo, lo malo no es una banda de descamisados como la de Podemos; lo peor es que recibe millones de votos.

Teóricamente la nueva política que ahora se inaugura viene a remediar los males de la crisis económica y la corrupción. En la práctica traerá más desigualdad, más impuestos, más paro y más corrupción. "La segunda transición", dicen, pero es porque nos vamos a quedar transidos. Ahora sí que no nos va a conocer ni la madre que nos parió.

Contacte con Amando de Miguel