Análisis de Aberdeen
Parece evidente que la recuperación mundial de la recesión generada por el Covid-19 comenzó en mayo. El éxito generalizado, aunque todavía incompleto, en la reducción de la propagación del virus ha llevado a muchos gobiernos a comenzar a suavizar los periodos de confinamiento siguiendo el ejemplo de China.
Debido a que la relajación del distanciamiento social se produjo antes de lo previsto, hemos revisado nuestras previsiones de crecimiento para el año 2020. Mientras que en abril pensábamos que la economía mundial se contraería cerca de un 9% este año, ahora pensamos que la cifra será algo menor, alrededor de un 7%.
También es probable que las repercusiones en el mercado laboral sean más moderadas de lo que temíamos en un principio, ya que las jornadas laborales reducidas y los programas de permisos han dado lugar a un menor aumento del desempleo de lo que de otro modo implicaría la profundidad de la recesión.
Nuestra previsión del PIB mundial de abril a junio
Contando los daños
Si nuestras estimaciones son correctas, el PIB mundial habrá caído alrededor del 12% entre enero y abril. Eso es más de tres veces superior que la contracción de la crisis financiera global de 2008. Además, a diferencia de lo que ocurrió en aquel momento, todas las grandes economías se contraerán este año, y es probable que la producción en algunos países europeos vuelva a caer a niveles no vistos desde principios de la década de 2000. Mientras tanto, seguimos pensando que la crisis provocará una pérdida permanente de producción en comparación con la tendencia anterior al virus.
Y luego están las repercusiones en el mercado laboral. Al menos, fuera de EE.UU., los planes de apoyo de los gobiernos pueden limitar el aumento del desempleo oficial. Pero si observamos otras métricas de la salud del mercado de trabajo, como el número de empleados que dependen de los planes de reducción de jornada y de permisos, o el total de horas trabajadas, está claro que se ha producido un descenso sin precedentes en la demanda de mano de obra del sector privado, al menos en los periodos que no han sido objeto de guerras mundiales.
¿Es ahora el momento de la Renta Básica Universal o de una Garantía de Empleo?
Teniendo presentes estos imperativos, vale la pena examinar detenidamente dos políticas, la Renta Básica Universal y la Garantía de Empleo, que tienen por objeto reconstruir las redes de bienestar social que en muchos países se han deteriorado, contrarrestando al mismo tiempo el aumento secular de los ingresos y otras desigualdades que se han manifestado en las últimas décadas.
Aunque cada política sería altamente redistributiva, cada una de ellas tiene una serie de ventajas y desventajas, así como complejos problemas de diseño que habría que superar. La renta universal tiene la virtud de ser muy simple de administrar y, de hecho, tiene el potencial de reducir significativamente el tamaño de la burocracia actual necesaria para supervisar el gasto social existente. Y aunque no se requeriría ninguna prueba de trabajo para recibirla, debería mejorar los incentivos para trabajar porque la ausencia de comprobación de requisitos disminuiría en general los tipos impositivos marginales efectivos en comparación con el statu quo.
Sin embargo, si se fijara a un nivel lo suficientemente alto como para mantener un nivel de vida razonable para todos los ciudadanos de un país, sería muy costoso y requeriría impuestos mucho más altos para los que trabajan. Y si se redujera su generosidad - como se ha propuesto en España y en algunos otros países - tendría que ser complementada por otros programas de bienestar, lo que socavaría sus objetivos esenciales. La ausencia de la obligación de buscar y aceptar trabajo también iría en contra del contrato social en muchas sociedades.
Además de los beneficios señalados, un esquema de garantía de empleo duplicaría la relevancia del trabajo, lo que probablemente facilitaría su rédito político. También tiene el potencial de ser más barato que la renta mínima durante todo el ciclo porque sus costes disminuirían durante las recuperaciones y debería asociarse con multiplicadores fiscales más altos.
Sin embargo, otros problemas potenciales con dicho programa no son menos desalentadores que aquellos a los que se enfrenta la renta mínima. Identificar, coordinar y supervisar la creación de millones de puestos de trabajo donde se necesiten en medio de una economía en deterioro sería un desafío bastante desalentador.
Asegurar que esos empleos añadieran valor a la economía y la sociedad, preservando al mismo tiempo la dignidad de los trabajadores, sería aún más difícil. Un plan de este tipo también correría el riesgo de desplazar el empleo en el sector privado durante una recuperación si los salarios y las condiciones de empleo se fijan con demasiada generosidad. Si bien esto podría abordarse fijando los salarios por debajo del mínimo del sector privado, podría considerarse una explotación.
Pero también lo tiene no hacer nada
Sopesar todos estos posibles problemas podría hacer que tales planes parezcan poco prácticos, incluso antes de considerar la dificultad de crear un consenso político en torno a ellos. Pero lo mismo podría decirse de los costosos planes de permisos y préstamos que se han aplicado durante la crisis actual. Los lectores también deberían considerar el coste de oportunidad de no explorar alternativas radicales al actual statu quo, como el mayor afianzamiento de las desventajas y desigualdades sociales y las ramificaciones políticas de las sociedades que se están fragmentando.
Como mínimo, los gobiernos tienen el deber de considerar, probar y evaluar estas y otras políticas que tienen el potencial no sólo de fortalecer la recuperación, sino también de asegurar que ésta es la marea que permite a todos seguir a flote.