A principios de marzo de este año tuve la oportunidad de hablar con un economista alemán de prestigio, catedrático de economía en una universidad teutona y miembro durante largos años de un consejo asesor económico del Gobierno Alemán. Por supuesto, el tema de la charla fue la economía española y las soluciones que se podían adoptar para salir de la depresión en que ésta se encuentra sumida. Así, y por si no lo adivinan, ya les digo que la solución de este afamado profesor se resumía en “austeridad y recortes”. Sinceramente, este ideario no me sorprendió, pero lo que sí lo hizo fue su absoluto convencimiento de que ése era el único y verdadero camino. En suma, estaba preparado para sus recetas, pero no para su dogmatismo.
El reconocido economista alemán me explicó que la evidencia empírica de otros países, como Finlandia, Nueva Zelanda y, como no, la propia Alemania le ratificaban en que una buena y saludable “poda” del tamaño y de las prestaciones que ofrece el estado, se hacían necesarias para sacar a España de su atolladero. En este sentido, el gobierno español le parecía un buen alumno, aunque su recomendación era la de seguir profundizando en esa línea.
Así, el “dolor” (es enternecedor escuchar estos eufemismos de boca de gente reputada) es necesario y curativo. Si ahora no veíamos los efectos de la medicina era porque todavía no las habíamos dejado surtir efecto. De hecho, estableció un símil entre un paciente que sale de la UVI y el caso español.
“Cuando se entra en el hospital para una intervención de calado, se llega con la sensación de que uno se encuentra bien, aunque no sea así. Tras la operación, uno se encuentra fatal, pero con el tiempo va mejorando, y la recuperación progresa imparablemente”. Además, ese “dolor” haría aprender a la sociedad un concepto bien interesante, “no se puede despilfarrar.”
Con lo que una vez que la sociedad quedara inoculada con esa vacuna, ya no se volvería a contagiar de ese peligroso virus.
Si se preguntan si le rebatí, pueden apostar su vida por ello, porque entiendo que de una charla constructiva las dos partes salen siempre enriquecidas. Le expuse que las medidas de austeridad que Alemania aplicó en la primera década de este siglo, así como la reforma laboral (de las que necesitaron varias hasta acertar) sólo se saldó con éxito porque los países de su entorno, como el sur de Europa, tiraban de sus exportaciones, lo que les ayudó en sobremanera. Que el problema de cuadrar el déficit no estaba para mí tanto en el gasto del estado, como en los ingresos, porque en España, se recortaban prestaciones, a la vez que se subían impuestos. Un punto que el profesor, elegantemente reconoció. Con ello el consumo estaba desaparecido en combate y sin él seguiríamos viendo subir el paro, lo que implicaría que el gobierno se vería forzado a continuar incrementando el capítulo de prestaciones. Incluso le recordé que estar dentro de la UE les venía fenomenal a los alemanes, ya que su potencia económica quedaba disimulada en el entorno euro, con lo que su tipo de cambio €/$ era estupendo para ellos, a la vez que profundamente injusto para nuestra competitividad. De hecho, le señalé que fuera del euro su marco alemán tendría un tipo de cambio tan elevado que trituraría la capacidad exportadora de su industria. En ese punto, me dijo, sin rubor, que según un estudio interno que manejaban Alemania era capaz de aguantar un tipo de cambio de 1,8€/$ sin problemas, mientras que Francia empezaba a tener problemas a partir de 1,23€/$. Su secreto era hacer productos con mucho valor añadido que se podían vender internacionalmente, como sus coches Porsche, BMW, etc…, Por lo que siempre se encontraría mercado para el buen producto germano.
Al menos, reconoció que Alemania, con el canciller Gerhart Schröder a los mandos, incumplió los principios del Tratado de Maastricht, como ahora lo hace España. Sí señores, según Eurostat en el período 2000 – 2010, Alemania incumplió 14 veces (14 veces!!!) los límites de déficit (3% del PIB) o deuda (60%). Mientras, España lo hizo sólo 4 veces. La historia es como sigue, en 2003 el Pacto de Estabilidad y Crecimiento, el conjunto de normas que se habían pactado en el seno de la UE para mantener una disciplina fiscal, fue dinamitado. De hecho, los artificieros fueron el canciller alemán, Gerhard Schröder, y el presidente francés Jacques Chirac, quienes presionaron al Consejo de la UE para que no apoyara las recomendaciones de la Comisión que les demandaba a ambos países una mayor reducción del déficit. No obstante, si reconoció este incumplimiento fue para poner a Schröeder de ejemplo de lo que no han de hacer los políticos, aunque a Alemania le fuera sensacional.
Por último, el profesor nos pedía a los españoles paciencia y tiempo, para “¿Cuánto tiempo?”, le pregunté. “Al menos dos legislaturas”, respondió. Entonces, pensé “tanto tiempo, ¿para qué? ¿cuánto tarda uno en reconocer que sus políticas son fallidas?”. Porque la recuperación y las políticas de estímulo no se atisban. Así que, después de la charla me fui reflexionando con tristeza sobre cuánta caída salarial y cuánta menor capacidad adquisitiva deberían de tragar los españoles hasta que nuevamente fuéramos “competitivos” para Alemania. Una cosa llevó a la otra y me vino a la memoria el Informe sobre Pobreza elaborado por el Ministerio de Trabajo germano sobre el período 1998-2008, en el que reconocía que había regiones del país donde el porcentaje de alemanes que vivían por debajo del umbral de la pobreza se acercaba al 20%.
Los días pasaron y el runrún de la conversación con el alemán, que me pareció un hombre muy educado, seguía dentro de mí, pues no sabía como calibrar y encajar todo ese dogmatismo germano. Casualmente, una semana después ví el capítulo final de la primera temporada de “The Newsroom”, una serie que recrea el día a día de una redacción de noticias en una cadena televisiva, y comencé a entender la posición teutona. En ese episodio, el protagonista/presentador Will McAvoy conduce un reportaje en el que analiza la influencia del Tea Party dentro del Partido Republicano. Para ello identifica los elementos que los definen, entre ellos, su fundamentalismo ideológico, el ver el compromiso o la cooperación como una debilidad, el no alterarse por los hechos, el no detenerse por la aparición de nueva información, un comportamiento tribal, la intolerancia hacia los disidentes y un odio patológico hacia el gobierno. Así, llega a la conclusión de que su extremismo ha conseguido radicalizar el partido, y aunque ellos se definan como republicanos y conservadores, para McAvoy y su equipo son Talibanes Estadounidenses.
Entonces recordé como los economistas neoliberales se han adueñado del debate académico y como los economistas germanos no dejan de aconsejar a su gobierno que sigan por esa línea, y que por extensión se aplique al resto de Europa. Como por ejemplo Hans Werner Sinn, el presidente del IFO alemán, que declaró en una entrevista a EL PAÍS que “la única posibilidad es trasladar el modelo alemán a toda la UE” . De improviso, la definición, surgió en mi cabeza “Talibanes Económicos”. Y me dije “UUUUUFFFFFF….. Aviados vamos”.
Ahora es su turno estimado lector, ¿exagero?