Por lo general, cuando una persona se plantea realizar una inversión, sólo le suele asaltar una duda: ¿Saldrá bien? Evidentemente, cuando invertimos nuestro dinero, queremos que, sean la operación y el activo que sean, los resultados sean positivos y recuperar una cantidad mayor de la que hemos "cedido". Para ello, los más avezados suelen buscar ingentes cantidades de información, análisis, etc. Cabe pensar que todo está bastante bien atado y, en consecuencia, la inversión debería ser un éxito... pero algo inesperado sucede y, lo que debería de haber sido un éxito se convierte en un fracaso estrepitoso ya que... nos hemos dejado guiar por nuestro "yo" más optimista.
¿Cuántas veces les ha pasado lo anterior? En mejor de los casos, alguna...
Y es que, por más que hayamos analizado todos los aspectos que rodean la operación, tendemos a sobrevalorar los detalles positivos que encontramos y minusvalorar aquellos que puedan afectar de manera negativa a la inversión, especialmente si la evolución pasada invita a ser optimista. Pero, ¿tenemos claro qué haremos en caso de que la inversión no evolucione como esperábamos?
Evidentemente, la psicología es una parte básica del comportamiento de los mercados. Palabras como miedo o euforia describen, casi continuamente el comportamiento de los mercados financieros. De hecho, siempre se me viene a la cabeza el caso de un profesor de un Master de Bolsa, responsable de la mesa de tesorería de una de las, por aquel entonces, entidades más grandes del país que, cercano ya a la cincuentena, había decidido iniciar la carrera de Psicología con el fin de entender mejor el comportamiento del mercado.
Sin embargo, de cara a nuestra planificación financiera personal, resulta mucho más importante conocer nuestro propio comportamiento ante la realización y la evolución de las inversiones. Tener este conocimiento de uno mismo puede ser la clave para ajustar el nivel de riesgo que realmente asumimos y reducir las pérdidas que podamos obtener en nuestras operaciones.
Resulta particularmente interesante tener en cuenta nuestras reacciones ante una evolución adversa. ¿Somos capaces de asumir que hemos cometido un error y sus consecuencias? ¿Podemos cerrar una operación con pérdidas, para evitar que estas vayan a más o por el contrario tenemos capacidad (ojo, no sólo psicológica) para esperar una mejor evolución del activo en el que hemos invertido?
Parece evidente que, en función de cómo hayamos respondido a estas cuestiones, la táctica a aplicar en cada operación será distinta. La lógica financiera indica que lo correcto es establecer de antemano tanto un objetivo de rentabilidad por operación como unos niveles de protección, los famosos stop-loss, por debajo de los cuales resulta conveniente realizar pérdidas y no mantener una posición perdedora. Actuando de manera sensata, estos niveles de protección deben oscilar en función tanto de nuestro perfil de riesgo como del tipo de operación a realizar. Obviamente, este nivel de protección deberá ser más estricto y reducido cuanto menor sea el riesgo asumido a priori.
Sin embargo, este tipo de medidas preventivas pueden no encajar con nuestra forma de plantear las inversiones; para muchos inversores, la pérdida de una parte del capital invertido no entra en sus planteamientos, por lo que optan por otras tácticas. Cabe señalar que, en caso de encontrarse en este grupo, es conveniente que el capital utilizado para las operaciones que acarreen la asunción de riesgos se limite a aquel que estemos seguros de que no vayamos a necesitar.
En estos casos, cuando una
operación no evoluciona como esperamos y preferimos mantenerla a
largo plazo, puede resultar interesante operar de forma "contrarian”, es decir
aumentar las posiciones que tenemos en situación de pérdidas en momentos de pánico o grandes caídas de las cotizaciones. Cabe señalar que esta operativa resulta arriesgada, ya que implica estudiar y conocer muy bien el valor para entrar en los niveles de soporte más bajos posibles. Y, esto, supone la asunción de un enorme riesgo, ya que, por más que pensemos que las cotizaciones no van a bajar más, siempre pueden hacerlo, aumentando, con ello, nuestro nivel de pérdidas. Un ejemplo perfecto para ilustrar este riesgo y el de mantener a toda costa un valor, esperando por una evolución positiva y la entrada en ganancias, es el de Bankia, como queda descrito en este
artículo de Alberto Roldán.
Sin embargo, he de reconocer que, bien hecha, es una táctica que puede resultar francamente interesante y útil para poder deshacer posiciones “desahuciadas” en ganancias.
En todo caso, antes de nada, conviene muy mucho analizarnos personalmente y ver qué tipo de estrategia puede adaptarse mejor a nuestra personalidad.