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¿El fin de las ideologías?

 
 
Rafael Isás R.
 
En el mundo globalizado de hoy es común encontrarnos frente al discurso político en donde las tendencias de derecha, centro e izquierda se diluyen, se entremezclan, se confunden, o bien sus diferencias desaparecen por completo.
 
Ya no se dan intervenciones coherentes, las fuerzas políticas se desenvuelven con contundente pragmatismo y se inspiran en la capacidad de los camaleones para cambiar de rumbo sin cortapisas ante el menor pestañeo, y sólo responden a intereses de grupo y a una visión de muy corto plazo. No hay tal rumbo para ellos, sino aspirar al poder por el poder mismo.
 
En los medios de comunicación los debates profundos, llenos de contenido, ya son sólo materia de especialistas o de estudiosos, pues los personajes políticos se han ausentado de esos foros y sólo se limitan a dar declaraciones mediante guiones prediseñados con cierto cuidado, dirigidas al aire para quien las pesque, sin que los lleve a ningún compromiso de largo  plazo y mucho menos a que se les identifique claramente con alguna corriente concreta de pensamiento. El único compromiso es no comprometerse y entre más vaguedad exista mucho mejor para sus aspiraciones.
 
Pocas también son las intervenciones de periodistas que hacen labor de investigación y seguimiento de sucesos, pero cuando eso llega a ocurrir son señalados por el poder en turno, perseguidos, censurados, amenazados y, en casos más extremos, desterrados o eliminados. El mensaje es claro, nada que ponga al sistema en riesgo será tolerado.
 
Por el contrario, los noticieros acribillan al espectador pasivo con toneladas de noticias desorganizadas, buscando siempre la espectacularidad, o la trivialidad en su caso, pero todas ellas aisladas, sin conexión identificable con causas históricas y sin profundidad posible. Así mañana, el público será bombardeado con noticias de otros eventos para que queden olvidadas las del día de hoy. Lo importante no es informar, sino desinformar, sin dejar espacios para el análisis o para la reflexión. Para ello también ayuda a que el comunicador se convierta en el protagonista del programa, a manera de estrella de cine, con opiniones que dejen huella y que los espectadores repitan como autómatas, dejando al contenido de la noticia a un segundo plano.

 

Lo importante, por tanto, es entretener y no informar. Ausentes del aire están los legendarios debates de personalidades. Me vienen a la mente, en el caso mexicano,  los argumentos de un Daniel Cosío Villegas frente a los de Jesús Reyes Heroles, o las geniales intervenciones de un incisivo Jorge Ibargüengoitia, o la ironía de un Carlos Monsivais. Ahora, ya no hay compromisos, ya no hay ideologías…aparentemente.
 
El truco de esta percepción que domina en el medio ha sido que el mismo sistema ha logrado imponer su propia ideología, sin dejar espacios a que se difundan otro tipo de visiones. Se ha impuesto la ideología del individualismo llevado al extremo. Al ciudadano solidario con causas o intereses comunes se le ha convertido ahora en un consumidor insaciable y así se le trata. La creación de necesidades - mayoritariamente no esenciales - monopoliza la mente de la gente, gracias a la labor de la publicidad masiva. Los cortes publicitarios en radio o televisión llegan a ocupar prolongados espacios de transmisión, los anuncios espectaculares nublan el espacio urbano, todo se comercializa, todo se convierte en mercancía, hasta los sueños. Lo importante es tener y no ser. Menos pensar.
 
Ante la ausencia de ideologías que muevan y unan a las personas bajo posturas críticas, el vacío creado se llena con multitud de materiales de autoayuda: “siete pasos para el éxito”, “diez claves para ser mejor comunicador”, “cinco puntos clave del liderazgo”, “inteligencia emocional en veinte etapas”, “los tres principios del coaching para el desarrollo de capacidades”, “guía para la meditación hacia el equilibrio y la paz interior”, y así ad nauseam. No afirmo que esos materiales sean inservibles, simplemente señalo que han proliferado llenando un vacío que ha dejado la aspiración a una vida comunitaria. En ese sentido autores como Pablo Coelho son muy leídos, gracias a su habilidad para adaptar preceptos orientales al mundo contemporáneo que conquistan a los lectores, ávidos de fórmulas o de recetas para lograr sobrevivir en un sistema que se ha convertido en jungla sin más ley que la del más fuerte.
 
En la academia sucede otro tanto. La economía, por naturaleza una ciencia social, ha sido despojada precisamente de todo vestigio social y se le ha transformado en una disciplina tecnocrática-financiera, sujeta a modelos matemáticos pseudo-exactos que nadie entiende, carente de todo análisis crítico. Es como si el “hardware” instalado es intocable y todo esfuerzo se encamina exclusivamente hacia reformar y mejorar el “software”, para ponerlo en términos informáticos propios de la época. De esa forma, el sistema económico se presenta como “el fin de la historia”, como alguna vez lo proclamara un célebre intelectual desvelado.

 

La tecnología, al servicio de quienes operan las cuerdas del sistema, ha sido utilizada como herramienta fundamental para adormecer conciencias, para distraer la atención y para alejar a la gente de la gente. Así, las personas están juntas, pero separadas. El énfasis se pone en navegar en un mundo virtual y en desconectarse de la realidad.
 
Sin embargo, donde hay crisis hay oportunidades. No vivimos aún en una sociedad sin remedio, fatalista, al estilo descrito por novelas de ciencia ficción apocalípticas. Es precisamente la tecnología la que hoy permite la conexión de las personas a través de las redes sociales. Y también ahí está la palabra escrita, defendiéndose con patas arriba en contra de la avalancha de las imágenes. La flama de la conciencia crítica aún brilla, no está derrotada, a pesar de tantos intentos por cegarla, cada vez más frecuentes y evidentes.
 
No hay que engañarse. No vivimos el fin de las ideologías, sino que es una ideología dominante y perturbadora la que se ha impuesto, monopolizando al pensamiento y que tiene como misión desalentar todo esfuerzo de resistencia. Está en las entrañas de la sociedad civil lograr que el pensamiento analítico-crítico resurja con fuerza y que impulse a que las mayorías despierten del letargo y que logren identificar las incoherencias y contradicciones del sistema que nos agobia y que amenaza a llevar al ser humano a su propia degradación e inevitable destrucción.
 
Lejos de pensar lo contrario, el camino está fértil para que nazcan ideas creativas que lleven a la gente a construir una nueva sociedad organizada armónicamente, más justa, más humana y más libre. Estamos aún muy a tiempo.
 
Mayo 20, 2015
2
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  1. en respuesta a Comstar
    -
    #2
    20/05/15 21:18

    Es el truco del sistema económico en boga (neoliberal-globalizador-financierista), hacer que todo mundo se confunda, que ya no haya una visión social, sino individualista. Y lo que huela a social, lo etiquetan como demagogia populista. La lógica del sistema no permite críticas, por ello el último libro de Naomi Klein me parece relevante, pues hace una revelación demoledora de que el verdadero culpable del cambio climático es la naturaleza del propio sistema capitalista.

  2. Top 100
    #1
    20/05/15 20:31

    Al final todo viene a ser una reducción del tamaño del diccionario.
    La izquierda es la derecha, arriba es abajo, adelante es atrás.
    De esta manera oprimir el acelerador es como frenar o como virar a la derecha a la izquierda o como echar en reversa. Entonces si los políticos pueden ir en cualquier dirección y luego decir que van en determinada dirección.
    Es la abolición del eje cartesiano que permite identificar la dirección de las cosas.

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