“La circunstancia de que el tren en el que España se subió en 1986 vaya a un destino distinto del inicialmente pensado viene a incidir más aún sobre el escenario de decisión de las empresas, modificando sustancialmente algunos de sus parámetros”. Así se expresa el escritor Daniel de Busturia en El balance económico de la condición europea de España, un artículo publicado en el mes de junio de 1988 de la revista Futuro.
En él, de Busturia hace un resumen sobre el hecho en sí de que España pertenezca a la Comunidad Económica Europea (CEE), motivo por el cual ha tenido que asumir nuevos derechos y obligaciones. Porque además, se ha encontrado en un nuevo espacio económico y normativo, que es de naturaleza suficiente para “obligar a nuevos comportamientos estratégicos” por parte de las empresas.
Para el escritor, un balance dos años “permiten hacer una primera aproximación” a los factores que están incentivando unas mutaciones cuyos efectos aparentes se podrán detectar en un plazo de tiempo superior. Porque en las relaciones España-CEE hay tres aspectos fundamentales: la evolución de la balanza comercial, las inversiones extranjeras y la utilización de fondos comunitarios.
La balanza comercial española se ha demostrado tradicionalmente muy sensible a toda medida liberalizadora, particularmente con la CEE, debido al elevado grado de interdependencia existente entre la economía española y la de su inmediato entorno europeo. Así lo explica de Busturia, quien asegura que el equilibrio “estalla” a partir del 1 de enero de 1986, que a final de su ejercicio se saldó con un déficit de 163.000 millones de pesetas y una tasa de cobertura del 93,3%. En 1987 el déficit se ha incrementado hasta los 615.000 millones de pesetas. Pero no sólo se dispara con el resto de los Estados miembros de la Comunidad, sino también con los otros países del mundo.
“En suma”, afirma, “España ha ido perdiendo, progresivamente, cuotas de mercado”. Esto se explica con la liberalización, ya que el 1 de enero del 86 supuso la supresión de licencias y contingentes y el desarme arancelario, lo que produjo “una invasión” de productos extranjeros en el mercado. Y otro punto de vista más sociológico para el escritor: “el empresario español no estaba preparado para ser europeo ni regirse a las nuevas normas”.
Por otro lado, las inversiones extranjeras se han triplicado en dos años, pasando de 280.000 millones de pesetas de 1985 a los 753.000 millones de pesetas de 1987, en su mayoría, inversiones de ampliación de capital y las compras de acciones de empresas españolas, que suponen el 30% de la inversión extranjera directa. Las empresas españolas, además, “acostumbradas a un régimen de protección interior, no han sabido llegar a exportar”.
De hecho, la mayoría de inversiones extranjeras se dedican a la industria. Aún así, las exportaciones están creciendo fuertemente gracias a un nuevo planteamiento teórico de la empresa española, pero poco generalizado hasta el momento. Los fondos no han “llovido”, como otros dijeron que lo harían y, de hecho, sólo han supuesto un 1% del PIB de la Comunidad. Aún así, en dos ejercicios, España recibió 160.000 millones de pesetas.