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A trompazos con los mercados

El primer televisor apareció en mi casa cuando apenas era un niño. Recuerdo especialmente, durante aquellas oscuras noches de los viernes, un documental llamado ‘El hombre y la tierra, siempre protagonizado por el inefable Félix Rodríguez de la Fuente a quien, por razones desconocidas y como sucedía con los árbitros de fútbol, era costumbre citar por sus dos apellidos. Aquel tipo, que nunca me cayó demasiado bien, se empeñaba en perseguir y molestar a todo tipo de animales. Décadas más tarde conoceríamos que las escenas que componían aquellos episodios no eran todo lo naturales que podían parecer. En cualquier caso, el insólito desfile de bichos se me hacía eterno pues, en horario de máxima audiencia, precedía al concurso ‘1, 2, 3, responda otra vez que marcaba, para mí, el esperado inicio del fin de semana. 
 
No hay ninguna duda de que nuestra Telefunken PAL color, era la joya mimada de la casa. Daba la impresión que aquel trasto podía funcionar a la perfección durante meses enteros, qué digo meses, ¡décadas!. Sin embargo, cada vez que alguien -que casi siempre era yo-, quería ver un programa, película o retransmisión deportiva en particular, el maldito armatoste dejaba de funcionar. “Lo sabe, si es que lo sabe”, exclamábamos ante tal evento estadísticamente inexplicable. Y es que, cuanto mayor fuera mi interés en aquella emisión, más probable era que todo fallara. Así que, lo único que nos ofrecía la pantalla de aquel televisor alemán era la famosa nieve y aquel particular crepitar como si de un momento a otro, una mano fuera a abducirme. Solo quienes superan la cincuentena sabrán que -misterios de la tecnología de aquella época-, si a la estructura lateral de aquel engendro se le propinaban dos o tres golpes secos con la palma de la mano, era posible reestablecer el buen funcionamiento de aquel cacharro, vaya usted a saber por qué motivo. 
 
Caprichos del destino, son los inversores quienes estos días reciben las mismas bofetadas con la mano abierta. Apareció Powell y tembló el misterio. El mandatario norteamericano fue la perfecta figura del padre de familia que, tras una dura jornada de trabajo, no puede ver su programa favorito de televisión. Así que, sin prisa, pero sin pausa, se sube la manga de la camisa, dispuesto a solventar el problema por la sabida vía expeditiva. Y así fue. Jerome sacudió, sin ira, sin recrearse en la suerte, pero sacudió, al tonto mercado.  Dejó claro que quiere tener señales más claras de una menor inflación antes de recortar las tasas de interés. Porque, las actuales cifras -más altas de lo esperado-, no cambian el panorama general. Remató con que probablemente será apropiado bajar tasas “en algún momento de este año”. Y allí quedó el mercado, con los mofletes colorados producto del par de galletas recibidas. Porque, no lo olvidemos, el famoso consenso del mercado establecía a finales del 2023 que, este mismo año viviríamos media docena de bajada de tipos de interés. Son los mismos que hoy esperan que el precio del dinero se sitúe en la banda del 5,00 a 5,25% para el 12 de junio, al 4,75 a 5,00% a mediados de septiembre y en el 4,50 a 4,75% tras la última reunión del año
 
A fuerza de datos, previsiones, consensos y declaraciones, oteamos el mercado intentando predecir el camino que seguiremos en los próximos meses. Soy consciente de haber escrito el verbo prohibido, pero a estas alturas de la película, estimular la reacción de algún troll me parece hasta un ejercicio sano. Así que, tanto en Estados Unidos como en la Eurozona, el mensaje aparece tan claro como repleto de grietas. Se comenta que habríamos visto el techo de los tipos de interés y que, a un lado y a otro del Atlántico, se aprestarían a administrar una bajada de tipos. Pero hay muchos interrogantes en el camino. Preguntas que, lejos de lo que esperan los expertos, suponen obstáculos -y no incentivos-, en este proceso de disminución del precio del dinero. 
 
En las viejas trece colonias, su economía está demostrando una extraordinaria capacidad de resistencia -tensiones bancarias a parte-, soportando el tirón de uno de los procesos de subida de tipos más endiablados de la historia económica reciente. Ni la demanda interna, ni el crecimiento económico, ni los mercados financieros, ni la tasa de empleo muestran ninguna señal de alarma importante. Sin embargo -o quizá, a consecuencia de ello-, la inflación está mostrando cierta resistencia a seguir descendiendo a medida que se acerca a niveles del 3%. En la Europa continental el panorama es diferente. Vivimos en una situación delicada pues Italia, Alemania y Francia experimentan una evidente desaceleración económica. La reducción del consumo en la eurozona potencia el efecto del encarecimiento del precio del crédito, ayudando a combatir una inflación que en marzo se ha situado en el 2,4%. Es el ejemplo perfecto de que, lo bueno por un lado puede resultar perjudicial o, lo malo, por el otro, beneficioso; y a la inversa. 
 
En este contexto parece altamente probable que Lagarde se vea obligada a adelantar a la FED, por una vez en la vida, liderando el recorte de tipos de interés. El truco residiría en incentivar la economía comunitaria sin que ello elevara el riesgo de repuntes inflacionarios. Por el contrario, Jerome Powell no tiene ningún incentivo -pero tampoco ninguna presión-, para variar el rumbo tomado. Estoy convencido de que, de una forma u otra, también reducirá el precio del dinero. Pero retrasará dicha decisión, tanto como pueda hacerlo y, en todo caso, no con el alcance que el mercado espera. Que nadie se ilusione con volver a los tiempos en los que los intereses a tipo cero reinaban por doquier. 
 
Como inversor, puedo reconocer que estoy valorando muy seriamente la posibilidad de sumarme al mercado de renta fija. Hemos asistido a un proceso de incremento de tipos de interés que ha devuelto “la normalidad” a este mercado. El riesgo por fin cotiza en el precio de la financiación y ello nos abre la posibilidad de adquirir deuda soberana a un interés razonable. Quizá pueda sonar muy extraño a aquellos inversores habituados durante la última década a rentabilidades de doble dígito, pero, si retomamos los apuntes y medimos una inversión en función de la rentabilidad y el riesgo esperado, nos daremos cuenta de que los rendimientos actuales son, por lo menos, para considerarlo detenidamente. 
 
Según el conocido estudio del profesor Jeremy J. Siegel, podemos esperar de la renta variable -en el largo plazo-, un retorno del 6,9% (7,2% actualizado con los últimos años), eso sí, asumiendo un riesgo importante. La prima de riesgo de las acciones -que es la relación que mide el plus de retorno recibido por los inversores en el mercado de renta variable respecto a un nivel libre de riesgo-, ha pasado al 3,5% desde un promedio de entre el 4,00 al 4,50%. Por todo ello, la renta fija de mayor calidad nos está brindando una recompensa apreciable. Si nos limitamos a los casos de Estados Unidos y Alemania, estaremos hablando de un 5,06% (en dólares) a un 3,43% (en euros) a 1 año. Al incrementar duración, el bono a 10 años norteamericano nos ofrecería un 4,35% mientras que el de referencia europeo, un 2,37%. Si estamos dispuestos a subir nuestra apuesta, la alternativa en la eurozona que muchos analistas están mirando señala hacia nuestros vecinos italianos pues, su bono ofrecería un retorno del 3,71%. En todos los casos, el riesgo asumido es significativamente menor que el del mercado de renta variable. 
 
Si para usted es una opción válida el garantizarse un retorno para una parte -mayor o menor- de su patrimonio de inversión, sin duda creo que estamos ante un buen momento sin que ello signifique ningún consejo de inversión, sino la conclusión de un análisis del actual contexto. Por segunda ocasión en este artículo, realizo un pequeño salto al vacío al utilizar intencionadamente el incorrecto término “garantizarse” pues sabemos que en el mundo de la inversión no existe ninguna garantía absoluta de nada. Lo hago porque siempre existe el riesgo de impago en el que cualquier emisor de deuda puede caer. Pero, como se suele decir, si tras comprar bonos norteamericanos o alemanes, estos dos países se ven obligados a declarar un default -es decir, a no poder atender el pago de los intereses devengados o a devolver el capital prestado-, el menor de nuestros problemas será pensar en el dinero perdido; lucharemos por nuestras vidas y ríase de cualquier survival. Adicionalmente, Italia -como España o Francia-, por su propio tamaño, podrían ser la reinterpretación europea del too big to fail así que, un cálculo de beneficio-riesgo podría llevarnos a tomar parte de su deuda. 
 
Sin embargo, la rentabilidad del bono no es el único motivo por el que arden los despachos de análisis de diferentes fondos de inversión. El efecto inverso que conlleva toda variación en la rentabilidad de un bono es el culpable de que incluso un servidor, considere sus opciones dentro de este juego. Si, como parece razonable pensar, disminuirán los tipos de interés de la eurozona -primero- y norteamericanos -después-, pues así lo han ratificado sus máximos responsables en sendas declaraciones dovish con los mercados, teóricamente nos brindan una ventana de oportunidad. Y esa ventana proviene del movimiento al alza en el precio de dichos bonos. ¿Qué amplitud podemos esperar a dicho recorrido?. 
 
La estimación varía en función de la duración del bono siendo menor cuanto menor sea su plazo. Como muestra el gráfico, al adquirir deuda norteamericana AGG -de menor duración- y los intereses suben un 1%, el desplazamiento será de 0,8% a la baja en el precio. En cambio, el mismo cambio en el precio del dinero de un bono a 30 años significará una pérdida del 11,4%. En el lado contrario, si bajan los tipos de interés en un 1%, la deuda de menor vencimiento subirá un 11,5% aproximadamente, mientras que el bono a 30 años puede alcanzar casi el 21%. El mayor riesgo es que, si por algún motivo se produjera un rebote inflacionario de tal importancia que obligara a los bancos centrales a suspender cualquier bajada, bien porque los mercados reaccionaran en sentido contrario, bien porque incluso tuvieran que incrementar el precio del dinero, las pérdidas teóricas en precio serían cuantiosas; más si cabe si no hubiéramos gestionado este riesgo al más puro estilo Sillicon Valley Bank. Sin embargo, como he dicho antes, uno puede mantener simplemente el bono en su poder y limitarse a recibir sus cupones con lo que, salvo que se tope con el fin de los días, saldará la inversión en positivo y tendrá una cartera diversificada. 
 
A partir de este punto, uno puede pensar que, si se trata de recoger el incremento en precio y ha quedado claro que cuanta mayor sea la duración del bono, mayor será su revalorización en precio, ¿por qué no comprar aquella deuda de máximo vencimiento?. Volvamos al concepto rentabilidad-riesgo. Es innegable que los principales gestores están comprando duración. Pero no hasta esos extremos pues, a tenor de los argumentos expuestos, pero más aún de los riesgos que amenazan las decisiones de los bancos centrales, la gestión responsable aconseja buscar un equilibrio razonable entre los riesgos asumidos y los beneficios que podemos lograr. 
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