En absoluto. En una democracia madura y seria, con unos líderes políticos con sentido de Estado y un cálculo político más allá de la aritmética partidista, la suma de escaños del PP y del PSOE (213) daría una amplísima mayoría de gobierno de concentración nacional sobre la base del diálogo y el consenso (a la que podrían sumarse también los 40 escaños de Ciudadanos).
Pero Rajoy no es Angela Merkel ni Pedro Sánchez es Sigmar Gabriel, ni en Alemania tienen que cargar con el peso de una Susana Díaz.
Así que, con estos políticos y sus intereses partidistas, los resultados electorales de ayer dejan a una España efectivamente ingobernable o, en el mejor de los casos, con un gobierno en debilidad y permanentemente coaccionado.
Una coalición de gobierno del bloque de izquierdas parece impensable, salvo suicidio político del PSOE en favor de Podemos. La formación de Pablo Iglesias exige la convocatoria de un referéndum por la independencia en Cataluña que el PSOE no acepta y que, de hacerlo finalmente, le pasaría una factura letal en el resto del territorio nacional. La reforma de la Constitución que también exige Podemos es por otra parte inviable dado el juego de mayorías tanto en el Congreso como en el Senado (en el que además el PP ha mantenido su mayoría absoluta).
Por tanto, en ausencia de un acuerdo de gobierno de concentración nacional entre el PP y el PSOE, España está abocada a varios meses al menos de parálisis de gobierno e incertidumbre política que, previsiblemente, acabará desembocando en la celebración de unos nuevos comicios, con las consiguientes implicaciones negativas para las perspectivas de recuperación de nuestra economía y la estabilidad de nuestro sistema financiero.
En este contexto, no podemos sino abundar en la que viene siendo nuestra recomendación desde hace ya años: minimizar al máximo posible la exposición al riesgo España.