Durante lo que llevamos de siglo XXI no se observa un ascenso significativo de las temperaturas que pueda justificar los alarmistas modelos de evolución térmica preconizados por el IPCC.
Si bien durante el siglo XX se observan escalones durante el ascenso de la temperatura de 0,6 grados, el “escalón” de estos primeros años del siglo XXI contradice los modelos alarmistas del IPCC y refuerza la más que probable teoría que el ascenso de la temperatura media durante el siglo XX fue consecuente a la recuperación del descenso iniciado en 1815 por las macro-erupciones volcanicas del Tambora en 1815 y del Cosiguina en 1835 . Según los modelos ambas erupciones suman un descenso medio de las temperaturas superior a 0,4C.
Si observamos la evolución de la temperatura durante el siglo XX, vemos un prolongado periodo desde los años cuarenta a los setenta, donde no se incrementa la temperatura media de nuestro planeta. En los años cuarenta no es conocida una erupción volcánica notable que pueda causar dichos efectos, sin embargo sí existió el envío masivo de aerosoles no naturales producidos por explosiones tanto químicas (segunda guerra mundial, Corea y Vietnam), como nucleares atmosféricas de la época; estas últimas sobretodo son capaces de alcanzar la estratosfera. Los acumulados superarían los mil megatones, que explican la estabilización térmica de dicho periodo.
La importancia de los aerosoles explosivos, en la reducción del albedo terrestre radica en la elevación alcanzada por los mismos. Las grandes erupciones volcánicas alcanzan 25 Kms. de altura y los impactos de asteroides superan en mucho dicho límite, lo que multiplica sus efectos. Las explosiones químicas o incendios si no se concentran en un área determinada no crean la energía suficiente para alcanzar la estratosfera, lugar donde los residuos pueden permanecer por tiempo prolongado.
El 98 por ciento del carbono, del conjunto océano-atmósfera, se encuentra disuelto en el mar y el dos por ciento restante en el aire, formando parte del CO2. Además de ser el “alimento” codiciado de la biosfera, de ahí su pequeña proporción que permanece en la atmosfera; no hay razón por la que a corto plazo cualquier incremento de CO2 en la atmósfera no sea absorbido en la misma proporción por el mar (98 por ciento).
El dióxido de carbono es probablemente el “testigo presencial” erróneamente culpabilizado, ya que a mayor temperatura mayor cantidad de CO2 (observado en los hielos pasados). En realidad, el protagonismo del CO2 en el efecto invernadero ha sido desde la era primaria insignificante con relación al vapor de agua, cuya presencia media es cien veces superior. En la atmósfera terrestre el volumen de CO2 es del orden del 0,04%, mientras que el del vapor de agua es de media un 4%, a la temperatura media actual. De los 35 grados de incremento de temperatura media que se le atribuye al efecto invernadero en nuestro planeta, menos de medio grado debería ser consecuente a la pequeña masa de CO2, además de otros gases menos protagonistas, mientras que el vapor de agua es, con mucho, el protagonista principal.