Según el Tratado que da vida a la UE, cualquier país europeo, democrático, con una clara economía de mercado y con capacidad para administrar los derechos y obligaciones de los estados miembros puede pedir su admisión a la Unión. Además, la aceptación de un nuevo miembro requiere otras dos condiciones: la aprobación por unanimidad de todos los estados miembros y una evaluación de si la Unión podrá absorber al nuevo miembro, lo que implica que sus instituciones podrán seguir funcionando.
A partir de este planteamiento la UE ha vivido un continuo proceso de integración y crecimiento del que se han registrado ya cinco ampliaciones y que todavía no ha terminado pues Turquía ha sido aceptada como candidata a ingresar. Este proceso genera varias cuestiones ¿es Turquía verdaderamente un país europeo? ¿está comprometida con la defensa de los valores humanos al mismo nivel que el resto de los países de la UE? Vayamos al principio. En octubre de 2005 comienzan las negociaciones para la adhesión, un dato positivo, pero estas conversaciones van inusualmente envueltas en un velo de incertidumbre ya que la Presidencia del Consejo Europeo reconoció al iniciarlas que son “un proceso abierto cuyo resultado no puede garantizarse de antemano”. Esta declaración sintetiza las dificultades que van a encontrar los negociadores de las dos partes en su camino, el cual nunca podrá terminar en el hipotético ingreso de Turquía antes de 2014.
Geográficamente, una parte física del territorio turco está en Europa, en Tracia, y la otra está en Asia, en la península de Anatolia. La separación natural la conforman el mar de Mármara y los estrechos del Bósforo y de los Dardanelos. Esta ubicación entre dos continentes es lo que le confiere al país un marcado carácter transcontinental. Históricamente, ese lugar del mundo ha sido un cruce de religiones y culturas en el que en algunos momentos ha pesado más su parte asiática. Sin embargo, desde la caída del Imperio Otomano su orientación y su vocación europeísta han prevalecido. Cabe recordar que el Imperio Otomano fue dividido tras la Primera Guerra Mundial, con lo que una vasta extensión de territorio y una población ingente que hasta entonces era regida por el Sultán fue dividida en varias naciones y repartidas entre las potencias ganadoras. En 1920 se celebran dos conferencias, Londres y San Remo, en las que se acuerda que Esmirna, puerto turco, y Tracia pasen a soberanía griega; Antalya, región costera turca del oeste, a Italia y Cilicia, región costera turca del suroeste a Francia. En agosto del mismo año se firma el Tratado de Sèvres por el que Arabia y Armenia se independizan y el Kurdistán turco logra su autonomía. Por su parte, el Reino Unido obtiene mandatos sobre Egipto, Iraq y Palestina, además Chipre se convierte en colonia británica. Mientras, Francia consigue el mandato sobre Siria y Líbano.
Además del reparto de grandes zonas de la actual Turquía, los aliados ocuparon militarmente el país lo que generó un fuerte malestar que desembocó en un creciente sentimiento nacionalista y en el origen de asociaciones defensoras de los derechos del pueblo turco. Este escenario político necesitaba un líder que sirviera de catalizador y el pueblo turco lo encontró en Mustafá Kemal Atatürk, un héroe militar. Atatürk labró su mito en la batalla de Gallipoli, un intento de los aliados de cruzar el estrecho y atacar la actual Estambul. El desembarco y la lucha posterior fue encarnizada pues como resultado de esa contienda se citan 50.000 muertos británicos, australianos y neozelandeses, 5.000 franceses y unos 60.000 turcos. Pese al empuje aliado, las defensas otomanas resistieron y Atatürk, general del ejército turco, emergió como un brillante estratega. De hecho, hasta el desembarco de Normandía los mandos británicos se mostraron reticentes a lanzar a sus hombres al asalto de una playa, un planteamiento bautizado como “Síndrome Gallipolli”.
Cuando hacia la segunda mitad de 1919 las asociaciones anti-ocupacionistas y las agrupaciones por los derechos del pueblo turco decidieron escoger a su líder la elección lógicamente recayó en Atatürk. Su dirección agrupó a otros grupos políticos nacionalistas que acabaron por formar el Movimiento Nacional Turco, el cual constituyó una Asamblea Nacional y le nombró presidente. Por supuesto, los aliados no lo aceptaron y le opusieron políticamente otro gobierno, el de Mehmed VI, el último sultán, quién había firmado el Tratado de Sèveres y había permitido la fragmentación del imperio otomano. Desde ese momento hay dos gobiernos en Turquía, el del sultán y el de Atatürk, quién organiza unas fuerzas armadas con las que comenzaría la Guerra de la Independencia Turca. Sus brillantes campañas militares condujeron a la liberación del país y a la proclamación de la República de Turquía. Cabe señalar que con el tratado de Lausana, en 1923, el sultanato termina y Turquía recupera la Armenia Occidental y la Tracia Oriental. Además, la minoría griega en Turquía ha de volver a Grecia y la minoría turca en Grecia a Turquía. Turquía no habrá de pagar compensaciones de guerra e intentará recuperar la provincia de Mosul, hoy Irak, en 1925 y 1926, pero no lo conseguirá.
Lo que sí que logrará el nuevo presidente Atatürk es ver nacer a su nuevo país lo cual sucede en octubre de 1923. Su objetivo como estadista será el construir una nación democrática y moderna. Atatürk, un sobrenombre posterior que significa “padre”, edificó su nuevo país sobre dos bases, la europeización y el laicismo del estado. Por ello, desarrolló una constitución, cerró las escuelas religiosas, promovió la indumentaria occidental, prohibió el velo a las mujeres, a las que en 1934 les otorgó el derecho al voto y el derecho a ser votadas, permitiéndoseles la posibilidad de acceder a trabajos oficiales, la llamada a la oración desde las mezquitas se ordenó que fuera en turco, no en árabe, adoptó el calendario occidental e introdujo un código civil basado en el suizo. Pese a que Atatürk falleció en 1938, su legado fue duradero pues sus reformas principales se mantuvieron en pie. Además, sus sucesores políticos mantuvieron su línea de acercamiento a Europa.
De hecho, en 1959 solicitó formalmente su asociación a la Comunidad Económica Europea. A raíz de esta petición en 1963 se firmó un Acuerdo de Asociación entre ambas partes, con importantes restricciones. Sin embargo, los años 70 fueron un período de poco contacto económico con el exterior. Su modelo económico todavía no estaba abierto, a lo que hubo de sumar en la arena política el conflicto político chipriota con Grecia. Una isla en la que los dos países siempre han reivindicado una parte.
Esta petición fue paralizada hasta mitad de los 90 por motivos relacionados con el incumplimiento de los derechos humanos en la represión del Kurdistán turco. No obstante, esta tirantez fue cediendo gradualmente y en 1996 entró en vigor un Acuerdo de la Unión Aduanera para productos industriales entre Turquía y la UE. Paralelamente a la congelación de las relaciones, los países del este de Europa avanzaban en el proceso de asociación, lo que despertó un sentimiento de discriminación y postergación en Turquía. Por fin, el Consejo Europeo de Helsinki declaró a Turquía país candidato a la adhesión.
Así, en 2004 en el Consejo de Bruselas, y como respuesta a la gran tarea reformadora desarrollada por el gobierno turco dirigido por el primer ministro Recep Tayyip Erdogan, se inician las conversaciones para la adhesión. Este proceso de adhesión exigirá de Turquía la asunción del acervo comunitario. Es decir, deberá de adoptar la política agrícola común que se encuentre vigente, liberalizar el sector servicios y mejorar sus niveles de sanidad. La unión no será tarea sencilla. Turquía cuenta con unos 73 millones de habitantes, se pronostica que tendrá 82 millones en 2015, cuya renta per cápita se sitúa en el 30% de la UE 27, de los cuales un tercio se dedican a la agricultura. Pero, en el lado de las ventajas, como explica el profesor Josep María Jordán, de la Universidad de Valencia, los beneficios potenciales geoestratégicos son enormes. Además de profundizar en la democratización del país, se puede avanzar en su desarrollo económico y social, y mejorar la defensa de los derechos humanos. Por último, un detalle interesante. Turquía fue el primer país europeo que tuvo una mujer en su tribunal supremo. Un ejemplo para Occidente y Oriente.