
De algún modo, esa percepción de que el estado siempre acudirá al rescate crea un “seguro de riesgo” efectivo (Noss y Sowerbutts, 2012) para el equipo directivo del banco ante eventos inesperados. Esta “garantía implícita” en los bancos más grandes representa una transferencia de recursos de un grupo de agentes, el gobierno y, en última instancia, los contribuyentes, al sector financiero. La distribución de los beneficios depende de la estructura competitiva subyacente de la industria bancaria, la escasez de sus recursos y la precisa naturaleza del cambio en los incentivos que el subsidio induce (Varian, 1992) . Pero, parece probable que los acreedores bancarios, los clientes, los trabajadores, la directiva y los accionistas, todos ellos se benefician de alguna manera, como señalan Noss y Sowerbutts (2012). Estos autores exponen que esta “garantía implícita” causa 3 tipos de distorsión en el mercado.

En segundo lugar, ese subsidio implícito puede incrementar el incentivo del banco a asumir riesgos, dado que la estrategia de estas entidades es la de maximizar sus beneficios. Así, la garantía implícita reduce la disciplina de mercado porque los inversores no valoran correctamente los riesgos que el banco asume, Alessandri y Haldane (2009) . Por ejemplo, un mayor ratio de apalancamiento se traduciría en una mayor actividad y un incremento de los ingresos que se privatizarían a favor de accionistas (vía dividendos), tenedores de deuda (vía pago de cupones) y equipo directivo (vía bonus). Todo ello a costa de que el banco asumiera un mayor volumen de préstamos con un capital menor con el que hacer frente a una hipotética escalada de la tasa de morosidad. De este modo, en caso de posible quiebra se entiende que el rescate gubernamental se activaría, con lo que las pérdidas se socializarían. Es por ello que se puede desarrollar un círculo nada virtuoso, cuando la existencia de una garantía implícita anima a los bancos a asumir más riesgos, elevando la probabilidad y los costes de resolver una posible quiebra bancaria. Así, el coste resultante para la sociedad de una crisis financiera, incluyendo la reducción en el PIB, podría exceder sobradamente el subsidio implícito.

Por todo ello, y para evitar que los ciudadanos sigan pagando los rescates la única solución que se me antoja viable es una legislación muy clara al respecto y mucha firmeza para aplicarla por parte de los poderes públicos cuando llegue la hora, porque, no lo duden, llegará. Si estas dos condiciones se dan, el mercado y las entidades bancarias deberían de asumir real y completamente que en caso de ser necesario una gran entidad bancaria puede ser dejada caer. Un evento al que seguiría un proceso de resolución ordenada de la empresa. Todo ello, sin imponer costes indebidos a los contribuyentes, porque recuerden que en el caso concreto de España el FROB da por perdidos ya 36.000 millones de euros del rescate a la banca. Es decir, en mi opinión, el rescate debería ser totalmente interno (bail in) y no externo (bail out). Lo cual nos lleva a la conclusión final a la que llegó Alan Greenspan, ex Presidente de la Reserva Federal, los bancos no pueden ser regulados por sí mismos. Lo ha de hacer el sector público.
2