Sin duda alguna, la oferta que existe en España para operar con entidades autorizadas es realmente amplia. Repasemos números.
Según datos de
Banco de España, nuestro país cuenta con
163 entidades financieras nacionales (entre bancos, cajas de ahorro (las que quedan) y cooperativas de crédito). Sin contar con la nutridísima red de sucursales con que cuentan, una de las más amplias de Europa, y que finalmente está
sufriendo los rigores de la crisis, a estas podemos añadir el listado de agentes, empresas y particulares, con que cuentan. Contando solo con algunos de los más activos en esta forma de captación de negocio (Banco Santander, Bankinter, BBVA, Deutsche Bank o Banco Mediolanum), la cifra de agentes supera las 4.000 personas, físicas o jurídicas.
Pasando a las Empresas de Servicios de Inversión, según
CNMV, existen 92 empresas establecidas como agencias o sociedades de valores o sociedades de gestión de carteras,
más 110 empresas de asesoramiento financiero (EAFI). Si observamos el número de agentes con los que cuentan las 92 primeras, estos superan las 9.100 personas físicas y jurídicas.
Es decir, a modo de resumen, podemos decir que existen en España en torno a, al menos, 15.000 empresas o particulares cuyo negocio, en su totalidad o en parte, consiste en ofertar servicios financieros o de inversión. Y eso sin contar con las entidades aseguradoras, corredurías y agentes de seguros…
Como puede deducirse de estas cifras, las opciones que tiene el público en general para elegir con quien materializa sus inversiones son mucho más que múltiples. Ante tamaña oferta, ¿cómo podemos estar seguros de que estamos eligiendo una de las mejores (o la mejor) opciones?
Evidentemente, la elección no es la misma en todos los casos. No es lo mismo que tengamos los conocimientos financieros suficientes, o la capacidad y la disposición para encontrarlos, como para poder realizar la selección de inversiones por nosotros mismos que deleguemos esta tarea en nuestro intermediario. Obviamente, en el primero de los casos, la elección dependerá, entre otros factores, de los costes operativos que nos apliquen, de que cuente con una amplitud suficiente en la oferta de productos como para que podamos implementar nuestra estrategia y de la efectividad en la ejecución de operaciones. Obviamente, los dos primeros factores son más o menos conocidos a priori. El tercero… hasta que no lo utilicemos, no lo conoceremos, por lo que, en principio, parece que solo podremos jugar con los dos primeros factores.
Pero, ¿qué ocurre si queremos delegar la selección de nuestras inversiones en nuestro intermediario? En este caso, los factores se vuelven más complejos. ¿Cómo podemos asegurarnos de que la propuesta que nos hacen está, a priori, entre las mejores que puede ofrecernos el mercado?
De manera lógica, cabe pensar que las variadas circunstancias que rodean a todos los actores de este mercado hace que, en algunos casos, los factores financieros no estén presentes en el lugar que merecen, es decir, que puedan primar otros factores a la hora de elegir nuestro asesor. El hecho de que, en el caso de muchos agentes de entidades financieras y ESI, el asesoramiento financiero sea una actividad accesoria a la principal que realizan puede suponer que se piense, por ejemplo, mucho más en factores fiscales que en una perspectiva totalmente global de la inversión. Si a ello le añadimos el hecho de que los beneficios que estos intermediario (como en el caso de las oficinas de entidades financieras y ESI) provienen de las comisiones generadas en cada operación, puede surgir la tentación de primar los productos que más comisiones ofrecen y/o realizar una rotación elevada de la cartera, realizando un número de operaciones superior al aconsejable. Evidentemente, no siempre es así, y de hecho existen agentes y gestores de entidades que realizan una magnífica labor de asesoramiento. Pero, los factores señalados, unidos a un exceso de producto propio en las carteras propuestas, pueden resultar indicadores de un deficiente asesoramiento, condicionando de manera significativa la efectividad de las carteras propuestas.
Por ello, y pese a que, por desgracia, en algún caso el supervisor (CNMV) ha podido dar “paso” a
entidades que no operaban de manera correcta, creo que la figura que más puede beneficiar a aquel inversor que quiera planificar de manera seria y eficiente sus inversores financieras es la de las
empresas de asesoramiento financiero (EAFI). Es cierto que el hecho de trabajar con este tipo de empresas puede suponer un
coste, a priori, más elevado que con otras entidades, al cobrar por patrimonio gestionado, beneficio obtenido o horas de trabajo dedicadas. Pero tampoco es menos cierto que en este tipo de empresas el alineamiento de intereses entre la empresa y el cliente es muy superior, totalmente garantizado en muchos casos (ojo, es importante conocer muy bien el funcionamiento de las mismas y exigir una total completa y absoluta transparencia de la empresa hacia el cliente en la estrategia aplicada y operaciones propuestas), y tiende a serlo más en el futuro, dado que es posible que en el futuro se les prohíba percibir retrocesiones del resto de entidades financieras.
Evidentemente, el factor de cobrar por asesorar, actividad que algunos realizan de manera “gratuita”, puede ser un factor que vaya en su contra, pero, ¿sabemos realmente hasta qué punto ese asesoramiento es gratuito…?