POR QUÉ LOS AVES SON MONÓGAMAS Y LOS HOMBRES NO
10-09-11
En viendo esos entretenidos documentales de naturaleza, siempre nos ha fascinado la monogamia de las aves, si no de todas las especies de ellas, de la mayoría.
Muchos otros animales pasan de la crianza de sus crías, como por ejemplo el leopardo o el oso polar, nuestros animales favoritos junto con el imperial león, que se pasa la vida durmiendo y fornicando.
Aves como los pingüinos, soportan todo tipo de privaciones para sacar adelante su único huevo.
Las aves macho ayudan a la hembra en todo tipo de tareas: hacer el nido, alimentación, defensa del territorio.
Está claro que esto es una ventaja evolutiva, con el único fin de mejorar y asegurar la transmisión de los genes. Y por eso los hombres en su día nos convertimos en monógamos, y cuando la mujer decidió dejar de ser una promiscua, vamos un putón verbenero, y asegurarle al macho su descendencia, y que no era la cría del cavernícola de la cueva vecina.
Algo ha pasado para que el hombre ahora no sea tan monógamo, y las tetas sigan tirando más que cien carretas, que ya es decir.
La monogamia es una intolerable imposición cultural y social al hombre, mayormente debido a nuestra cultura judeocristiana, encima mezclada con ciertas gotas de los moros de la morería de Lorca. Manda narices con los moros. La manía que les tenemos.
El hombre es libre. Debe ser un hombre libre, y sacudirse una vez los complejos freudianos de padre superior, de la madre cariñosa y demasiado protectora, y de la mujer o esposa (qué palabra más fea) que te regaña demasiado cuando un día vuelves tarde a casa (o ni siquiera duermes en ella, con la socorrida excusa de que has bebido demasiado y no debes conducir).
El hombre debe volver a ser el tremendo semental que fue. Si no, estamos perdidos.
A la mujer, le das la mano, y te coge todo el brazo. Por no decir que te coge la polla, que eso sólo ocurre de novios o de recién casados, porque con el tiempo (y los hijos) nuestra polla es tan sólo un necesario artilugio para fecundar. Nada más.
Una mujer años casada, ve el falo erecto de su marido, y o bien sale corriendo, o bien se hace la dormida. Eso es una estafa. Al menos prevaricación, que no sabemos lo que significa pero queda como de culto jurista.
Fastidia que desprecien tu falo. Y de este irrefutable y casi universal hecho, provienen todas las infidelidades masculinas. Que luego no se quejen, caramba, coño y leñe.
Obviamente, los hombres no somos aves. Menuda pereza. Estar haciendo un nido todo el día en primavera.
Los hombres fuimos monógamos, como los aves.
Los hombres no tenemos ni pluma (faltaría más) ni alas. En su lugar tenemos un hermoso falo, que es la perdición de las mujeres que lo catan.
Las mujeres suelen ser mucho menos adictivas que los hombres.
Las adicciones de las mujeres son más etéreas e indefinibles: el amor, el cariño, la ternura, la compañía, la mirada, la complicidad, la verdad y no la mentira, o… la coca cola light. O sea: falos en vinagre. O sea: pamplinas.
Mejor dejar el falo lejos del vinagre, condimento que sólo sirve para hacer boquerones en vinagre, y que nosotros ni lo ponemos a las ensaladas, más nuestros exquisitos aceites de oliva virgen.
A lo mejor es que los hombres no sólo somos unos inmaduros y nos faltan miles de años de evolución, al contrario que la mujer, que se encuentra en su estadio perfecto de la evolución.
A lo mejor es que los hombres estamos volviendo sin saberlo a las cavernas.
Pues vale. Pero con calefacción, por favor. Fotovoltaica, mejor.