CASTELLIO CONTRA CALVINO
Conciencia contra violencia
by Stefan Zweig
31-05-11
En los cimientos de cualquier Estado, toda constitución contiene los derechos humanos como lo más inviolable e irrevocable, y ya creíamos que los tiempos de los despotismos intelectuales, de las ideologías impuestas, de los dictados sobre la conciencia y de la censura habían desaparecido para siempre y que la aspiración de todo individuo a la independencia espiritual estaba asegurada como el derecho sobre su propio cuerpo.
Pero la historia es flujo y reflujo, un eterno subir y bajar.
Nunca un derecho se ha ganado para siempre, como tampoco está asegurada la libertad frente a la violencia, que siempre adquiere nuevas formas.
A la Humanidad siempre le será cuestionado cada nuevo avance, como también lo evidente se pondrá se pondrá en duda una y otra vez.
Precisamente cuando ya consideramos la libertad como algo habitual y no como el don más sagrado, de la oscuridad del mundo de los instintos surge un misterioso deseo de violentarla.
Siempre que la Humanidad ha disfrutado de la paz durante demasiado tiempo y con demasiada despreocupación, le sobreviene una peligrosa curiosidad por la embriaguez de la fuerza y un apetito criminal por la guerra, pues para seguir avanzando hacia su insondable objetivo, de cuando en cuando la Historia provoca retrocesos incomprensibles para nosotros.
Como los malecones y diques durante una marea viva, se derrumban entonces los muros de la justicia adquiridos por herencia.
En esos espantosos momentos, la Humanidad parece recaer en la saña sanguinaria de la horda y en la docilidad esclavista del rebaño.
Pero como tras cualquier crecida, las aguas tienen que volver a su cauce.
Todos los despotismos envejecen o se enfrían en poco tiempo. Todas las ideologías y sus triunfos temporales acaban con su época.
Sólo la idea de libertad espiritual, idea de todas las ideas, que por ello no se rinde ante ninguna otra, resurge eternamente, porque es eterna como el espíritu.
Si exteriormente y durante un tiempo se le quita la palabra, se refugia en lo más profundo de las conciencias, inalcanzable para cualquier opresión.
Por eso es inútil que los gobernantes crean que han vencido al espíritu libre por haberle sellado los labios, pues con cada hombre nace una nueva conciencia y siempre habrá alguien que recordará la obligación espiritual de retomar la vieja lucha por los inalienables derechos del humanismo y la tolerancia.
Siempre habrá algún Castiello que se alce contra cualquier Calvino, defendiendo la independencia soberana de la opinión frente a toda violencia ejercida desde el poder.