DEL RELATIVISMO MORAL
29-03-10
En nuestra columna de hoy, no seremos nosotros los que no las demos de moralistas o moraleros. Pues no.
Exceptuando el robo y el asesinato, seguramente acumulemos en nuestra biografía todos los pecados posibles. Es que pecar es muy divertido, la verdad.
De ahí nuestras naturales sonrisa, comprensión y tolerancia para con el caído, al que si podemos, intentamos levantar del suelo con una mano amiga y desinteresada.
Siempre pensamos: Me podría haber ocurrido a mí. Quién sabe, las vidas que da las vueltas, como diría Ramón Gómez de la Serna (esto nos lo acabamos de inventar como cita apócrifa. Licencias que se permite uno, carajo).
Eso se llama empatía, el supremo y tan femenino (menos cuando ellas se ponen de malas, normalmente por celos) sentimiento.
Dice el diccionario que el relativismo es la doctrina según la cual el conocimiento humano solo tiene por objeto relaciones, sin llegar nunca al de lo absoluto.
Y también, una segunda acepción: doctrina según la cual la realidad carece de sustrato permanente y consiste en la relación de los fenómenos.
Tampoco es que queramos hoy profundizar en el sentido filosófico del relativismo. Qué pereza. Tendríamos que levantarnos para consultar nuestra historia de la filosofía, ni más ni menos de Hirschberger, nombre muy apropiado y alemán para escribir sobre filosofía, por cierto.
No hace mucho tiempo, la moralidad entendida en un sentido moderno y nada religioso residía en la verdadera e histórica izquierda, a lo Marcelino Camacho, hace poco fallecido.
Camacho fue un hombre que vivió en consonancia con sus ideales, con lo que predicaba. No sólo hay que ser honrado (coherente), sino además hay que parecerlo.
Además de padecer durante años la brutalidad de las cárceles franquistas, Camacho impulsó y consolidó el movimiento sindical en España (al que tanto tenemos que agradecer los que alguna vez hemos tenido patrón, hemos trabajado por cuenta ajena), y no como los sindicatos de ahora, casi todos sus miembros liberados y tan sólo preocupados por dónde comer cada día el mejor jamón ibérico con la visa de oro del sindicato, es decir, con la visa sin límite del sufrido y corneado ciudadano/contribuyente español.
De la derecha nunca nos hemos fiado (excepto cuando económicamente nos interesa, no te jode. La caridad empieza por uno mismo, decía Jesucristo o alguien similar), porque suele ser ventajista, oportunista y acomodaticia.
Pero la derecha es como es: transparente en su egoísmo y avaricia. No engaña a nadie ni lo pretende.
Pero hay algo mucho peor que la derecha: la izquierdona, que toma robada la bandera de la izquierda a lo Marcelino Camacho, y usa su supuesta e histórica legitimidad histórica para gobernar como sea (11 M); para volver a ganar unas elecciones en el 2008 (Por el pleno empleo y no hay crisis económica); o para salvar los trastos y la debacle con una repugnante y miserable negociación con los asesinos de tantos españoles justos y buenos, gente del pueblo llano (e.g. Caso Faisán).
A nuestros todavía 48 años (en agosto 49, manda narices. Que conste que todavía se nos pone bien dura, para alivio y esperanza de nuestras nada numerables admiradoras), hemos visto casi todo.
Y encima tenemos una natural tendencia al cinismo más atroz, acaso para protegernos de los embates furiosos de la vida.
Pero el Caso Faisán nos supera. Ni relativismos (ni utilitarismos) morales ni nada.
La sangre todavía caliente de tantos inocentes hierve en su horror e indignación por una traición indecible.
Hoy no sonreímos. Hoy acusamos.
Que la gente de buena voluntad revise lo que dice y hasta piensa. No vaya a ser que acaben en los infiernos como algunos seguramente acabarán.
Nunca serán polvo enamorado, más polvo olvidado e ignorado.
Ustedes mismos: decidan con su conciencia, si es que la tienen.