TÚ NO TIENES LA CULPA
07-01-11
Tú no tienes la culpa. Si acaso, yo.
Hay una superioridad del hombre sobre la mujer que muchos hombres no sabemos gestionar.
La mujer, superviviente milenaria de la brutalidad masculina, contrapone sus legendarias armas de mujer : no se trata de sexo, de esa necesidad irracional y absurda que sentimos los hombres: esa devastación que nos causan, y de la que hasta la más experta y sabia ni siquiera se puede llegar a imaginar que originan.
La mujer, débil pero fortísima (soporta partos y enfermedades que ningún macho podría aguantar), descubre el mundo de la manipulación psicológica, donde ellas son catedráticas, y los hombres aprendices.
Pobre del hombre que sea objeto de su ira, o de su abandono, o su desafección, o su desamor. Nunca más volverá a recuperarse.
Y ay, en el mundo de las emociones, las mujeres se enredan en las propias telarañas que ellas, de forma atávica e intuitiva (un lenguaje cifrado y secreto de madres a hijas, de amigas a otras amigas), han bordado.
Resulta que la mujer araña queda cautiva en sus propias redes: en las redes de sus emociones.
La mujer es un animal sentimental.
El hombre es una animal brutal.
La mujer vive de emociones, y el hombre de acciones.
A la mujer no le interesan en el fondo nada de las acciones del hombre: sus logros, sus éxitos, su reconocimiento.
Al hombre no le interesan en el fondo nada de las emociones de la mujer: sus pasiones, sus sensaciones, su interno conocimiento.
La mujer siempre vive hacia dentro, como una vagina.
El hombre siempre vive hacia fuera, como una polla.
Tú no tienes la culpa, como dice la maravillosa y misteriosa canción de Alejandro Sanz.
Creemos que los hombres como nosotros nos tenemos que disculpar con todas las mujeres de nuestra vida, y decir: tú no tienes la culpa.
Frase bellísima. Así descargamos, aliviamos la conciencia de cualquier mujer que nos haya tratado (abuela, madre, pareja, amante, hija, nieta todavía no, Dios nos libre, carajo).
Qué mayor generosidad que asumir la culpa de todo lo malo.
Una vez, y sin querer, desarmas todas las defensas posibles de una mujer. Da igual el hombre que seas o lo que hayas hecho. La mujer, rompiéndosele todavía un poco más el corazón, sonríe ante ese acto de generosidad masculina: tú jamás tienes la culpa.
Hay pocas cosas que emocionan de verdad una mujer (además, claro, de los hijos), ya baqueteada desde muy joven por las mentiras e imposturas masculinas: decirle que no tiene la culpa de nada.
En la supuesta fragilidad, entrega sin condiciones y debilidad del hombre, la mujer se encuentra con su revés, con lo que nunca podía haber imaginado: una alma hermana que sobrevuela altitudes que ella sólo había podido intuir.
Es entonces cuando la mujer se convierte en la pasajera invitada hacia un mundo del que jamás se cansará de visitar.