ELOGIO Y REFUTACIÓN DE LA EUTANASIA
21-11-10
Llegan unas edades, en las que casi todos hemos perdido un familiar muy próximo (un padre, una madre, un tío querido como un segundo padre, alguien, coño).
Llega la Señora Muerte, avisando o sin avisar, y se cobra su tributo, su irremediable diezmo.
Al final, resulta que vivir consiste tan sólo en pagar un último impuesto diferido, cuando nos hemos pasado toda la vida pagando impuestos. Hay que joderse.
El niño inocente y claro, bueno y puro, se convierte en adulto cuando descubre tres cosas: que existe una cosa que se llama sexo; que el dinero es necesario para casi todo; y que un día habrá de morir. Malditos tres descubrimientos.
Montaigne, gran aprensivo e hipocondríaco, muy desconfiado (y con razón) con los médicos, decía que lo importante no es morir, sino cómo uno se muere.
El debate sobre la eutanasia es necesario, porque existe en nuestro país un enorme vacío legal, como en casi todos los países, a excepción de Holanda, Suiza y poco más, creemos.
Vamos a meterle un palo (como casi siempre) a la gran siniestra izquierdona que nos gobierna, es decir Rubalcaba, porque ya ni contamos con ZP, en sus últimos estertores como político. Una vez dijimos que ZP pasaría a las cloacas de la Historia, por su incompetencia y sectarismo. Resulta que ya está ocurriendo. Pues que se joda, porque todavía no se pueden valorar (recuento de daños) los perjuicios que ha ocasionado a este país. Ya lo hará, con tiempo y perspectiva, la señora Historia, impasible e infalible, y cuando no prevalezcan ya las filias y las fobias, lo emocional sobre lo estrictamente intelectual. Es decir: un juicio ponderado y sereno, seguramente no el nuestro, un poco intoxicado por la todavía demasiado próxima toxicidad cronológica de tal mentiroso e incapaz.
Después del último Consejo de Ministros del pasado viernes, su portavoz, el inefable, hábil, inteligente, astuto pero perverso Rubalcaba (Yo sé todo sobre todos, y haré cualquier cosa por tener el Poder, dice una cita de él a lo mejor apócrifa), anunció una ley que regularía algo así como los cuidados paliativos. No mencionaba la palabra eutanasia, y elegía una cursi e intencionada elipsis, perífrasis, circunloquio: regulación de los cuidados paliativos.
Lo oímos por la radio en el coche, y suponíamos que ese anuncio merecería grandes titulares en la presa de papel o virtual de ayer sábado.
Increíblemente, ningún medio se ocupaba de esta futura ley, ni siquiera los medios más conservadores, pro católicos y pro vida. Pasmados nos quedamos por este general silencio sobre tan importante tema que afectará a nuestra segura y futura muerte.
Una vez más, la izquierdona, ya en la agonía de la peor legislatura de la democracia, se saca otro conejo de la chistera, difunde un nueva cortina de humo (como los calamares cuando expulsan su negra tinta, si se sienten amenazados o acobardados) para que la atención del ciudadano se centre en temas ideológicos, y no en la realidad sangrante y sangrada de un país que camina a paso veloz hacia la ruina, y cuando ya miles de españoles han perdido todo, y no sólo su puesto de trabajo o su patrimonio, sino algo mucho peor: la dignidad y la esperanza.
Dejemos a la izquierdona y sus maniobras de diversión, que nos aburren.
Estamos a favor de la eutanasia activa. Nuestra muerte ideal sería sin dolor y durmiendo. Es lo que casi todos nos hemos imaginado alguna vez: me acuesto a dormir, y en la madrugada, cuando se mueren muchos enfermos, suspiro sin darme cuenta y sin molestar a nadie.
También hemos imaginado que sentimos que no ha llegado la hora. Y entonces reunimos a toda la familia. Le invitamos a la mejor comida posible con los mejores caldos posibles. Luego nos vamos a dormir una siesta, de la que nunca despertaríamos, porque habríamos ordenado, y bajo acta notarial, que un médico nos facilitara un tránsito tranquilo, ordenado y sin dolor, hacia la Nada, hacia el polvo, el que una vez fuimos, polvo de estrellas.
También estamos en contra de la eutanasia activa, cuando el Estado no ha tenido la capacidad y la habilidad de legislar que siempre prevalezca la voluntad del enfermo, y en su defecto, la de sus familiares. El Estado no debe inmiscuirse en algo tan importante como es el hecho de morir. Pero sí debe facilitar el marco legal para que el médico que aplica esa última y definitiva inyección, o para que los familiares que dan su autorización por escrito, en omisión del enfermo y porque éste no haya tenido la previsión de ir al notario y de manifestar su última voluntad (Yo no quiero vivir más sufriendo, cuando ya no hay remedio médico posible. Quiero morir durmiéndome) y porque su estado físico y mental en ese momento se lo impida (un coma, una demencia senil, una enfermedad neurodegenerativa), no sean perseguidos penalmente: ni el médico que ejecuta la voluntad del enfermo, ni los familiares que interpretan su voluntad.
De la misma manera que ahora es normal que las personas consientan por escrito la donación de sus órganos en caso de fallecimiento, así llegará un día en que algunos de nosotros, hayamos ordenado que se nos aplique la eutanasia bajo el imperio de ciertas circunstancias muy concretas.
Tema complejo y difícil, la eutanasia.
El legislador (el que sea, nos da igual) habrá de aplicar toda su habilidad, talento y pericia para su regulación, sobre todo en la previsión de una imprevisible casuística: por ejemplo, asesinatos encubiertos como formal eutanasia, y con tal de anticipar una jugosa y cuantiosa herencia.
Jamás en la historia una ley, como obra humana que es, ha alcanzado la perfección, y ha regulado todos los posibles supuestos de una vida que a cada momento cambia. Siempre la vida va por delante de las leyes.
De ello depende que muchos en el futuro muramos de una forma tranquila, o de una forma terrible, cuando ya no queramos una vida agónica, dependiente y ya sin posibilidad de curación.
Que el Estado lo regule de la forma más perfecta y precisa posible, y que no se inmiscuya en nuestra libertad.
Y que nuestro libre albedrío, principal obsequio de los Dioses que no existen, decida cuándo y cómo morir. Y si por mor de la edad o la enfermedad se nos han arrebatado la lucidez y la inteligencia, que nuestros más queridos familiares supérstites decidan por nosotros.
Sería un último regalo de amor. El más costoso y difícil de todos.