ANTONIO PUERTA
14-10-10
Antonio Puerta, ese hombre que golpeó al profesor Neyra hasta dejarlo en coma por muchos meses y casi matarlo, ha fallecido, seguramente por una sobredosis y por complicaciones de una salud además maltratada por una tardía diabetes.
Puerta y Neyra, Neyra y Puerta. Uno un santo bebedor. El otro un villano drogadicto. Uno el agredido. El otro el agresor. Uno todavía vivo. El otro ya muerto, y es ya polvo enamorado, por cuanto hay personas que todavía le quieren y le recuerdan.
Hasta Neyra, el agredido, la víctima de un momento de locura de su agresor, ha tenido un comportamiento exquisitamente humano y compasivo, al declarar hoy, con sinceridad y sentimiento, sus condolencias por la muerte de su verdugo. Neyra, el héroe bebedor (no descubrimos nada, no somos indiscretos ni juzgamos. Él mismo ha dicho en público que no piensa dejar de beber), que nos tenía acostumbrados a unas declaraciones como mínimo surrealistas, hoy ha demostrado que es una buena persona. El héroe bebedor es hoy un poco más héroe que bebedor. Aunque muchos no lo sepan, se puede ser héroe y bebedor.
La biografía de Puerta es extraña. No se dice nada de sus estudios y trabajo. Tan sólo que tenía 46 años, que era drogadicto a la cocaína y al alcohol (peligrosa combinación para un diabético) desde los 27 años, que se casó, tuvo un hijo y se separó con 20 años, y que su familia es lo que se llamaba antes con posibles, que tiene dinero.
Suponemos que es el caso de un hombre sin oficio ni beneficio. Sin trabajo y sin estudios, y que ha podido vivir hasta ahora gracias al dinero de su familia.
La diferencia entre un drogadicto pijo y rico, y otro no tan pijo y pobre, es que el primero vive y se droga con el dinero de su familia, y el segundo mal vive y se mal droga con el hurto, el robo y hasta más graves delitos.
Uno y otros, enfrentados, son lo mismo: dos personas que han caído en las garras impasibles e impías de una adicción de la que casi es imposible librarse.
Quiénes son los drogadictos o los alcohólicos terminales, esos que al final caen en un coma etílico y en el impensable delerium tremens, cuando se sufren alucinaciones y se ven monstruos en lugar de personas?
Pues personas normales, con piernas y brazos, con corazón y pulmones, con cerebro e inteligencia. No son extraterrestres, ni pertenecen a otro género que no sea el humano. Pero, ay, por la naturaleza de su carácter, por los avatares de la vida, por las malas compañías, por los desengaños amorosos (esto afecta sobre todo a las mujeres) y hasta por la genética, han caído en las simas abisales de la desesperación, y donde el suicidio es un pensamiento diario y cierto.
Escribimos esta columna en honor no sólo a Antonio Puerta y a todos los adictos del mundo, víctimas de sí mismos, espíritus impuros y no puros como les juzgarían muchos miserables, sino en especial para honrar a sus familiares.
Hemos escuchado a la hermana de Puerta, y descubrimos a través de la aséptica televisión, todo el amor y dolor por un hermano caído y muerto. La madre, que esta vez se empeñó que su hijo se rehabilitara de una vez por todas, después de múltiples rehabilitaciones y sucesivas recaídas, jamás la veremos. Llorará amargamente hasta el final de sus días la muerte de su hijo, todavía preguntándose en qué le falló a su hijo, para que con su libre albedrío eligiera llevar esa vida ya desde casi un principio arruinada.
El drogadicto sufre su adicción, y maldice a cada segundo su enfermedad (que no debilidad, porque implica un juicio). No sabe el drogadicto que perdió su libre albedrio, porque un ángel de la muerte, exterminador, nacido en los peores infiernos de Dante, manipula a su antojo su vida.
La familia, ay, la familia, sufre todavía más por el hijo o el hermano. Le dan dinero a escondidas para que no sufra el síndrome de abstinencia, y con el corazón partido, le miran, le compadecen y le lloran todos los días. No hay nada que hacer. Saben que lo van a perder.
Y así viene un día el ángel de los infiernos, y al final se lo lleva. Pero no a ningún infierno, sino al cielo imaginario donde reside todo el amor, cariño y comprensión de su familia.
Es polvo, más polvo enamorado.
No juzgues, y no serás juzgado, dice el adagio.
Es, por fin, el triunfo de la ternura sobre la censura.
Ay de aquél en el que la censura prevalezca sobre la ternura. Todavía no sabe que en cualquier momento un ángel de los infiernos también se lo llevará a él. Y no será polvo enamorado, más polvo olvidado en los imaginarios infiernos de la falta de amor, bondad y empatía.
Nada en esta vida queda impune. Ni siquiera la impiedad.