Y es que en estos últimos años ha habido mucha gilipollez en esto del mercado inmobiliario, mucho ferviente creyente de la religón ladrillil con unas concepciones vitales francamente equivocadas para aparentar una identidad totalmente equívoca. Entre otras, la maldita sensación de seguridad de algunos por tener una propiedad megaendeudada es solamente eso, una falsa sensación, que no mejora el desasosiego producido por la falta de tiempo libre, los matrimonios obligados por las deudas, el trabajo mal pagado, la convivencia forzosa con una pareja a la que no se quiere pero de la cual cuesta prescindir porque te está ayudando a pagar una hipoteca agobiante, el tener que estar discutiendo por cada duro gastado, en fin, historias varias de amor envilecidas por el pisito de los mil amores.
En este sentido los dos siguientes comentarios colgados en el portal Idealista resultan bastante ilustrativos del vuelco que ha dado la situación en los últimos tiempos:
"Yo estoy separada, con buen sueldo de funcionaria y sin hipoteca, estábamos de alquiler. Y lo tengo super claro a la hora de encontrar una nueva pareja: no quiero a ningún separado con megahipoteca compartida ni a ningún soltero cipotecado, más que nada porque no sabría si se ha acercado a mí por que le gusto o por necesidad"
y este otro...
"vaya vaya, antes los que estaban de alquiler compartido o viviendo con los padres eran unos matados y ahora los hipotecados son unos apestados".
Vueltas que da la vida.