Hoy voy a tratar un tema que siempre levanta debate porque es un elemento de discusión acalorada entre la gente del mundo financiero por no pocos motivos. Y es que argumentos a favor y en contra hay muchos y de los más variopinto, ya que el producto conlleva muchos matices que pueden y deber ser tratados. Quiero con ello hacer una reflexión de los diferentes motivos a favor y en contra de los palnes de pensiones y de qué forma pueden acabar haciendo aconsejable o desaconsejable su contratación.
Marco legal:
Para mí, el mayor problema que afrontan los planes de pensiones reside en la permanente inseguridad fiscal en la que vive el ahorrador. Cada gobierno que viene, tiene que cambiar las reglas de tributación, para que "se note" que hacen cosas. Un producto diseñado con el fin de ahorrar para la jubilación desde una edad temprana no puede tener cambios de tributación cada cierto tiempo porque se le antoje al político de turno. Estamos hablando de productos destinados a ser la hucha de clientes durante 20, 30, 40 o incluso más años.
El gran problema es que los planes de pensiones están expuestos a los cambios normativos que pueda haber porque se le acuerden al ministro de turno. Recordemos que es un producto aprobado en 1988, que de alguna forma reemplazó a los planes de jubilación, a lo cuales se les acabó perjudicando normativamente. ¿Por qué no se reformaron los planes de jubilación, a los que con posterioridad se les perjudicó en la fiscalidad? En 2006 llegó el gran hachazo a los planes, al eliminar la posibilidad de la exención fiscal del 40% en el primer rescate que se realice. Por ello, sólo las aportaciones hasta 2006 gozan de ese beneficio fiscal. Las aportaciones posteriores, cuando se rescaten, no contarán con beneficio alguno.
Sin embargo, el gobierno para compensar, se inventó los PIAS. ¿Y por qué ahora al pequeño ahorrador le toca cambiar a otro producto? Es más, ¿Por qué primero tenía que invertir el pequeño ahorrador en planes de jubilación, luego en planes de pensiones y ahora en PIAS? Por si éramos pocos, llegó Montoro. Y nos presenta los SIALP. Otro seguro con otras ventajas fiscales.
¿Que depara el futuro? Más cambios. No sé cuáles serán, pero por desgracia, tendremos que soportar más problemas. Además, hay un riesgo que podría darse, quizás sea muy exagerado, aunque para eso está el debate, que sería la nacionalización de los planes de pensiones privados. ¿Podría darse? Me parece excesivo, pero con unos gobiernos extractivos tan desconsiderados con el contribuyente, ya nada puede resultar excesivo. Y es que la imaginación es libre cuando el gobierno ya ha sido capaz de que puede superarse a sí mismo.
Liquidez
El rescate del dinero está bastante limitado, aunque es cierto que podría mejorarse si al final sale adelante esa modificación propuesta y no aprobada todavía de rescatarlo a los 10 años. No obstante, esta limitación creo que es lógica pues se supone que es un producto que debiera contar con limitaciones a la liquidez, especialmente por el destino al que se dedican las inversiones. Por tanto, este perjuicio potencial creo que también tiene su lógica, pues hablamos de un dinero destinado a circunstancias especiales.
Qué duda cabe que la única forma de compensar este problema de la falta de liquidez debe hacerse por medio de una fiscalidad ventajosa, que aporte al producto un atractivo que necesita para ser el destino del ahorrador. Por tanto, en cualquier caso, se trata de un elemento negativo para esta figura de ahorro, pero el problema es que también en parte es necesario para dar esa estabilidad al ahorro. Y de ahí que sea necesario que haya alguna ventaja que compense este problema. Sin embargo, acabamos de comentar el problema de los cambios legales en los planes que han perjudicado su fiscalidad. Y otros perjuicios que en los siguientes puntos se verán. En definitiva, desde el punto de vista de liquidez el Plan es perjudicial, aunque esto podría ser necesario. El problema es que las ventajas fiscales que debería tener el producto han sido dilapidadas en gran medida, lo cual reduce el atractivo.
Tratamiento fiscal del rescate
Sin duda, uno de los elementos fundamentales y donde debieran verse compensadas las trabas a la liquidez, así como el tratarse de un ahorro a largo plazo de gente que ha contribuido a la seguridad social y seguramente, en el momento del rescate, tenga pensiones bajas y requiera de un complemento. Considero que aquí deberíamos valorar también que las pensiones a futuro seguirán bajando, ya que las nuevas incorporaciones al mercado laboral no consiguen compensar la creciente base de pensionistas, cuyas pensiones, además, son cada vez más altas. Esto se debe a que los pensionistas que fallecen, cobran, de media, pensiones más bajas que los nuevos pensionistas que se incorporan. Es ahí donde aparece el grave problema de sostenibilidad de las pensiones a largo plazo y los intentos llevados a cabo de reducir las bases reguladoras, añadiendo más años al cálculo de esas bases reguladoras, al tiempo que se incrementan los años exigidos para alcanzar el cobro del 100% de la base reguladora.
Sin embargo, el tratamiento fiscal del rescate, actualmente es bastante deficiente: Sólo lo aportado hasta 2006 goza de beneficios fiscales, ya que el resto tributa al tipo marginal, y por tanto, los dos únicos beneficios fiscales (si es que se da la situación) que entiendo que hay son para aquellas personas con bases imponibles inferiores tras la jubilación y el diferimiento del pago de los impuestos, que nos permite "usar" el dinero de Hacienda en nuestro beneficio. Sin embargo, este último apartado, usar el dinero de Hacienda, resulta crítico el que se pueda colocar ese dinero con unas tasas de interés compuesto razonables y que permitan beneficiarnos de esta ventaja.
Esos dos beneficios comentados, deben compensar de forma muy importante los aspectos claramente negativos del producto, como son la falta de liquidez y el riesgo normativo que ya hemos comentado. Qué duda cabe que otro beneficio fiscal que podría darse es porque podríamos suponer que cuando nos jubilemos nos moveremos en tramos impositivos más bajos, lo cual hará que paguemos menos impuestos por los cobros regulares que hagamos del plan de pensiones, aunque esto sería discutible porque... ¿Qué tipos impositivos habrá entonces? Eso nadie lo sabe. Con esto, este último beneficio quedaría un tanto en entredicho.
Por tanto, al final, lo que sacamos en claro es que es el diferimiento en el pago de impuestos lo que nos puede compensar, pero para que realmente nos beneficiemos, es necesario que los planes sean altamente rentables, ya que en caso contrario, tampoco serían interesantes desde este punto de vista.
Calidad de la gestión
Es esencial y crítico este aspecto para poder beneficiarnos de la ventaja fiscal comentada, la de quedarnos, temporalmente, con el dinero de Hacienda, para que trabaje en nuestro beneficio. Y es aquí donde el producto falla en gran medida porque nunca ha sido tratado bien por las entidades, ya que cuenta con la ventaja para estas de que el cliente, de alguna forma, se encuentra cautivo al no poder recuperar el dinero. De ahí que se haya competido tradicionalmente entre entidades por los planes, porque es un producto que necesariamente el cliente tiene que tener (si es que lo tiene contratado, por su iliquidez). Sin embargo, los términos en los que se ha competido no es en comisiones o en calidad de gestión, sino a ver quién daba mejor secador de pelo, una buena plancha de asar o el teléfono de última generación.
Es decir, la competencia se ha centrado en el regalo y no en la calidad de la gestión y en el asesoramiento al cliente. Bueno, de hecho, ¿Quién asesoraba? Aunque antes de hacer esa pregunta habría que preguntarse si realmente las redes comerciales estaban preparadas (¿Lo están ahora?) ¿Interesaba que el plan de pensiones batiera al benchmark? ¿O que tuviera una rentabilidad consistente en plazos largos? Todo daba igual. Lo que importaba es que el regalo fuera bueno, porque el cliente le daba igual si el plan le hacía ganar. Claro, si no le interesa esto al cliente, al gestor, y por derivada al comercializador, les da exactamente igual el desempeño del plan frente a la competencia.
Esto ha tenido una consecuencia nefasta en el sector y es que los planes han decepcionado en gran medida al cliente porque mucha gestión ha sido nefasta. ¿A quién le importa lo que gane el cliente? A nadie. Casi diría que ni al propio cliente. Por eso no es de extrañar un estudio publicado hace algunos meses, en el que se puede comprobar que, a excepción de unos pocos productos, ninguno supera el 4% de rentabilidad anualizada a 10 años. Es más, resulta asombroso, que si comparamos planes de pensiones garantizados, lo hayan hecho mejor que planes de bolsa sin garantía, considerando periodos amplios de tiempo. Deberíamos ver si es que ha habido excesiva concentración de IBEX (que no sería de extrañar) pero también una gestión deficiente y limitada a indexar aplicando comisiones máximas (Que recordemos que hasta hace poco más de un año eran del 2,25% más la de depositaría). Con semejante comisión, es imposible batir a ningún benchmark a largo plazo.
Parece que el que ha hecho un gran negocio es el gestor y el comercializador, pero no ha sido así para los clientes, que encima son los que ponen los duros. ¿Cómo se explica que la mayor parte de planes de bolsa son batidos por planes garantizados de tres al cuarto? Es fácil: La gestión es penosa. Y es que encima, como ya he dicho, al cliente y a la gestora le da igual. Por tanto, este aspecto tampoco contribuye muy favorablemente a apoyar a los planes de pensiones.
Comisiones del producto
Ahora entremos en lo mollar. Están las comisiones de la banca por gestionar el producto y las gestiones que se hacen "por detrás". Recuerdo cierta entidad de cuyo color no me acuerdo, que hacía operativas auténticamente rocambolescas, como anular aportaciones a fondos de pensiones con fecha diferida pero evitándole cualquier perjuicio al cliente que anulaba su aportación, lo que suponía un perjuicio (o un beneficio, según) para el resto de participes. El caso es que así el banco se ahorraba, en caso de perjuicio, tener que asumir los costes de su gestión. Pero bueno, es parte de la operativa de algunas entidades, al igual que los otros "gastos" que no están metidos en los gastos de gestión y los gastos del depositario. ¿O no la sabéis?
Pero vamos a lo interesante. Los planes de pensiones han brillado siempre, para la banca por dos aspectos fundamentales: La primera es que se trata de un producto "vinculante", o sea, que es un producto que genera relación con el cliente, y que además, cuando el cliente se marcha, es el último producto que se lleva. La segunda razón es que son una máquina de generación de comisiones brutal. Aunque es cierto que el volumen de planes de pensiones es inferior al volumen de fondos de inversión, es un volumen muy estable a largo plazo por las restricciones a la liquidez, a pesar de los reembolsos habidos durante la crisis que se han visto compensados por las nuevas aportaciones pero también por la apreciación de los activos. Y sobre ese volumen aplicar una comisión máxima del 2,25% (más el 0,25% del depositario, que generalmente hasta hace poco era el mismo grupo bancario al que pertenecía la gestora de planes), hace que esto sea una auténtica máquina de generar rentabilidad.
Menos mal que el gobierno, por devoción o por equivocación, en una de esas escasas medidas que ha tomado en defensa del partícipe, rebajó las comisiones máximas al 1,50% (de gestión) y 0,25 (de depósito). Con todo, siguen siendo elevadas, ya que si miramos a países como Estados Unidos, el coste de la gestión de las pensiones es inferior al 1%, lo cual deja todavía mucho camino a la bajada. Y no te digo nada si te coges un fondo ajustado en precio. Lo gracioso es que nadie tocaba las comisiones porque también es cierto que a la clientela era un tema por el que sentía una profunda indiferencia, en general, lo que le cobren de comisión o lo que le rente el dichoso plan de pensiones. Y de ahí los problemas ya comentados sobre la nefasta gestión de los planes comercializados en España, que hace que estos vehículos que podrían ser interesantes, acaben siendo poco atractivos para construir un patrimonio para la jubilación.
Por tanto, vemos como se trata de un producto de baja intensidad competitiva en el apartado de comisiones aplicadas, salvo muy muy limitadas excepciones. Entonces, desde este punto, en general es negativa la valoración que podemos ofrecer, aunque hay algo positivo que ha mejorado gracias a las limitaciones del gobierno: Ahora la comisión total máxima del 1,75% beneficia a los productos de bolsa, que se ven menos gravados que sus homólogos de fondos de inversión, que suelen irse a comisiones máximas del 2,25%.Otro día debatiremos de ese asunto. Vaya, aquí podemos tener una pequeña ventaja del producto. De todas formas, sigue siendo un producto caro para el escaso valor añadido. Si ofrecieran rentabilidades decentes, sería justificable cobrar comisiones más elevadas, pero ofreciendo rentabilidades medias inferiores al 4%... ¿Quién hace negocio, el que pone el dinero y saca algo menos del 4% o el que no pone nada y se sacaba antes el 2,50% y ahora el 1,75%? La respuesta, nuevamente, meridiana. Los planes tampoco tienen una ventaja en comisiones, y eso que, siendo un ahorro a plazos muy largos debería moverse en unos niveles de gastos inferiores al 1%. Recordemos que los planes de empleo se mueven en comisiones del 0,35-0,50%. ¿Y esa diferencia? Pues en eso estamos, que en este negocio, fundamentalmente, sólo gana uno (ajustando el beneficio por unidad de riesgo).
Conclusiones
Aquí es donde podemos cada uno tener una visión diferente, aunque la mía la tengo clara, y la he ido esbozando en el post. Para mí, el gran problema del plan de pensiones estriba en el marco regulatorio, que es cambiante y hace que lo que parezca hoy bueno, no tiene por qué ser bueno mañana. Además, aunque no tenga liquidez, que no lo veo como problema, la calidad de la gestión ha dejado mucho que desear y las comisiones han acabado por hacer el resto, convirtiendo al producto en una hucha que es sólo negocio para el que la gestiona.
Lamentablemente, es el problema que tenemos en España, y es que entre los cambios constantes de la legalidad, los pocos esfuerzos de los gestores y la desidia de la clientela, tenemos un problema con un producto cuyo fin, teóricamente, sería bastante bueno.