Cuando te pones a analizar la gestión de la tesorería de una empresa, siempre hay una pregunta que te viene a la mente, ¿cuántos bancos son necesarios?, ¿Dos, tres, ninguno?.
Siempre que me han hecho esa pregunta me ha venido a la cabeza la anécdota de aquel empresario al que un amigo fue a visitar a su oficina. Una vez en ella le preguntó, “Oye, y aquí, ¿cuántos trabajan?”.El empresario alzó su vista hacia todos sus empleados y tras recorrer las oficinas con la mirada contestó sin dudar: “la mitad”.
Con las entidades bancarias ocurre más o menos lo mismo. ¿Realmente todas están produciendo para la empresa?
Porque lo que realmente debemos preguntarnos a la hora de comenzar una relación con una entidad financiera es la rentabilidad que vamos a sacar de dicha relación.
Cuántas veces hemos abierto cuentas en entidades que, tras la promesa de un servicio (normalmente financiación) luego éste no ha llegado a materializarse por cualquier razón y ahí se ha quedado la cuenta abierta, criando malvas. O bien tras la finalización de dicho servicio luego nunca más se ha vuelto a utilizar.
Porque, aunque no lo parece, una cuenta abierta en una entidad financiera genera un coste, bien monetario (comisiones varias, intereses, coste de oportunidad de tener un saldo mínimo en la cuenta) como administrativo (apuntes contables, extractos por archivar).
El dinero es un input más en nuestro sistema productivo, por lo que un banco debería ser considerado como una maquinaria necesaria para en la cual introducir dicho input para que genere una rentabilidad empresarial. ¿Compraría usted una máquina nueva aunque tenga paradas otras?.
Uno de los problemas que tiene el dinero en la empresa es que nunca se le ve como algo productivo, sino como algo meramente administrativo. Necesario, si, pero carente de generación de riqueza para la empresa. De ahí que su gestión nunca haya sido prioritaria para el empresario, es algo que, una vez conseguido, hay que utilizar, pero no gestionar y ahí es dónde viene el gran error y se intenta conseguir financiación a través de otra entidad.. y otra.. y otra, olvidándonos en optimizar lo que ya tenemos.
También es cierto que no hay que "poner todos los huevos en el mismo cesto" y que la diversificación nos llevará a conocer otros puntos de vista, otra forma de hacer las cosas y a tener más controlado nuestro riesgo, pero no a cualquier coste (y, repito, no hablo de coste únicamente financiero).
Por todo ello la pregunta que nos formulábamos al principio no tiene una respuesta cerrada, dependiendo de las características de la empresa harán falta más o menos entidades financieras, pero en su justa medida.
Así que, la próxima vez que una entidad le proponga empezar a colaborar con ella, piense a largo plazo, ¿le sacaré rendimiento?, ¿la amortizaré? ¿o la tendré arrinconada como la tercera impresora que me compré porque imprimía en color y que ahora casi ni utilizo pero me da pena tirarla?