Han pasado semanas desde la última vez que escribí por aquí y, lejos de mejorar, todo sigue igual que al principio: los bancos siguen siendo ricos, los políticos siguen igual de ineptos, el paro sube y el bolsillo de los españoles se vacía. Ante esta situación, la pregunta que todo el mundo se hace es: ¿quién es el culpable de la crisis? Si de algo estoy seguro es que yo no lo soy y, aún a riesgo de parecer impertinente, describiré los motivos.
1. Yo no tengo la culpa de que varias decenas de miles de ingenuos enamorados decidieran comprarse un zulo en el que vivir por 340.000 euros con sueldos mileuristas. Dicen ellos que el banco se lo puso fácil y que "en algo había que meterse". No se de qué se quejan ahora si no supieron prever la que le estaban metiendo doblada. Los contratos, señores cipotecados, hay que leerlos. Vienen en español, nuestro idioma natal, y pueden llevarlo a casa para analizar minuciosamente con microscopio todas y cada una de sus cláusulas. "-¿Qué es eso del euribor?", "-Nada, nada, tecnicismos económicos... Firme usted aquí".
En lugar de hipotecarme de por vida yo decidí irme a vivir de alquiler. Hice justo eso que todos decían que era "tirar el dinero". Miré mil casas (lo que tras el boom inmobiliario pasó a denominarse chalet adosado con piscina) y me decanté por la que más me gustó. Gracias a esta decisión pago 450 euros mensuales, no tengo ningún tipo de contrato de permanencia y vivo en una casa por la que su dueño pagó casi 50 millones de las antiguas pesetas y que ahora no puede disfrutar. El día que me canse o encuentre algo mejor me iré y el contrato se esfumará con mi ausencia.
2. Yo no tengo la culpa de que no puedas pagar el préstamo por tu BMW Serie 1. Mientras tú te paseabas en él y fardabas de cobrar una pasta en la obra, yo andaba 20 minutos diarios para llegar a mi Facultad. Cuando finalmente decidí comprar un coche ahorré previamente durante tres años completos. Con pulcra religiosidad, cada mes hice una transferencia a una cuenta de ahorro y no tomé la decisión de comprar hasta que el montante de mis ahorros fue suficiente como para poder dormir por las noches sin remordimientos. Y aún así, descargé antes de internet un listado de todos los concesionarios Volkswagen de Andalucía, los llamé uno a uno y me quedé con el que más barato me ofreció el coche. De haber buscado lo fácil habría comprado en el concesionario más cercano a mi casa y habría pagado casi 3.000 euros más por el mismo vehículo.
3. Yo no tengo la culpa de que te fueses de vacaciones a las islas Bora Bora porque "era muy cool". Aquí el plan de acción siempre era el mismo: un grupo de españolazos horteras, vuelo de 10 horas con Iberia, polo Lacoste, hotel de cinco estrellas con pulsera, 24 horas a base de ron y cámara de fotos para dejar arrogante constancia de sus hazañas en las redes sociales. Éstos son los mismo que, al volver a casa, conducen a puntita de gas para ahorrar gasolina y compran mortadela en el Lidl.
Yo para irme de vacaciones me compro todos los años una hucha. Sí, sí, como los antiguos. La última la compré en los chinos, me costó 60 céntimos, es alargada y tiene un dibujo de un billete de 200 euros. Mi pareja y yo echamos casi a diario alguna moneda. Y si algún fin de semana salimos y regresamos con más dinero del que creíamos metemos un billete de 5 o 10 euros. Ésto que parece una gilipollez supone tras los 365 días del año un ahorro suficiente para irte de vacaciones sin desembolsar prácticamente ni un euro imprevisto. Toma nota.
5. Yo no tengo la culpa de que pagases 379 euros por un iPhone 4 con contrato de permanencia de 24 meses, una tarifa de 40 €/mes (más IVA) y encima no supieses crearte una Apple ID para empezar a usar el teléfono. "-¿iTunes? ¿Eso para qué sirve?". Para renovar los teléfonos yo siempre uso el mismo truco: pido portabilidad a otra compañía (de Vodafone a Yoigo, en mi caso), espero la contraoferta, la negocio, la renegocio, les digo que no, me vuelven a llamar y me vuelve a ofertar. ¿El resultado? El mismo iPhone por 89 euros y una tarifa de 20 euros mensuales.
No tengo la culpa de que desayunaras todos los días en el bar. No tengo la culpa de que seas un adicto al Estado del Bienestar. No tengo la culpa de tu adicción a las subvenciones y a las prestaciones sociales. No tengo la culpa de tu mala gestión personal. En definitiva, yo no tengo la culpa de que hayas vivido por encima de tus posibilidades.