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Charlar con Bianchi es siempre un ejercicio interesante y desconcertante. Como buen italiano, Mario Bianchi se considera a sí mismo un auténtico canaglia azzurro, un birbone o lo que aquí llamaríamos un pícaro de playa. Intuitivo, extrovertido y adulador, a menudo tiene la virtud de conducirte a través de su intrincada jungla mental hasta convencerte de que cualquier barbaridad es posible. Hace unos días me envió un email que, como de costumbre, era más extenso que algunas de las tesis que anualmente se publican. En dicho correo electrónico me exponía su búsqueda de un sistema de inversión que pudiera garantizar, a largo plazo, una rentabilidad por encima de la del mercado.
 
Al instante saltaron todas mis alarmas. Cualquiera que lleve el suficiente tiempo en este negocio sabe que hablar de asegurar un rendimiento superior al índice de referencia y además, a largo plazo, es una aspiración imposible o, en su defecto, estamos ante una de las ideas más viejas de la humanidad: el fraude masivo. Instantáneamente pensé en eliminar dicho correo electrónico, bloquear al autor, depositar mi móvil en una jaula de Faraday y llamar a mi abogado, no fuera que esas mismas alarmas hubieran saltado en la sede del CNI, la NSA o cualquier otra de las muchas organizaciones que monitorizan constantemente las comunicaciones mundiales. Sin embargo, la curiosidad mató al gato una vez más y continué con la lectura de aquellas cavilaciones hasta que, como era de esperar, me convencí que de alguna manera Bianchi estaba algo más cerca de una solución.
 
La primera vez que oí hablar de un esquema piramidal no fue en ningún libro, sino en mi pueblo natal. A mediados de los ochenta, siendo yo un adolescente, cierto director de determinada entidad bancaria fue relevado de su plaza, casi de la noche a la mañana. Por las calles circulaba un rumor según el cual, aquella substitución no se debía, ni a ninguna promoción profesional, ni a motivos personales, sino a las sospechas que dicho individuo -utilizando la tupida red de contactos propia de su cargo-, participaba en un círculo de plata. Es cierto que aquel runrún, nunca se confirmó -ni podía confirmarse, por lo menos de puertas para fuera-, pero ello fue suficiente para que me interesara en el asunto.
 
Por sorprendente que pueda parecer, una pirámide abierta es aquella en la que los participantes son, en ocasiones, plenamente conscientes de cómo funciona el sistema. Si se quiere disfrazar la naturaleza de la operación a ojos de los más incautos, no hay más que vender la idea de un producto de inversión de origen desconocido, puede que incluso presentando un proyecto real cuyo rendimiento estará siempre lejos de ser verídico. Uno realiza la aportación que corresponda y se encarga de captar a un número determinado de nuevos partícipes de los que recibirá el nuevo capital. En sistemas más depurados se interpolan los nuevos miembros en listas de cobro que otorgan un orden de prelación a la hora de percibir ingresos. Sea como fuere, en cuanto alguien se une a la aventura, su única prioridad residirá en conseguir nuevos partícipes con los que alimentar la rueda. Cobrar de los de abajo y pagar a los de arriba. El sistema configura automáticamente un tejido con forma de pirámide, así que cuanto más arriba se sitúe uno, más dinero recibirá. 
 
En una pirámide cerrada o esquema Ponzi, el control de toda la estructura reside en su creador, ya sea un único individuo o un conjunto de ellos. De nuevo se disfraza la naturaleza de la inversión bajo el manto de gestores profesionales, siempre a los mandos de una estrategia secreta y altamente rentable. Los intereses comprometidos con los partícipes existentes se abonan con cargo al capital fresco aportado por los nuevos integrantes. En este caso, los recién llegados no tienen que preocuparse por reclutar a ningún otro miembro, limitándose a percibir los ingresos fijados. El caso de Bernie Madoff, un auténtico maestro entre los maestros, demostró cómo de frágil puede llegar a ser la naturaleza humana pues sus crédulos clientes -individuales e institucionales, especialistas en la materia o carentes de cualquier conocimiento- confiaron, con los ojos cerrados y desoyendo todas las señales de alarma, en una figura de autoridad que supo dar un carácter exclusivo a todos sus partícipes.
 
Sea el sistema abierto o cerrado, es imprescindible que no cese la entrada de nuevo capital a fin de mantener los beneficios de todos los partícipes. Y, claro, construimos un gigante con pies de barro pues, tarde o temprano, los posibles nuevos participantes acabarán por saturarse, colapsando el esquema. 
 
Años después de aquellos bisbiseos domésticos tuve conocimiento directo -a través de un familiar afectado-, del famoso caso de la estafa de Fórum Filatélico. Durante décadas, cientos de miles de españoles invirtieron sus ahorros en determinados sellos de correo que se revalorizaban entre el 6 al 8%, superando en 4 o 5 puntos lo que ofrecían las entidades bancarias en el mismo plazo de tiempo. Elevado rendimiento sin riesgo alguno, pues era la propia entidad la que recompraba dichas colecciones al final del periodo. Un sinsentido.
 
Pero retomemos las elucubraciones del bueno de Bianchi. Una pirámide cerrada es perfectamente legal -so pena de verse entre rejas de uno a seis años (art. 290 del Código Penal español)-, siempre y cuando el beneficio económico no esté relacionado con la venta de productos o servicios reales (sic). En consecuencia, bastaría con obtener una rentabilidad superior a la que el mercado registre, o lo que en otras palabras podríamos definir como un alfa positivo. ¡Caramba, acabamos de descubrir la esencia de todo fondo de inversión!; pero déjenme que prosiga con la digresión argumental. Si, por un lado, nos garantizamos ese mismo rendimiento sincronizándonos con el mercado -por ejemplo, vía ETFs- y, por otro, destinamos parte del capital a la inversión en activos cuyo rendimiento supere al propio índice, sin duda obtendríamos un diferencial neto positivo que, en mercados alcistas, podría llegar a ser notorio.
 
¿Y qué valores serían aquellos que nos proporcionarían ese alfa que acabará diferenciándonos del resto del planeta? La respuesta, por obvia, no puede ser más simple: todos aquellos que efectivamente superen la rentabilidad del propio índice, desde que lo consigan y mientras así lo hagan o decidamos discrecionalmente recoger beneficios. Porque, de entre el conjunto de empresas que cotizan en el mercado, siempre obtendremos cuatro grupos diferenciados: a) aquellas que nunca superan al índice ($AES), b) aquellas que lo consiguen, pero acaban por integrarse en el grupo anterior ($JNJ), c) las que persiguen sin diferencias substanciales al índice ($AIZ) y d) las que se disparan hasta el infinito y más allá ($AMZN). Entendiendo que no invertiremos en ningún caso en el grupo (a) y, pudiendo obtener pérdidas limitadas -aunque no necesariamente- en los grupos (b) y (c), deberían de ser ampliamente compensadas con los resultados logrados por el grupo (d).
 
Como teoría, podría funcionar -reflexiono-, pero lo difícil es pasar de las palabras a los hechos. Sería muy fácil caer en el sesgo de confirmación tomando, por ejemplo, a los 7 magníficos para obtener los mejores números. Ante mi sorpresa, abro un Excel adjunto al correo electrónico para comprobar cómo ese maldito italiano -lombardo, para más señas-, retrocede un margen prudencial de 10 años para realizar su particular backtesting y, a partir de ahí, segmentar cada uno de los 500 valores que componen el $SPX en los mencionados grupos, estableciendo para aquellos que ocupen los apartados (b), (c) y (d), las entradas y salidas con relación al rendimiento del citado índice. De ahí, a resumir en una estimación teórica la rentabilidad global obtenida, va un solo paso. 
 
Sin embargo, el método no es perfecto. Entre las muchas dudas que me asaltan destacaría el riesgo inherente, el capital necesario para cubrir todas las oportunidades que se presenten. Quizá lo que más me preocupa sería la ausencia de un criterio objetivo por el que decidamos recoger los beneficios de una inversión que ha obtenido una rentabilidad destacable antes de que elimine gran parte del gap respecto al índice. En cualquier caso, respiro aliviado. Bianchi ha hallado un camino interesante que no nos va a meter en problemas con la justicia y que aún debe de ser trabajado, ajustado y verificado sin caer en un fine tunning que maximizaría resultados pasados pero que podría condenar rendimientos futuros.

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