Indiscutiblemente, peor que ahora. En tiempos del dictador las mujeres eran un absoluto cero a la izquierda a efectos legales y reales, e imperaba un fortísimo machismo de inspiración judeocristiana, griega y romana. Casi sistemáticamente se absolvía en los tribunales al autor masculino de crímenes y/o asesinatos pasionales. Sencillamente, en tiempos de Franco, las mujeres estaban indefensas a todos los niveles.
Si eras de los más desfavorecidos, esto es, pobre sin domicilio o gitano ambulante, podías considerarte sentenciado a sufrir cualquier atrocidad por parte de la guardia civil o cualquier autoridad. Se te aplicaba una famosa ley llamada de vagos y maleantes, se te encarcelaba o se te desterraba y casi siempre recibías alguna que otra paliza.
Franco entendía de economía aproximadamente lo que yo de física cuántica, es decir, nada. Por tanto, se rodeó de consejeros fuertemente relacionados con la derecha española y otros pertenecientes a facciones fundoacadémicas religiosas. Por supuesto, la corrupción le rodeaba, pero nunca en las proporciones bíblicas que ahora vemos, parecía como si quisiese reglamentarla de alguna manera, pues solía fulminar a determinados corruptos y malversadores cuando los descubría. No mostró ninguna clemencia con los perdedores y, diez años después de finalizada la guerra civil, continuó firmando sentencias de muerte. Odiaba las izquierdas, despreciaba las derechas y mantuvo una relación de amor y odio con la iglesia que lo cubría con palio. Su inteligencia era normalita, pero ganó la guerra, impuso el terror y si daba un puñetazo en la mesa bailaba hasta el crucifijo.
No tuvo mucho margen de maniobra, su régimen nos mantuvo aislados del exterior, occidente ignoraba a Portugal y a España, no hubo ayudas excepto tarde e insuficientes y a cambio de transferir soberanía en forma de bases y otras concesiones a USA. Así, practicó la utarquía a ultranza, lo que se tradujo en muchos años de escasez y necesidad en materias primas.
A pesar de estas condiciones tan duras, sus tecnócratas, inspirándose en postulados nacionalsocialistas, lograron establecer un sistema de protección, pensiones, jubilación y seguridad social que abarcaba a la práctica totalidad de la población española. Consiguieron que el pobre de solemnidad (eso sí, con domicilio fijo) tuviese su condición legalmente reconocida y acceso a una sistema de prestaciones tan completo y de funcionamiento tan eficaz que provocó la atención y estudio de buena parte de la comunidad internacional.
Hubo una época, finales de los 60, principios de los 70, en la que prácticamente se consiguió pleno empleo, sanidad para todos, y subsidios para los desempleados, préstamos oficiales, viviendas protegidas. Los servicios eran deficientes, las carreteras escasas, los medios precarios... ¡pero todos trabajaban y se podían ganar la vida! Aquello empezó a llamarse dictablanda. Las pequeñas y medianas empresas tenían créditos y su proliferación se debe a ese espíritu emprendedor que el ser humano utiliza cada vez que tiene oportunidad si le dejan. Hoy, como ayer, las pymes, sobre todo las py, sólo dependen de la voluntad personal y circunstancias sensatamente propicias sin acosos estatales.
Finalmente, acorralado el régimen por activistas del interior y del exterior (léase USA vía Alemania y colaboración gala), a la muerte del dictador se instauró una partitocracia que alimenta a una inútil y parásita casa real, y que se perpetua a sí misma mediante la legalidad (voto) de que les revisten sus víctimas.
Sus logros en treinta años con un sistema de recaudación brutal, comparados con los diez años en condiciones de inferioridad de los tecnócratas de Franco, dan pena. Se podrían calificar de patéticos si no fuera porque, en realidad, son el signo de unas intenciones horribles que no esconden y que parece que la gente no quiere ver.
Ufff, perdón por el tochazo.