Cuando EEUU tenía superávit
En un año electoral en EEUU como éste es interesante recordar que en septiembre de 2000 los dos candidatos a la presidencia, Al Gore y George W. Bush, polemizaban en debates sobre como gastar mejor los 230.000 millones de dólares de superávit, el 2,4% del PIB nacional, que en aquel momento manejaba la administración Clinton. Ocho años después el debate podría ser sobre cómo se pagará un déficit 408.000 millones de dólares, algo más del 3% del PIB, que la administración Bush legará a las generaciones futuras.El próximo presidente de Estados Unidos no sólo se enfrentará a un déficit que limitará su estilo de gobierno. También se encontrará con una deuda pública en máximos históricos, exactamente en 9,5 billones de dólares. Una cifra mareante que no tiene visos de menguar, ya que el Congreso aprobó a principios de septiembre una ley que permite elevar el límite de la deuda pública de 9,8 billones a 10,6 billones de dólares. El poder legislativo norteamericano ha decidido elevar su propio tope porque el gobierno se ha comprometido a realizar una serie de gastos, como un mayor dispendio en Irak, que amenazan con perforar el techo de 9,8 billones. Para entender la cuantía exacta baste decir que el PIB norteamericano anual es de 13,84 billones de dólares. Por cierto, si se preguntan qué cantidad de deuda recibió George W. Bush cuando llegó a la Casa Blanca fue ésta: 5,35 billones de dólares. Con la diferencia de que la administración Clinton consiguió reducir la deuda en 0,36 billones en sus últimos 3 años.
Si se ha de ser justo, la presidencia de Clinton coincidió con el período más largo de crecimiento de la economía norteamericana y con la llegada de internet a la oficina de una manera masiva, un hecho que cambió la manera de hacer negocios y que permitió que la productividad creciera a un espectacular porcentaje promedio del 6% en el segundo mandato de Bill Clinton. No obstante, si analizamos con detenimiento la presidencia Clinton veremos que en su conjunto no fue un “Nirvana económico”, tal y como explica Joseph Stiglitz, premio nobel de economía y presidente del Consejo de Asesores Económicos de la presidencia. Stiglitz reconoce que es conciente de “los errores y las oportunidades perdidas” y expone que deberían de “haber invertido más en infraestructuras, endurecido la regulación de los mercados y tomado pasos adicionales para promover la conservación de la energía”. Sin embargo, fueron unos años en los que el déficit estuvo bajo control por primera vez desde los años 70 y los ingresos de las clases bajas crecieron más rápidos que los de las clases altas.
Los errores económicos de Bush
La administración Bush heredó un superávit, una deuda contenida que se reducía y fue favorecida por un ciclo económico positivo, pues en el período 2003 –2007 el crecimiento económico se situó en un respetable 3%. Por ello, para conseguir acabar con esta ventajosa situación había que tomar decisiones gravemente erróneas, como así fue. La primera se materializó en junio de 2001 cuando el presidente presentó un recorte masivo de impuestos, siguiendo la máxima republicana de que el dinero, donde mejor está es en el bolsillo del contribuyente. Este recorte fue seguido por otro en 2003 que se mantendrá vigente hasta 2011 inclusive. Stiglitz explica que con estas medidas para un estadounidense que esté entre el 20% de la población de menores ingresos el recorte sólo supone una reducción en sus impuestos de 45$ como máximo. Para un estadounidense que gane más de un millón de dólares la reducción será en promedio de 162.000$.
La segunda decisión errónea fue la respuesta norteamericana al atentado contra las torres gemelas. La imposibilidad de encontrar y encarcelar a los culpables llevó a las autoridades a una guerra global contra un enemigo tan difuso como el “terrorismo internacional”. Por ello, en noviembre de 2001 se atacó Afganistán y en marzo de 2003 se invadió Irak. Según datos de la web icasualties.org el coste humano de la guerra para EEUU sólo en Irak ha sido hasta septiembre de 4.157 soldados muertos, a los que hay que añadir otros 30.324 soldados estadounidenses heridos hasta junio. En cuanto al coste económico es difícil de evaluar, pero la profesora de Harvard Linda Bilmes y el profesor Stiglitz sugieren que puede ascender a 3 billones de dólares, tal y como aparece en su libro “The three trillion dollar war”. Según los autores Estados Unidos gasta unos 50.000 millones de dólares trimestrales en Irak en sus soldados y en guardias de seguridad privados que no son nada baratos. Por ejemplo, un guardia de Blackwater Security puede costar unos 1.100 dólares diarios. Además, el gobierno deberá de pagar tratamientos médicos y pensiones de discapacidad a sus soldados heridos con lo que la factura sanitaria puede alcanzar un total de 600.000 millones de dólares.
El tercer error no fue puramente una decisión, sino la aplicación de la doctrina republicana de auto-regulación de los mercados financieros, lo que permitió una relajación supervisora en Wall Street. En un marco regulatorio muy complaciente con la actividad bancaria llegó un pronunciado recorte de tipo de interés en EEUU, pues la Reserva Federal Nortemericana, asustada por la debilidad de la economía tras el estallido de la burbuja de las punto–com, recortó el precio del dinero en 2003 hasta el 1%. Con ello inundó de liquidez el sistema y permitió que el mercado inmobiliario acelerara su fase expansiva. En ese escenario de tipos bajos los bancos vieron recortados sus márgenes, pero para evitar que también cayeran sus beneficios optaron por ensanchar el mercado de créditos concediendo préstamos más arriesgados a los que se iban a cargar unos mayores intereses. Esas hipotecas tenían más riesgo, pero la regulación permitía empaquetar esas hipotecas bajo la forma de títulos, trocearlas y venderlas a otros.
Todo este entramado se sustentaba en premisas tan endebles como que el precio de las viviendas iba a continuar ascendiendo indefinidamente, que los tipos de interés se iban a mantener bajos y que todos los que les pedían prestado les iban a poder devolver el dinero en los plazos pactados y sin demoras. Algo incomprensible. Especialmente para las cúpulas bancarias mejor pagadas del mundo y que se suponían las más talentosas.
Consecuencias futuras de una mala política
La consecuencia de tanta insensatez ha sido una de las mayores crisis financieras de la historia que ha obligado al gobierno al salvamento de un banco de inversión, Bern Sterns, a la nacionalización de las dos entidades hipotecarias principales del país Fannie Mae y Freddie Mac, a la intervención de AIG, la principal aseguradora del mundo y, finalmente, al lanzamiento de un plan de rescate para comprar la deuda “tóxica” de los bancos que está respaldada por hipotecas que no se pagan. Un paquete de ayudas públicas que superará con creces el billón de dólares.Los defensores de estas actuaciones señalan que en EEUU el gobierno ha actuado con celeridad y firmeza para responder a una crisis sólo comparable a la de 1929. Además, añaden que de no haber intervenido el daño para la ciudadanía hubiera sido enorme. Sin embargo, la realidad es que un gobierno que se define como liberal se ha comportado como uno intervencionista cuando le han venido mal dadas. Mientras hubo beneficios, se privatizaron, y cuando ha habido pérdidas se han repartido entre los contribuyentes, los cuales se verán obligados a pagar las estupideces financieras de unos pocos con el dinero de sus impuestos. Una actuación definida por un senador republicano como “socialismo de mercado”. La solución pasará por una mayor regulación y transparencia del sector financiero, lo que probablemente llevará a que el negocio bancario sea más tradicional y menos rentable que hasta ahora.
El nuevo presidente estadounidense se enfrentará no sólo a una crisis financiera, también a un déficit por cuenta corriente en tasas del 5%, a un mercado inmobiliario en caída libre, a un desempleo creciente y a una divisa muy lejos de sus mejores días. No obstante, las recetas que proponen los dos candidatos para enderezar el rumbo son bien diferentes. El señor Obama gastaría dinero público en infraestructuras y en combustibles alternativos, desarrollaría un plan para extender una cobertura sanitaria casi universal y recortaría impuestos a las clases trabajadoras para subirlos a las más pudientes. Mientras, McCain se presenta con el manual republicano intacto: recorte de impuestos, liberalizar los mercados y reducir tamaño del gobierno. Para él, el mayor activo de la economía norteamericana es el honrado trabajo del norteamericano medio, que ahora sufre en sus carnes las consecuencias de la avaricia y de la mala gestión de Wall Street. Para Obama, lo que ha sucedido es que ha llegado el veredicto sobre una filosofía económica que la Casa Blanca puso en marcha hace 8 años.
Para concluir, un mensaje para todos aquellos que creen que todo comenzará a arreglarse cuando Barack Obama llegue a la presidencia. No está ganado. Si los estrategas de campaña del candidato Obama creen que con el voto de las clases pensantes norteamericanas la victoria es suya se equivocan. No es suficiente. Hace 8 años George W. Bush lo probó frente a Al Gore y después lo volvió a demostrar frente a John Kerry. Ahora se marchará del despacho oval y su presidencia, lamentablemente, será recordada por mucho tiempo.