EL FALO AUSENTE
02-12-09
No sabemos si fue Freud quién dijo que la mujer tiene el complejo de la ausencia de falo. El falo ausente, aunque el título de nuestra columna de hoy va por otros derroteros, como gustan decir columnistas más cursis y perezosos que nosotros (hay que forzar la palabra, el adjetivo, siempre, machos, vagos, más que vagos).
De Freud sabemos todo de oídas, como casi todo lo que sabemos. Nos esperan sus obras completas vestidas en fina y marrón piel, una edición magnífica que heredamos de un tío paterno, neurólogo, uno de los mejores en su día, o uno de los más locos, que nunca lo hemos llegado a saber del todo. Un genio o un loco, qué más da. Era nuestro querido tío, y mucho de sus valiosas y preciosas ediciones de libros alegran nuestras estanterías. Gracias, tío.
Cada Año Nuevo, en el día de los buenos propósitos para el año recién estrenado, nos prometemos leer por fin a Freud, pero lo vamos soslayando, con la excusa de su profundidad y extensión, pero sabemos que es en verdad por temor: por temor a descubrir algo de su conocimiento que nos enloquezca, como a lo mejor enloqueció a nuestro tío, que por otra parte nunca nos lo pareció, si acaso con alguna rareza y extravagancia, muy propias de un sabio y de un científico posiblemente demasiado adelantado a su época.
Freud por lo visto ha traspasado los límites de los sanatorios, las terapias, los divanes del psicoanálisis y la medicina, para convertirse en un clásico de la literatura, y en un maestro en el manejo de un elegante y preciso alemán. Hay que reconocer que los alemanes (o austríacos, que son parecidos pero más del sur), si saben hacer algo, además de excelentes coches, es hacer algo con mucha precisión. Ya veremos en el 2010 si nos animamos.
Ya hemos hablado de las tetas, y que nos gustaría tener unas, tanto que nos gustan, para mirarlas y tocarlas. El que tengamos esta estupidez de pensamiento, no significa que tengamos el complejo freudiano de las tetas ausentes. Tenemos otros complejos, bueno, teníamos, ya no, que en la ataraxia uno se libera de todos sus complejos.
Como todavía no hemos leído a Freud, no sabemos si también ese complejo masculino de las tetas ausentes está descrito por el austríaco doctor. Nos da que no. Por otro lado, a nosotros las tetas nos gustan bien presentes, nada de ausentes. Los de presentes suena a falangista o así, pero no era nuestra intención. No creemos que los falangistas tuvieran tetas, la verdad, y tampoco nos interesan las tetas masculinas, y mucho menos si son las tetas de un falangista. Qué lío.
Como siempre, uno no da demasiada importancia a lo que tiene. Las mujeres hasta se olvidan que tienen tetas, y todo el día, que no es una cosa de quita y pon. Y los hombres nos olvidamos de nuestro falo, que tampoco es una cosa de quita y pon, menos mal. Pero resulta que las mujeres desean en su subconsciente freudiano un buen falo, y sueñan con tener uno. La verdad es que nosotros nunca hemos soñado con tener tetas. Nos conformaríamos con tener pleno acceso a todas las tetas que viéramos por la calle y que nos gustaran. Hay que reconocer que hay tetas que no nos gustan, por muy femeninas tetas que sean. Lo sentimos.
El falo ausente no es el falo que la mujer quisiera tener, sino el falo que la mujer quisiera retener. No es lo mismo.
De la misma manera que el sexo de la mujer, la vagina, el coño hablando claro, es un misterio que embarga, seduce y hasta enloquece a cualquier hombre (y aunque en un principio sea bastante feo, la verdad. Menudo susto nos dimos cuando de jovencitos y por primera vez vimos uno de cerca), el falo del hombre es el símbolo de ese amor ensoñado y soñado de toda mujer: no sólo un instrumento visible y bien cierto que genera vida en su función más fisiológica, pero esa lanza nada herrumbrosa, pero roja, plena y poderosa. El falo es la representación del amor perfecto, del hombre perfecto, que a lo mejor no existe más que en la muy creativa y romántica imaginación de las mujeres. Las mujeres no echan de menos propiamente el falo, sino todo lo que representa: el amor perfecto de un hombre perfecto.
Las mujeres nos miran y nos buscan pensando en encontrar apoyo y protección. No saben ellas que, a pesar de nuestro poderoso falo, también las miramos y las buscamos necesitando el cobijo de su seno. Así empieza en muchas ocasiones la tragedia del amor hombre/mujer: no saben los dos que quieren lo mismo, y que uno de los dos nunca lo podrá obtener del otro.
Es verdad que los hombres nos encoñamos. Pero también es verdad que las mujeres se empollan, se enfalonan con nuestro falo.
Falo no como materia, objeto sensible y físico, pero falo como representación de todo lo que las mujeres buscan en nosotros, y que desgraciadamente no tenemos. Es el verdadero falo ausente.