CARLOS, LAS GAMBAS ROJAS DE DENIA Y ARROZ ABANDA
26-07-11
Hay días extraños (en este caso ayer, día de Santiago, y con una Comunidad de Madrid –todavía nos da vergüenza que una sola provincia sea una Comunidad- desierta por el puente) en los que todo se conjura para disfrutar de una comida perfecta.
Gran responsable de ello fue Carlos, un jovencísimo (sólo 28 años, y manda sobre camareros cuarentones, todos ellos españoles, ni un solo extranjero, no sabemos por qué) jefe de sala o maître, acaso el mejor que hayamos conocido en muchos años, al nivel de Enrique, su homólogo y condueño de El Pelotari, nuestro asador vasco favorito de Madrid.
Carlos es un hombre que lleva la más sutil elegancia como natural percha, con su siempre traje gris oscuro y bonitas corbatas de vivos colores que pegan con su edad.
Ayer nos atrevimos a preguntarle su peso y estatura: 73 kilos para su metro ochenta y tres. Perfecto. Además nos contó que casi todas las mañanas corre unos diez kilómetros. Su gran trauma es no haber aprobado el carné de conducir. El teórico, a la primera. El práctico ya lo ha suspendido cuatro veces. Dice que es por los nervios, que es muy nervioso. Y así es, porque cuando le observamos trabajar, no para, como un rabo de lagartija, y trabaja más y mejor que el resto de los camareros juntos, dando ejemplo y no haciéndose el señorito por ser el maître.
Además Carlos tiene una insospechada afición: la literatura. Ser exquisito, proustiano, tiene una gran conversación, y cuando le hablamos de libros que todavía no ha leído pero que debería leer (con su edad, no le ha dado tiempo), se le iluminan los ojos y toma nota enseguida de nuestras recomendaciones.
No sabe que gracias a su amabilidad de ayer, se ha ganado un buen regalo: los Ensayos de Montaigne en la extraordinaria edición/traducción de la editorial Acantilado.
Ayer teníamos claro que queríamos comer arroz abanda, nuestro favorito, ya que odiamos estar luchando con tropezones que no se pueden comer y los odiosos bigotes de las gambas.
De primero, pedimos un cuarto de kilo de gambas a la plancha, mitad gamba roja de Denia, mitad gamba blanca de Huelva y de acuerdo con la sugerencia de Carlos.
Lamentamos decir a nuestros amigo andaluces que la gamba de Denia es superior. Más grande y más sabrosa es como si uno se metiera el mar Mediterráneo entero en la boca, aquí tan lejos, en la Meseta.
No nos gusta mucho comer marisco, por el simple motivo que uno se mancha las manos. Y a no ser que uno se las lave bien después con Fairy o así, le pueden estar oliendo una semana.
El arroz abanda también estaba perfecto: en su punto, ni pasado ni crudo, con ricos tropezones de variados pescados que perfumaban y enriquecían el arroz.
Al pedir las gambas de primero (Y Carlos nos trajo a escondidas dos cocochas al ajillo. Nos dijo: Las he usurpado para usted. Qué camarero utiliza la palabra usurpar? Ninguno que conozcamos), preguntamos sin complejos por el precio, porque los madrileños tenemos la sensación de que se nos se engaña con el precio de los mariscos.
La gran sorpresa (agradable, por una vez) vino con la cuenta. Las gambas, EUR 10, y el arroz EUR 18. Además nos bebimos con nuestra madre una botella de vino blanco de Rueda, de uva de Verdejo, y tan sólo nos cobraron dos copas. Eso es tener enchufe. Eso es que nos quieren. Hacen trampas a nuestro favor.
Nuestro padre tenía una acertada teoría que nosotros intentamos cumplir:
Siempre intenta ir a los mismos restaurantes. Evita los que se ponen de moda ocasionalmente. Te tratarán mejor y te cobrarán menos. Y jamás te engañarán con el pescado o el marisco.
Carlos, las gambas rojas de Denia y el arroz abanda.
Son esos momentos de la vida para recordar, y con una madre viuda triste y ya para siempre deprimida, que a lo mejor no le queda mucha vida. Quién sabe, a pesar de su buena salud física, pero no psicológica.
Con los padres mayores hay que tratar de vivir muy intensamente y darles lo mejor de nosotros, porque cuando se mueren, ya todo es demasiado tarde.