LA POLÍTICA COMO EL ARTE DE LA VILEZA
18-07-11
Fouché acaso fue uno de los políticos más enigmáticos y dotados de toda la Historia. Y más vil y traidor.
No pasa nada por su enigma. Para eso tenemos al inconmensurable (y muy infravalorado) Stefan Zweig, que con un talento extraordinario, una imposible capacidad de introspección en los personajes que biografía, y una erudición que no se nota, como debe ser (se ha dicho, falsamente, que las biografías de Zweig no están muy bien documentadas. Mala bilis de la gente, cuando el lector atento se da cuenta que tras sus retratos históricos hay miles de horas de trabajo, estudio y documentación), nos alumbra de forma definitiva la compleja psicología de un personaje que fue tan importante en la Revolución Francesa, el Imperio de Napoleón, y la posterior Restauración (por dos veces) de la dinastía de los Borbones.
Fouché sirvió a todos y a todas las causas posibles, pero con un solo fin: servirse a sí mismo, hasta conseguir un ducado de pacotilla y eso sí, ser el segundo hombre más rico de Francia (veinte veces millonario en francos franceses de la época, algo inaudito para alguien que al principio vivió en la miseria).
Zweig insinúa una cierta admiración por un hombre que tenía extraordinarias capacidades intelectuales (había estudiado en el seminario), tales como la memoria y la inteligencia, gran capacidad de trabajo, y, sobre todo, una insaciable capacidad de medrar y obtener el máximo poder político sin que se notara demasiado.
A nadie servía Fouché más que así mismo. Y tenía la habilidad de no tomar partido por nadie, en aquellos tiempos tan cambiantes y tumultuosos, justo hasta el minuto antes de saber qué partido en disputa (los jacobinos, Napoleón, los Borbones) saldría vencedor.
Con nadie se comprometía, pero a todos aparentemente servía.
Y contaba con un arma letal y definitiva: como Ministro del Interior, sabía todo de todos (Huy, esto nos suena), y contaba con una red de informadores y de espías que asombraba a toda Francia y toda Europa, puesto que tenía miles de confidentes a sueldo.
Éstos a veces eran pagados de los fondos reservados de su Ministerio (Huy, esto también nos suena). Otras de su propio peculio, puesto que empezó a reunir una ingente fortuna, y no para disfrutarla en vicios o en legítimo ocio, porque él desconocía ambos, sino para usarla como palanca de su ambición de poder.
Fouché era implacable y despiadado, y de forma muy sorprendente, hombre muy familiar y amante de su familia.
No se le conocía ningún vicio (juego, sexo, drogas, alcohol, deudas), pero él conocía los de todos, y tan sólo la amenaza de un chantaje, no el chantaje en sí mismo, servía para que hasta la más rocosa voluntad le rindiera todo tipo de favores.
Digamos que Fouché era el Google de la época, pero dedicado al Mal. Fouché era un virus troyano que había invadido todas las casas (y hasta las almas) de cualquier persona con cierto poder en la Francia y hasta en la Europa de la época.
Debido a esto, su increíble fortuna se originó por una sencilla razón: porque era el primero en tener cualquier información posible, y así sólo la compartía con sus banqueros y agentes de cambio y bolsa de confianza. Jugada perfecta.
Porque para Fouché el dinero no era un fin: tan sólo un medio para desarrollar su desconocida apetencia por el poder.
Los muchos altibajos de la vida de Fouché, culminan en el exilio. Sigue siendo el segundo más rico, pera de nada le sirve, porque ningún dignatario europeo lo quería en sus fronteras, tal era la fama que ya había atesorado: la de traidor impenitente.
Roma no paga traidores, se decía. Aún así, al final de su vida, rodeado de oro, pero viejo, enfermo, solo y cornudo por su segunda esposa veintidós años más joven, hay una cierta redención: antes de morir en Trieste (entonces Austria) quema los miles y miles de papeles que comprometían la dignidad y honorabilidad de los principales personajes públicos y privados franceses y europeos de entonces.
Así, en un último acto de expiación, se lleva todos los secretos acumulados durante más de veinte años de espionaje (ni el Mosad da ahora sabría tanto de tantos) a su tumba.
Algún político actual ha sido comparado con Fouché. Ni es tan rico, ni es tan inteligente, y ni siquiera duque de pacotilla.
A lo mejor no le espera un humillante exilio en Trieste. Le puede esperar algo peor: un definitivo exilio interior en su propio país.