ANTES MUERTA QUE SENCILLA
09-06-11
Esto era una canción o así. Qué más da. Nos sirve para nuestro propósito.
Las mujeres, ese animal de pelo largo e ideas cortas, perdón, ideas muy largas, prefieren antes estar muertas que sencillas.
Lo de ideas cortas es un epigrama de Oscar Wilde, que dijo tantos en contra de las mujeres, que todavía no sabemos cómo tenía tanto éxito con ellas mientras saloneaba por los salones victorianos. Mucho salón y mucho epigrama, pero acabó primero en la cárcel, porque la sodomía no era como muy aceptada por la época, y segundo, exiliado y fallecido en una mísera pensión francesa. Es lo malo de ser demasiado diletante, cuando el esteta prevalece sobre el esteta. De vez en cuando hay que trabajar, coño. Wilde. Te pudieron los salones.
Nuestro epigrama favorito de Wilde es el que dice que las mujeres después de llorar, se suenan los mocos, aludiendo a las famosas lágrimas de cocodrilo, secreta pero infalible arma de mujer.
Las mujeres, con esa ancestral obsesión por el acicalamiento, invierten muchos esfuerzos y dinero en no parecer sencillas: en vestirse, en cuidarse, en operarse las tetas, en el botox, en las joyas, en spas, en llevar la última ropa, el último complemento, zapatos que cuestan EUR 1.000 cada par, así como de Manolo Blahnik (los famosos Manolos, que hoy por casualidad hemos podido observar en su tienda de Madrid, en Serrano 58, y porque íbamos a la notaría del al lado, no te jode), total para sufrir una tortura china toda la noche y seguramente pegarse una buena y probable hostia debido a la altura imposible de sus tacones.
Si una mujer es capaz de llevar esos Manolos toda una noche, y aún a sabiendas de que se destroza los pies (y el alma), y también es capaz de gastarse ese dinero (o se lo gastan los pardillos de turno que, encoñados, le regalan todo tipo de fruslerías), significa toda una declaración vital: Antes muerta que sencilla.
Bueno, ya hemos dado la suficiente caña a cierto tipo de mujeres. Ojo, que no todas son así.
La frivolidad de cierto tipo de mujeres nos importa un pimiento, de piquillo, nuestros favoritos, a ser posible navarros, y no peruanos ni chinos ni cosas raras, que hemos visto hasta latas de espárragos de China. Qué coño van a saber los chinos de espárragos. Navarros y punto.
Pero la frivolidad de algunos es dañina y devastadora, sobre todo para un país ahora arruinado.
Existe un tipo de inteligencia que no es tal. O lo es, pero en la que la sinrazón se impone a la razón; la fobia incomprensible y mecánica y automática, a la reflexión; las vísceras, al pensamiento.
Son personas conscientes de su inteligencia, orgullosos de sus capacidades intelectuales, de su esfuerzo por el estudio y el aprendizaje, porque saben que siempre se aprende, siempre uno se enriquece con las experiencias ajenas, sean viviéndolas en directo en compañía de otros, sea en el mundo intangible pero cierto del Arte.
Pero estas personas se abducen así mismas, traicionan su inteligencia y dilapidan sin sentido la riqueza que les has sido otorgada por los genes y el espartano estudio y disciplina.
Con ellas se puede hablar de casi todo, y celebrar la fiesta que a veces puede llegar a ser la vida. De casi todo se puede hablar, menos de política.
Esas personas, que hasta entonces nos regalaba las perlas de su pensamiento, la gracia de su humor, el consuelo de su compañía, la alegría de sus vidas, entonces se aparecen como unos fanáticos que no escuchan, que no ven, que no sienten, locos enfurecidos en su propio discurso ya hace mucho tiempo trasnochado.
Son de repente otras personas, unos extraños, que repiten un discurso sin fundamento, tan caduco pero tan eficaz para su personal y deseada abducción: se crean su mundo feliz, tan impermeable a cualquier otra influencia exterior, que ni siquiera son conscientes de su extrañamiento, de su total pérdida del sentido de la realidad debido al infecto virus inoculado hace mucho tiempo de una determinada doctrina o ideología.
No saben esas personas inteligentes y antes valiosas e interesantes, que son esclavos de esa maldición terrible que es haber perdido el libre albedrío, porque a nada atienden que se desvíe del canon y la ortodoxia que una vez y para siempre invadieron, y como un cuerpo extraño, aniquilaron su lucidez.
Pobres infelices. Se creen libres, y no ven las cadenas del dogmatismo que arrastran. Inspiran pena, como esas mujeres que fruncen el ceño de disimulado dolor por llevar unos zapatos que les torturan.
Antes muerta que sencilla. Antes muerto que cambiar de opinión, de elección.
Pues vale.