LAS PRISAS
17-01-11
Vísteme despacio que tengo prisa, dice el adagio o como se llame. Pues qué gran verdad es.
A nosotros no nos gustan nada las prisas, ni siquiera cuando tenemos prisa. Un lío.
Las prisas son malas compañeras, o malas consejeras. Bajo el imperio de las prisas, uno hace y dice cosas que nunca haría o diría.
Nada hay peor que levantarse con prisas, y no dedicar el cuerpo y (el alma) a su debido cuidado: desperezarse lentamente; mirar lo oscuro que está todo en invierno; pegarte una buena leche contra la puerta del baño porque no has encendido la luz; miccionar con gran placer, observando que meamos claro, para así no ir al boticario, e intentar apuntar bien al centro del inodoro (a veces bastante odoro), para que luego la parienta no nos regañe; preparar un fastuoso desayuno; tomar un buen café y, finalmente, el ritual de la ducha y el afeitado y vestirse.
Los polvos mañaneros, aún en fin de semana, están excluidos de la vida de un hombre casado y con hijos. Bueno, mañaneros, tarderos y nocheros. Las 24 horas sin un polvo es la norma y costumbre de un hombre casado. Y luego se quejan que les ponemos los cuernos. Ni comen, ni dejan comer las mujeres, como el perro del hortelano ese.
Para todo esto, nosotros necesitamos al menos una hora y media (sin el polvo, claro). Más que la mayoría de las mujeres para arreglarse, vaya, y eso que nosotros no nos maquillamos, al menos de momento.
Conducir con prisas hacia el trabajo, no sólo es peligroso para todos, sino también para el pobre coche, que no tiene la culpa de que su dueño sea un desorganizado y un perezoso.
Subir corriendo y con prisas unas escaleras es bastante desaconsejable, puesto que, a nuestra edad, es muy probable que acabemos rodando por ellas. Por eso preferimos los ascensores, si es que tienen un buen espejo donde mirarnos y una buena banqueta para sentarnos, y aunque la oficina esté en el primer piso (las oficinas en los rascacielos son una ordinariez, además de un riesgo en caso de emergencia y evacuación).
Y llegar al trabajo por la prisas todo sudoroso, colorado y acalorado, pues que no queda muy bien, sea ante el jefe que ya no tenemos, sea ante los clientes que ya tampoco tenemos.
Tomar a media mañana y con prisas un café italiano, ristretto o como se escriba, es malo para el estómago y hasta para el propio café, que no tiene tiempo para mentalizarse que va a acabar rodeado de unos nada amistosos jugos gástricos. Pobre café. Hasta a los criminales más odiosos les dejan un poco de tiempo para mentalizarse antes de la ejecución.
Todavía peor aún es comer con prisas. Si por problemas de agenda no tenemos tiempo para comer, pues hacemos una huelga de hambre eventual. Nada de comer sándwiches baratos y una lata de coca cola, como hacen los curritos/pardillos de Wall Street, sentados en el suelo, en unas escaleras, y suspirando por poder llegar a comer algún día a cargo de la empresa en un muy caro restaurante, como hacen a diario sus jefes. No saben los curritos que sus jefes se pueden permitir esos lujos a costa del trabajo de sus subordinados, sus esclavos. Pura explotación. A veces el comunismo tiene razón. Lo malo del comunismo es que es otra ordinariez, como los rascacielos. De los comunistas, mejor no hablemos.
Conducir de vuelta a casa, o mejor, a un bar cercano a ella, en medio de un atasco y otra vez con prisas (porque tenemos hambre y sed y así uno tiene más tiempo para estar en el bar hasta que la parienta mire por fin el reloj y empiece a llamar por el móvil una docena de veces a un teléfono móvil que, ay, por despiste, hemos puesto en silencio), es un horror.
Escribir con prisas no es escribir: es redactar cualquier cosa, eructar frases o lo que se quiera. No es lo mismo escribir deprisa como nosotros solemos hacer (en realidad, quién escribe estas columnas es un programa automático de ordenador que hemos diseñado a lo Goggle. Ya fantaseamos con patentarlo, sacar una sociedad a bolsa y forrarnos de dinero, y así ya jamás tendríamos prisas), que escribir con prisas.
Lo mismo ocurre con el sexo, cuando por un raro azar de la vida de hombre casado y con hijos, lo llegas por fin a disfrutar.
Exceptuando que sea un polvo callejero, espontáneo y no planificado, en un callejón en la calle o en un parking público, como en las películas USA, las mujeres odian el sexo con prisas. Cuando por fin se deciden, resulta que no tienen ninguna prisa, y uno tiene que estar dale que dale, hasta acabar al día siguiente con unas agujetas terribles, por la falta de práctica. Muchas más prisas nos entran a nosotros después del polvo, que es cuando los hombres nos inventamos cualquier excusa para salir pitando, y así evitar la melancolía de la inevitable tristeza post coitum.
Las prisas, nada aconsejables para nuestra vida diaria. Tan sólo necesarias y oportunas, para después de follar. Eso nunca lo entenderán las mujeres. Nosotros, tampoco, pero así es.