LAS ARMAS Y LAS LETRAS I
29-12-10
Con el subtítulo Literatura y Guerra Civil el escritor leonés (1953) viviente que no vividor en Madrid desde 1975, Andrés Trapiello (AT), escribe un memorable libro. Publicado por primera vez en 1994, se ha vuelto a publicar en el 2010, en una primorosa edición corregida y aumentada de Ediciones Destino, Barcelona.
Libro mayor, libro de culto y legendario, dicen algunos. Libro único, fascinante, perfecto, decimos hoy nosotros.
Con este libro hemos más aprendido más sobre la Guerra Civil española que en otros muchos libros de historia
AT no sólo nos impresiona por su impresionante erudición, y por su asombrosa y original fusión entre Historia y Crítica Literaria; no sólo porque esa sabiduría aflore de forma suave y armoniosa, sin una sola nota a pie de página, que en otros libros interrumpen de forma innecesaria la lectura principal; y no sólo porque esa erudición aparezca siempre oportuna y necesaria, nada narcisista.
Nos impresiona sobre todo su equidistancia, su asepsia, su neutralidad y objetividad al escribir sobre un período tan complicado de nuestra historia, y en el que la mayoría de los intelectuales y escritores de esa época dorada de nuestra Literatura (las generaciones del 98, del 14 y del 27, que AT llega a equiparar con nuestro Siglo de Oro), escribieron, dijeron e hicieron cosas que nunca hubieran escrito, dicho o hecho de no mediar la presión de una guerra civil, es decir, de no haberse comportado con la violación de su libre albedrío.
Así, AT va analizando los distintos personajes de esta trágica historia real y no inventada, y explica cómo su muy admirado Antonio Machado, es obligado a firmar un manifiesto comunista que le repugnaba, o cómo su también muy apreciado Miguel de Unamuno, valiente, cabal, excepcional, hiciera el mejor y más famoso discurso de su vida en la Universidad de Salamanca, y que mereció el repugnante y muy conocido escupitajo del enloquecido Millán Astray: Muerte a la inteligencia! Ese día, Unamuno tuvo que salir de la universidad del brazo de Carmen Polo, la mujer de Franco, para que una panda de falangistas/fascistas enfurecidos y jaleados por Millán Astray, no lo lincharan allí mismo.
No juzga AT. Sólo observa, describe y cuenta, después de un titánico e imposible trabajo de lecturas y documentación, confrontando fuentes, rebuscando en la Cuesta de Moyano y el Rastro de Madrid y librerías de viejo de toda España, libros agotados y descatalogados, periódicos y revistas de la época, y hasta carteles, porque una de las aficiones de AT es la tipografía.
Algunos personajes conocidos nos salen muy bien parados. Y no por el juicio de AT, que casi no existe, sino por la descripción de los hechos, contrastadas varias fuentes.
Así, el petulante Rafael Alberti (poeta menor para AT), vivió una Guerra Civil de lujo y comodidades. Y en un aeródromo de Valencia, ya casi acabada la guerra, dejó que Miguel Hernández (MH) no subiera a un avión con destino a África. MH, que venía de las trincheras y había pasado todo tipo de penalidades, se encontró en ese aeródromo que mientras muchos refugiados buscaban un imposible billete de avión, Alberti y otros pocos esperaban cómodamente en un hangar, comiendo todo tipo de exquisiteces y bebiendo buen vino.
Cuando MH asistió a esta escena, espetó: Aquí hay mucho hijo de puta y mucha puta. La única mujer presente en ese momento, le soltó un puñetazo que le tumbó. Era la mujer de Alberti. No nos extraña que MH después rechazara la invitación de Alberti para subir al avión salvador, en el que por cierto también viajaba la Pasionaria, que por entonces también despreciaba a los Alberti por ser unos señoritos. No creemos que los biógrafos/hagiógrafos de Alberti estén muy de acuerdo con esta versión de los hechos.
Otra gran decepción es Pablo Neruda, que se comportó como un cobarde. A la primera bomba que cayó sobre Madrid, salió corriendo de la embajada chilena, de la que era cónsul, para primero refugiarse en Valencia, y más tarde en París.
Mientras, el para nosotros desconocido y también chileno Carlos Morla Lynch, compañero de embajada de Neruda, aguantó en Madrid toda la guerra, y se convirtió en una suerte de Schindler chileno: primero acogió a todos los perseguidos por los milicianos, que seguro hubieran acabado fusilados. Llegó a albergar a 400 personas en su casa. Y más tarde, acabada la guerra, volvió hacer lo mismo con los derrotados, y salvó de nuevo muchas vidas.
A Morla no le importaba la ideología de sus asilados. Sólo le importaban los seres humanos. Toda una lección para Neruda.