EL TIEMPO, A LO MEJOR NO PERDIDO
13-12-10
En busca del tiempo perdido. Hallazgo del tiempo recobrado.
Marcel Proust fue el mayor esnob de su época. Ni siquiera era aristócrata, aunque se inventó un trasunto, un alter ego literario, maravilloso: Swann. Burgués rico y ocioso (nunca trabajó, excepto para escribir) era origen judío, y de ahí su defensa del famoso Caso Dreyfus, el oficial judío del Ejército francés, falsamente acusado de espionaje.
Dreyfus mereció el famoso Yo acuso de Émile Zola.
No era en balde todo este lío. En la tierra de la Ilustración y de la Revolución, a pesar de todos los sangrientos y miserables jacobinos (ay de aquél que abusa de su poder, más si está amparado por el terror de una masa sucia y analfabeta. Más o menos y más tarde, el comunismo es tan sólo eso: una masa maloliente, sucia y analfabeta que quiere putear al personal que tiene algo, tan sólo por envidia y rencor de clase), se perseguía al distinto, al judío.
Sólo treinta años después del Caso Dreyfus, otros europeos aniquilarían en masa a los judíos. Menos mal y que para entonces, Marcel Proust era ya polvo enamorado. No hubiera podido resistir tales crímenes.
Otro judío, esta vez de origen austríaco, Stefan Zweig, habría de morir suicidado muy lejos de su Viena querida, en Brasil, y después de que los nazis quemaran su libros y sus escritos, y expropiaran su casa. Por culpa de los nazis, Zweig dejó inconclusa una de las mejores biografías de todos los tiempos: Balzac. La novela de una vida. Aunque nos dejó las mejores Memorias que hayamos leído. Un autor todavía no del todo reconocido, pero que con cada año que pasa, su figura y legado se engrandecen.
Toda la arquitectura de la obra de Proust se basa en un principio: el tiempo perdido y la posibilidad de recobrarlo.
Luego él pretende (la más titánica obra literaria posible) dominar con la palabra los arcanos del señor Tiempo.
La belleza de su obra se explica porque la convierte en puro fluir, en exacto transcurrir de algo tan inmaterial e inaprensible como el Tiempo.
Por ello, la lectura de Proust ha de ser necesariamente lenta, morosa, como si uno bebiera muy despacio un raro y carísimo licor: si uno lo toma demasiado rápido, no sólo se te sube a la cabeza, sino que además no puede apreciar en toda su extensión los miles de matices, aromas y retrogustos. Pasa como con su compatriota Michel de Montaigne, que cuanto más se le lee, más se comprende, más se le admira.
A lo mejor el tiempo nunca es del todo perdido, y existe la posibilidad de recobrarlo.
Los mecanismos de nuestra memoria no son siempre voluntarios. De hecho, sólo podemos sobrevivir gracias a dos misteriosos y maravillosos fenómenos: la memoria involuntaria, descrita de forma insuperable por Proust; y la memoria selectiva, que nos salva de todos los horrores de una vida pasada, porque todos hemos sufrido alguna vez (o muchas) el horror que a veces es vivir: cuando uno se sume en las simas abisales de la desesperación, y pierde la esperanza por todo.
Seguramente, la naturaleza y la evolución, han inventado esa cosa que se llaman hijos para que nos inspiremos en ellos, y nos den de nuevo fuerza e ilusión para seguir viviendo, porque no hay mayor ambición (ni de salud, ni de amor, ni dinero, ni de fama ni de reconocimiento) que simplemente vivir con dignidad y honradez y ver que tus hijos crecen a tu lado sanos y contentos, y que aprenden de ti lo poco que sabes, y, orgulloso, compruebas cómo te superan en todo. No sólo en altura (y altura moral), sino en inteligencia, bondad y sensibilidad.
Hasta que la ciencia en algún momento próximo (tal es su increíble y exponencial avance. Cómo será el mundo dentro de veinte años. Por ejemplo, a lo mejor ya no harán faltan ordenadores para escribir, y un dispositivo podrá leer y transcribir nuestros pensamientos y emociones) invente alguna manera por la que podamos recuperar nuestros recuerdos de forma vívida y perfecta (a través de un trance, inducido por alguna sustancia o máquina), nos queda la palabra para recuperar nuestros tiempos perdidos.
Los tiempos no se pierden, no se malogran. Los tiempos se recobran a través de la palabra.
No somos nada sin palabras. No habrá máquina futura que pueda sustituirlas. Somos esencia de palabras.