EL TERRORISMO DE ESTADO
10-11-10
A rebufo de las últimas e insólitas declaraciones sobre el GAL de Felipe González (FG) en el periódico El País, hoy vamos hacer un elogio del terrorismo de Estado. Apuesta arriesgada, pero al menos sincera.
Cuando España se encuentra en una de las peores crisis económicas desde la postguerra; cuando millones de españoles malviven y sufren la humillación del desempleo y de no llegar a fin de mes o pedir prestado dinero a familiares y a amigos; cuando muchos pequeños y honestos negocios familiares se han arruinado, en parte debido a la cicatería de unos dolosos y mal intencionados e irresponsables y mal gestionados bancos y cajas; cuando, en fin, hay tanto dolor ahí fuera, resulta que el millonario y capitalista FG nos habla de terrorismo de Estado, de los GAL. Con dos cojones y con toda la cara del mundo.
Pues hablemos de terrorismo de Estado, cojones.
Elogio del terrorismo de Estado, claro que sí, siempre y cuando no lo haga FG, que encima lo hizo rematadamente mal.
En los años ochenta, hay dos masacres terroristas de ETA que se nos quedaron grabadas a fuego en nuestra memoria de entonces felices e ingenuos veinteañeros.
Una fue el atentado en un parking de Hipercor en Barcelona, en horas de mañana donde sólo acuden mujeres con sus hijos pequeños. Otra fue el atentando contra una Casa Cuartel de la Guardia Civil, allá por 1987. Murieron once personas, cinco de ellas niñas pequeñas (Ay niñas tiernas, que todavía os lloramos. Polvo para siempre enamorado y recordado).
La vida son unas reglas de juego. Si alguien no las honra, entonces todo debería valer. O no?
Así el terrorismo de Estado.
Cuando unos iluminados intoxicados son capaces de asesinar a sangre fría a inocentes niños y mujeres; cuando todo un país recupera su frágil libertad después de una ominosa dictadura; cuando ese país supera el ruido de sables de un macorrónico y macarra golpe de Estado en un 23-F; cuando, en definitiva, un país anulado, estigmatizado, violentado por una trágica y oscura historia, se empieza a recuperar, a levantar por fin la cabeza, resulta que vienen unos asesinos, unos chulos parásitos, y nos empiezan a asesinar a todos. Porque todos somos víctimas.
Pues no. Vale ya.
Y entonces el hombre se alza. No quiere alzarse, porque le incomoda la violencia, le repugna. Pero, ay, tantos inocentes asesinados por espurias y fantasiosas razones políticas e ideológicas!
Hay algo que valga más que una vida humana, cualquiera?
Qué ideología, qué fantasía vale más que una vida humana?
Que alguien nos conteste, si puede.
Lo único malo del terrorismo de Estado (no es una invención nuestra: políticos y ministros socialistas han sido condenados por ello, y han sido encarcelados y luego indultados) es si se hace mal.
Francia y Alemania, sociedades mucho más maduras y con mayor tradición democrática que la española, han hecho terrorismo de Estado. Y nadie se queja, nadie se lamenta. Porque lo han hecho bien y de forma discreta. Son las cloacas de Estado que la mayoría no queremos conocer.
Y es verdad que a veces (no siempre), el fin justifica los medios. Y es verdad que a veces nos tenemos que tapar la nariz y mirar para otro lado para que el imperio de la razón, la democracia y la auténtica libertad, prevalezcan.
Lo malo es cuando las cosas se hacen mal, de forma chapucera.
Dice la leyenda (o a lo mejor es una fuente de primer orden) que uno de los motivos del fracaso del GAL fue que no lo organizó un militar de alto rango, un patriota austero y honesto, con cuenta corriente cifrada en Suiza, como estaba previsto y ya organizado. Y entonces intervino el gracioso de Alfonso Guerra, que tenía una atávica aversión a los militares. Se eligió a un policía putero, ludópata y alcoholizado. Ya sabemos de sus resultados. Enhorabuena Alfonso Guerra, cabrón. Te luciste con tus tonterías de Antonio Machado, tú que nunca has leído de verdad al gran Antonio Machado.
Éticamente podría estar justificado el terrorismo de Estado?
Contestamos con otra pregunta:
Qué haría cualquiera de vosotros por preservar su propia vida o la vida de los suyos?
Pues haría cualquier cosa posible. Es mejor matar que ser matado, y encima matado por una panda de gilipollas.
Dejémonos de memeces, de lo políticamente correcto.
En la selva, sea Estado, sea persona o familia, prevalece la ley del más fuerte, la supervivencia de una forma de vida.
Sí. La libertad tiene un precio, un coste.
Y a veces nuestra libertad se tiene que construir sobre la sangre de otros.
No pasa nada. Hay sangres que valen más que otras.
La sangre de una niña pequeña asesinada vale por la de mil adultos honestos y sinceros. No digamos la sangre oscura y sucia de un asesino cobarde.
Quién es capaz de decir no a esto? Nadie.