LA MUJER LIBRE
12-08-10
La mujer cautiva ya se ha liberado de sus cadenas: no es sólo desenfadada, pero libre.
No sabemos decir si la libertad de la mujer conlleva cierta edad, cierta madurez. Igual que el hombre, hay mujeres jóvenes muy maduras, vividas, autónomas, independientes, seguras. En cambio, hay mujeres maduras nada vividas, nada autónomas, dependientes, inseguras.
Creemos que no: que la libertad es independiente de la cronología. En el fondo, no hay nada más libre que un niño, hasta que vienen las hormonas y lo estropean todo. Los niños son esencia de libertad por cuanto todavía no han tomado consciencia de esa agonía (en lugar de permanentes juegos y alegrías) que a veces es vivir.
La libertad exterior comienza por la libertad interior. No se puede ser libre por fuera si uno no lo es por dentro. Esta sencilla afirmación esconde una de las claves para encontrar eso que algunos, naturalmente ingenuos y optimistas, llaman felicidad.
La libertad no significa no depender de alguien, sino depender de uno mismo. Autonomía, suficiencia, ausencia de dependencias, eso es la libertad.
La mujer puede convertirse en la peor bruja y arpía posible cuando su vida, su bienestar o la de su familia se ven amenazados (y utiliza entonces las milenarias y legendarias armas de mujer, desde el clásico envenenamiento hasta trucos jurídicos como acusar falsamente a su pareja de maltrato o incluso de abuso sexuales a sus hijos, todo con tal de obtener evidentes privilegios procesales, jurídicos y económicos, como acelerar un proceso de divorcio convirtiéndolo en causa penal en lugar de civil, obtener la custodia de los hijos comunes y la prohibición absoluta y definitiva del derecho de visitas del padre, o acumular todo el patrimonio de la sociedad de bienes gananciales, dejando al pobre hombre inocente e inadvertido en la calle. A saber cuántos de esos bultos pestilentes, esos vagabundos que vemos en todas las ciudades con envases de vino a lo Don Simón, se originaron en un cruel e injusto proceso de divorcio). Pero hay mujeres que conspiran no para proteger legítimamente su familia, sino para enriquecerse o por simple rencor, por ejemplo por unos cuernos mal llevados.
Siempre hemos admirado a las cornudas (y todavía más a los cornudos, que los hombres, socialmente, lo suelen llevar peor), que aceptan su situación con estoicismo y fatalismo. A lo mejor esos cuernos no es nada fatal, sino fenomenal, porque entonces la mujer o el hombre cornudos tienen la excusa perfecta para iniciar una nueva vida.
El cornudo perfecto es el inconmensurable y muy inteligente agente secreto del M16 Smiley, personaje de las mejores novelas de espías de todos los tiempos, escritas por el inglés John Le Carré (menudo seudónimo), e interpretado en una inolvidable serie de televisión de los ochentas (ay qué años maravillosos. Cuando todo era plenitud) por el actor Alec Guinnes, por fin un inglés elegante e inteligente de verdad. En general, los ingleses suelen ser unos estreñidos por lo estirados que son, y beben demasiada cerveza. Además, si no tienen una buena educación y son un poco pijos, hablan un inglés horroroso, no se les entiende nada. Se les entiende menos que a un negro de Harlem o así.
Nosotros no sabemos si somos unos cornudos. La verdad es que el tema no nos preocupa mucho. Jamás nos preocupamos en cosas sobre las que no tenemos influencia. Es un desgaste inútil.
La mujer libre depende de sí misma. Y no nos referimos a la economía. Es libre por cuanto ya ha aprendido a querer y a ser querida: ya es dominadora de sus emociones, y no la dominada.
En la universidad de la vida, y no importa la edad, la mujer libre ya se ha sacado el doctorado de las emociones: por fin no le avasallan y le abruman, pero las disfruta y las paladea, como un buen vino.
Entonces, la mujer descorcha la botella de los sentimientos. Se pone una copa, de un cristal precioso y sonoro, y bebe con calma su contenido.
La mujer no libre es una alcohólica de las emociones: se emborracha todos los días con ellas, y ay cuando le faltan.
La mujer libre, o cuando al fin la mujer sabe sentir y sabe beber del pozo insondable de su alma.