LA MIRADA
06-08-10
Los ojos son el espejo del alma, dice el adagio o lo que sea. Adagio es una forma más fina y más pija de decir refrán. No es que nos queramos hacer los finos y los pijos, que por otra parte y por naturaleza, ya lo somos. No. Simplemente nos gusta la palabra adagio.
Más que los ojos, la mirada es el espejo de alma, porque los ojos en bruto son simplemente dos globos oculares que en sí mismos no pueden expresar nada. O sea, que aquí el refrán o el adagio no han sido precisos, y nosotros nos permitimos, con nuestra modestia habitual e innata, corregirlo.
Siempre dudamos entre utilizar la palabra alma o espíritu. Nos da en nuestra grande, masculina pero proporcionada nariz, que alma tiene como un contenido más religioso, más trascendente, más papista, en definitiva, y que espíritu tiene un significado más neutro, igual de esotérico e inmaterial, pero sin ninguna concatenación o como se diga (queríamos decir connotación, perdón) religiosa.
Alma o espíritu qué más da. Solemos utilizar ambas palabras como sinónimos, y nos da igual que nos salga ahora un teólogo de Salamanca o por ahí diciéndonos que no es lo mismo, que hay importantes diferencias entre alma y espíritu.
Ay, la mirada, la que nos define y nos muestra al mundo!
La mirada es la esencia de nosotros vuelta del revés. Es el arcano de nuestra inteligencia y nuestras emociones expresado en un lenguaje inteligible y universal. La mirada es lo que somos en verdad, y no puede escapar a la agudeza de un observador inteligente y paciente.
Hay miradas de amor o de cariño o de afecto, que son las que todos queremos recibir y aunque algunos nos hagamos los cínicos y duros profesionales, a lo Clint Eastwood.
Hay miradas de odio, que son de las peores, y dan hasta miedo, porque insinúan la posibilidad de terribles acciones futuras, aunque no se produzcan. Por eso se suele decir vulgarmente que hay miradas que matan.
Hay miradas de desprecio, que no son de las peores, porque el desprecio supone al menos interés (aunque negativo) por una persona.
Peores son las miradas de indiferencia. Acaso las peores, incluso comparadas con las de odio, porque éste también supone un cierto interés (quizás demasiado interés, pero también negativo) por la otra persona. En cambio, si una persona sufre la indiferencia, el desinterés de otra, en especial en temas de amores, no puede imaginar peor castigo.
Hay miradas de deseo, normalmente entre machos y hembras, y ahora también entre ejemplares del mismo sexo. Bueno, ahora y desde siempre, porque los griegos clásicos eran casi todos gays o bisexuales. Un poco maricones estos Sócrates y Cía.
Hay miradas de ternura, y de afecto y de compasión y de emoción (cuando se nos rayan los ojos de lágrimas) y de diversión y de risa y de pena y de angustia y de sorpresa y de alegría o de ironía. Hay miradas de todo y para todo, porque la mirada expresa, sin posibilidad de evasión, lo que somos, incluso lo que fuimos y lo que seremos. Tu rostro mañana titulaba el enorme Javier Marías la trilogía de sus tres mejores y últimas novelas, obra titánica que se puede considerar sin duda la mejor novela (realmente es una sola) en castellano escrita hasta la fecha en este todavía incipiente siglo XXI.
Hay miradas dulces y amargas, como los sabores, y aburridas y festivas, como los estados de ánimos, y duras y suaves, como las actitudes o las manos.
Escribimos en alguna columna que no sabemos mirar, que no sabemos descubrir lo pequeño y poco (siempre queremos lo grande y mucho) de la vida diaria, y así somos casi todos unos permanentes infelices. Y si no infelices, al menos no del todo felices. Siempre hay algo que nos inquieta y nos preocupa. Y es porque no sabemos mirar, no hemos aprendido a trascender del momento y mirar más allá.
Tenemos que aprender a mirar, pero la mirada siempre la tendremos. Algunos miran nuestra mirada, y a lo mejor no se enteran de nada. O sí, porque hasta los más necios reconocen el valor y el sentido de una mirada, tan universal y sencillo es su leguaje.
La mirada o cuando se ve lo que de verdad somos y queremos.