LOS OLORES
03-08-10
Resulta que los olores son el aroma de nuestros espíritus, la fragancia de nuestras vidas, y no lo sabíamos.
Los olores no sólo nos dicen lo que somos, sino lo que fuimos y hasta seremos.
Los olores son las moléculas olientes de nuestra alma.
Nada activa en nosotros la memoria involuntaria de forma más automática, intensa y primitiva que un olor. Ni siquiera la fuerza y la resistencia de mil voluntades como la nuestra, impedirían que ciertos olores del pasado provinieran de sus simas abisales, en lo más perdido y remoto de nuestros recuerdos, y reclamaran sus derechos actuales de existencia y persistencia.
Proust dedicó toda su vida a estudiarlo, e intentó de forma incompleta, fragmentada y hasta fallida, pero bellísima, recuperar su tiempo perdido.
Un olor nos puede regalar de forma inadvertida e inconsciente, parte de nuestro mejor pasado, y, a veces, del peor, aunque raro es así, porque la hermana gemela (y salvadora) de la memoria involuntaria es la memoria selectiva, la leal y entregada infantería que siempre nos rodea y protege de algunos de los horrores de cualquier vida pasada
El poder de los olores, que nos regalan por momentos lo que alguna vez tuvimos, y jamás volveremos a poseer.
Puede ser el olor de una comida conocida, cuando niños, y entonces revivimos unas vacaciones de verano muy largas y doradas, por unos segundos, con los ojos cerrados, y vemos todo ese pasado esplendente y perdido como si estuviera ocurriendo en este siempre presente fluyente.
Puede ser el olor muy fuerte de un producto de limpieza que seguramente ya no se utiliza, como el olor del zotal, y así volvemos a los tiempos del cuartel y de la mili, cuando tanto sufríamos con la instrucción, el implacable ejercicio físico (hasta convertirnos en uno verdaderos atletas, inmunes a cualquier cansancio, desfallecimiento o penuria), la muy poca y mala comida, y las muy escasas horas de sueño, debido a las permanentes instrucciones nocturnas y maniobras y demás juegos de guerra.
También puede ser el olor de una colonia o perfume de la primera mujer de la que te enamoras de verdad, y así ese olor te persigue allá dónde vayas, a los tiempos futuros que vivas, a otras vidas que uno pueda llevar sin esa mujer. Pero cualquier casual repetición de ese mismo olor a colonia (una desconocida por la calle, o mejor, en la reducción y estrechura de un ascensor), incluso muchos años después, y miles de kilómetros más lejos, nos empujará de forma irremediable a los tiempos vividos con esa primera mujer, y de nuevo los viviremos por unos segundos con la misma intensidad y pasión. Incluso ese olor de la colonia tan conocida y tan asociada, nos traerá de recuerdo, de regalo, su olor corporal y el olor de su sexo en nuestros labios y nariz, tan delicioso era que evitábamos ducharnos o lavarnos bien la cara. Es el olor a sexo.
Y también puede ser el olor de una casa de vacaciones, normalmente cerrada. Su olor, mezcla de humedad, nobles maderas como la tea y de los muebles tapados por viejas sábanas, es inconfundible, y nos conduce a tiempos muy felices, cuando todo era plenitud, cuando éramos niños o más jóvenes y todos los que queríamos vivían y estaban sanos, y nos acariciaban, nos hablaban, nos miraban y nos reíamos.
Los olores, o cuando adquirimos el conocimiento absoluto de lo que fuimos, somos y seremos.
No hay ningún conocimiento interesante en todos los libros del mundo, comparado con cualquier olor de nuestro pasado. Ninguno.
Ay de aquel que no recuerde sus olores amigos y felices. Significará que ahora, da igual lo que tenga, no tiene nada. Significará que no habrá vivido con intensidad, y peor, que nunca vivirá de verdad.