LA COLONIA
29-07-10
Maldita sea. Ahora resulta que hemos cogido un nuevo vicio, de entre los innumerables que ya tenemos: mirar el diccionario cada vez que se nos ocurre un tema para una nueva columna.
Bueno. A la columna de hoy, que trata sobre la colonia. A ver qué dice ese misterio insondable (e insondado) que es el diccionario.
La verdad es que nuestro querido diccionario (a lo Dr. Johnson pero en castellano mesetario) nos dice que colonia es una congregación de algo. Por ejemplo, una colonia en Gaza o por ahí (la geografía no es nuestro fuerte) de esos judíos con tirabuzones que se duchan una vez al mes (un poco guarros estos ortodoxos) y van con un fusil. Pues vale. Nosotros les quitaríamos los tirabuzones y el fusil, y por supuesto, ducha diaria.
Pero la segunda acepción del diccionario dice de la colonia: agua de Colonia. Menuda caca de definición. Este diccionario a veces nos decepciona.
Joder: estos académicos cada día son más vagos. Encima está Juan Luis Cebrián, del El País. A nosotros, un hombre de izquierdas con SICAV y con mansión en La Moraleja, pues ni es hombre ni es de izquierdas.
Colonia proviene de la ciudad alemana de Köln. Es obvio. Estupenda catedral, y estupenda cafetería casi paredaña, donde dan un excelente café y unas maravillosas tartas para desayunar. Churros no tienen. Los alemanes son un poco gilipollas para desayunar. Coches y tuneladoras, vale. Mujeres (con pelos por todas partes, no sólo en el coño) y comida, pues va que ser que no. Los alemanes no pueden hacer todo bien. A nosotros una mujer con pelos en las piernas o en los sobacos, nos vuelve melancólicos y desganados. Las alemanas, a no ser que sean pijas, tienen pelos por todos lados. Una ordinariez. Lo sabemos de muy buena tinta, porque de jóvenes y no casados, catamos un montón de ellas.
Las colonias te las suelen regalar. Nosotros tenemos como veinte sin abrir. Debemos de tener como unos mil euros en colonias, y encima sin utilizar. Esperemos que no caduquen, como los yogures. Seguimos siendo fieles a una colonia de infancia, barata y maravillosa: Agua Lavanda Puig.
Como ya escribimos en nuestra inolvidable (y legendaria) columna titulada La ducha, todas las mañanas, después de una vivificante (y vivificada) ducha, pues nos damos unas buenas friegas de esta barata colonia por todo el cuerpo, exceptuando nuestros queridos genitales, que una vez, despistados y sin querer, nos los friegamos , y estuvimos escocidos una semana así. Un horror. Todavía nos queman y nos palpitan un poco los güevos.
No somos mucho de colonias, porque confiamos en nuestro olor corporal.
Ya no sólo nuestra mujer de novios pero muchas mujeres después (esto hay que mantenerlo en secreto). Resulta que las mujeres de nuestra vida, y después de haberles hecho los respectivos honores durante toda una noche, tienen la manía de no lavar las sábanas de sus camas al menos hasta una semana después y que hubiera desaparecido nuestro olor. Con pena y tristeza, al final lavan las sábanas.
Unas sentimentales, las mujeres.
Pero, ay, sin saberlo, nuestro mejor regalo para una mujer es nuestro olor corporal, ni siquiera a lavanda.
La colonia corporal, o cuando una mujer jamás te olvidará.