Y ay que el verano ha llegado.
Rumor y anticipo de calores, cuando el sol, esa estrella hermana o madre o lo que sea (fuimos polvo de estrellas, y polvo volveremos a ser, fundidos con ellas en los multiuniversos infinitos, en tiempos y espacios indefinidos, todo ello unido por vibrantes y doradas cuerdas. Resulta que la física de lo infinitamente pequeño, la cuántica, de momento no se puede demostrar. A ver si la podemos llegar demostrar antes de que la especie humana, tan ingeniosa, creativa y adaptativa, se extinga por un meteorito o así, o por la erupción simultánea de mil volcanes), abrasa y quema.
Joder con el sol.
Yo con mi gorra, mi ISDIN factor extremo (crema/ gel, porque si tan sólo es crema, es una mierda pringosa y pringada) y gafas de sol, pues resisto el cabreo veraniego del sol. Incluso me suelo empalmar después de tanto calor, así al anochecer.
Hoy estoy un poco lírico y divagante, justo cuando en el estado en que las mujeres abusan de uno.
Que conste que no sólo los hombres abusan de las mujeres, algo muy feo y cobarde en teniendo los hombres esa muy superior fuerza que le has regalado la evolución para cazar y pegarse con la tribu de enfrente.
Las mujeres también abusan de uno, justo hasta el límite que desea uno, que si no se ponen pesadas y demasiado cariñosas. Entonces, te conviertes en objeto irresistible de su deseo y dependencia. Las mujeres siempre desean lo que no tienen, y así les va.
Se han inventado un ideal romántico que nunca ha existido ni existirá. Los hombres también tenemos algo parecido a un ideal romántico, y tampoco lo encontramos, y nos jodemos y punto: las telenovelas tan sólo son la corporeización cateta, obscena y hortera del ideal romántico femenino. Menuda mierda: toda mujer lleva una cursi dentro. Y el hombre, pues también.
Haciendo frases a lo Oscar Wilde, si me cogen unas feministas en plan turba, me machacan. Lo bueno es que eso sólo ocurre en las películas. Ni de coña me dejo yo coger por una chusma de feministas.
Lo malo de las mujeres es que nunca se conforman, o se acostumbran fácilmente a lo bueno. Luego aparece la realidad atropellante e insidiosa reclamando sus derechos, y los hombres no somos súper man: es absolutamente aburrido portarse tan bien como pretende el ideal romántico de las mujeres.
La mejor versión de la mujer es cuando no te tiene del todo. Mira que es posesiva y celosa la mujer cuando está a gusto.
Fuera posesión y fuera celos, en ambas direcciones. Un hombre celoso y posesivo es patético.
A veces nos imaginamos que somos unos nómadas cubiertos de pieles de los animales que cazamos y comemos. Como compañía, tan sólo un perro, más bien con forma de lobo domesticado que de labrador, que es un invento reciente (es una pena que entonces el labrador retriever, el perro supremo, mi perro, no existiera).
Caminamos mucho, en busca de comida y de agua. Y si por el camino vemos una hembra también cubierta de pieles (y sin ningún macho alfa rival al lado, porque se ha ido a cazar), pues nos la cepillamos (o ella nos cepilla a nosotros, que nunca se sabe con las hembras desconocidas, que al principio parecen mosquitas muertas, y de repente, al olor y fragor del sexo, se convierten en unas salvajes amazonas, que te montan hasta la extenuación. Encima te quedas con la polla roja como un pimiento. No pasa nada: coges un poco de Aloe Vera silvestre, y el tema queda enseguida reparado y agradecido).
No paramos en ningún sitio, y a pesar de la insistencia de las hembras con pieles (y con pelos por todas partes. Entonces no existía la depilación láser o así), seguimos nuestro camino, en busca de no sabemos qué.
Somos nómadas. Nos sentimos nómadas.
Y una leche, que somos unos burgueses casados y con hijos. Menos mal que nuestra mujer no lee estas cosas, porque si no, nos fostiaría, a pesar de nuestras primitivas pieles.
Esa querencia por los baretos que tenemos algunos hombres, se debe a nuestro espíritu nómada. Nos gusta el gremio, lo gremial, lo tribal, reunirnos sólo hombres. Lo vascos, los cabrones, no dejan entrar a mujeres en sus sociedades gastronómicas. Y hay que preguntarse qué hacen las vascas entretanto. No te digo. Ja, ja: hecha la ley, hecha la trampa. Queridas vascas: aquí tenéis un nómada bastante solícito y nada solicitante, que es el encanto del hombre de verdad: nunca pedir nada a una mujer: que lo pida ella, que es más descansado.
Qué locura de comentario hoy. Divagación en estado puro, como en los mejores tiempos de Expansión.
El discurso sobre el Yo. Antes pensaba que sólo había dos escritores con el derecho suficiente para hablar en primera persona y sobre sí mismos: Montaigne y Umbral. Por eso en mis columnas siempre utilizo la primera persona del plural: un ficticio pero socorrido nosotros. Son demasiado maestros (y demasiado queridos y admirados) Montaigne y Umbral como para pretender utilizar la primera persona del singular.
Joder. Releo lo escrito y me he puesto hoy bastante machista y misógino, cuando en verdad no lo soy: sólo he recibido amor y atención de las mujeres, desde mi madre hasta mi mujer y hasta la próxima, digamos, eventual o accidental: nunca una mujer me ha hecho daño. No te digo: si estaba (y estoy) todo el día en plan nómada con pieles y con mi perro, que no paro. Soy un nómada incontrolable.
Al contrario, seguramente he hecho daño a muchas mujeres (desde que en aquellos dorados tiempos, cuando yo tenía 18 años, perdí la virginidad con una danesa diez años mayor, en el Puerto de la Cruz), pero siempre sin quererlo ni desearlo, faltaría más, y, ay, sin saberlo.
Y así, la mujer se enamora de la bondad. Pero, ay, de una bondad que es nómada, ausente, intermitente. Proust hablaba de las intermitencias del corazón. Pues sí, así es. Yo lo llamo las cosas del querer, que era el título de una película de Andrés Pajares, ni más ni menos. Que conste que yo prefiero a Pajares, el Santiago Segura de Torrente o al Ozores de los sesenta y setenta, que al cursi de Javier Bardem, que encima se ha emparejado con otra cursi como Penélope Cruz. Menuda pareja de memos, aunque Javier es mucho mejor actor que Penélope.
Oiga: sobre gustos colores, tanto en cine como en literatura como en mujeres, que últimamente me gustan cada vez más llenitas, rotundas, con auténticas curvas, y no las anoréxicas/vigoréxicas cuarentonas de gimnasio que se ponen un Levis 501 de la talla 26. Menuda mierda de culo es ése. Ése no es el culo de una mujer, sino de una niña. Eso es pederastia, que te guste un culo tan pequeño.
Las tetas la verdad que no me importan como sean, siempre que sean naturales, que se nota un güevo cuando están operadas, y sobre todo si las palpas, que notas unas raras durezas propias de la silicona o lo que se pongan ahora. La silicona a mí me desempalma, me corta el rollo.
Qué manía tienen algunas mujeres de operarse y hacerse cosas cuando van acabar siendo unas viejas como todas las mujeres y todos los hombres. No hay que ir contra la Naturaleza: hay que aceptarla.
Desafío a cualquiera que tenga el sin pudor (impudor) de escribir un comentario como éste. Resulta que yo escribo lo que mi caótica y muy divagadora mente piensa. Os aseguro que es liberador: será la ataraxia o no, pero es cuando de verdad no te importa la opinión de terceros.
Ojo: yo pienso/escribo lo que a muchos les gustaría, pero debido a las convenciones y prejuicios pequeño burgueses no se atreven, y debido a un atávico (y muy español) sentido del ridículo.
Creo que éste es mi primer comentario/columna en Rankia/Kaos como es debido.
Las columnas son otra cosa. Son un estadio superior (por puras auto exigencias formales y estéticas) de la expresión escrita, del fluir de la prosa.
Buenas noches a todos. Tardíamente hoy, saco a mi perro labrador (mejor que un lobo domesticado) y así miro nuestras hermanas (y madres) estrellas. Con seguridad, me acordaré de mi padre muerto, y pensaré que su polvo, más polvo enamorado, reside en ellas.
Seremos polvo, y depende de la vida que llevemos (libre albedrío), será enamorado o no.
Es mejor ser buena persona que mala. Fue la primera lección del hombre más sabio que he conocido, mi padre.